Jesús Millán Muñoz.- 0. Juan de Portoplano como Juan de Mairena son dos seres-personajes-personas que reflexionan sobre lo de dentro y sobre lo de fuera, y por tanto, nos indican pequeños caminos-preguntas-cuestiones, que en tiempos de crisis de todo o de casi todo, pues quizás sea bueno y conveniente mirarse un poco en el espejo.
1. Juan de Portoplano era un probador de ideas y de frases y analizador de vivencias y experiencias de los seres humanos, y como un nuevo Sócrates incardinado en las tierras de Celtiberia intentaba preguntarse y encontrar soluciones simples a problemas difíciles y esenciales y casi eternos. Pero intentarlo, ya es un mérito, quizás empezar a caminar sea, muchas veces, más importante aunque no se encuentre la solución:
– Todo el mundo tiene una filosofía de vida, y casi una solución a todo problema del existir o existencia. La cuestión es saber cual es la más verdadera.
– Le preguntó un vecino a Juan de Portoplano: “¿Por qué crecen las plantas?”
Juan de Portoplano se quedó pensativo y pensativo. “Acaso es que no puedes o no sabes o no quieres contestarme a esta pregunta, a ti que dicen en la villa que eres sabio”.
“Todo crece y todo evoluciona y todo cambia y todo perece”. -Le respondió Juan de Portoplano-. “Pero no me llama la atención la pregunta, ni el enigma, ni que no sepas la respuesta o que yo tampoco la conozca, sino que tú, tú, ya tan mayor, aún te hagas preguntas de niño, preguntas esenciales”.
– Cuando invitan a una mesa, real o imaginaria, hacen una selección, siempre incluyen a unos, apartan a otros. No es lo malo estar o no estar. El problema es saber si uno, puede sentirse que merecía ser invitado o no merecía estar invitado.
Lo importante, no es solo que valoren los demás tus méritos, sino si tú eres capaz de valorar los méritos de los demás, como nos diría Confucio.
– Los hombres para encontrarse a gusto consigo mismo, se van juntando según afinidades, afinidades de ideas, afinidades de bolsillo o de cartera, afinidades de procedencia, afinidades de color, afinidades…
– Tantas emociones nos nacen de dentro hacia fuera, tantas percepciones de fuera adentro, y en ese estadio-bodega-cocina interior, se intentan compaginar los conceptos e ideas y enunciados que tenemos ponerlos en armonía entre sí. Armonizar conceptos-emociones-percepciones. Eso es la vida.
– Te acercas a una gran obra creativa cultural, te acercas a una mente o alma.
– No dejes que tus deseos internos te invadan sin racionalidad y sin medida y sin armonía. Todo deseo que nazca de dentro o de fuera hay que pasarlo por el tamiz de la racionalidad y de la búsqueda de la verdad. No seas esclavo de tus pasiones-deseos-pulsiones-emociones-sentimientos-libidos, sino que todos, todos pásalos por la red de la racionalidad y de la verdad. No solo somos razón, no solo somos irracionalidad, somos una combinación armoniosa entre razón y pasión…
– Juan de Portoplano fue de viaje a un país lejano, se acercó a una plaza, dónde en cada tienda o puesto que había se vendía un producto. Cada producto era una filosofía o ideología diferente. Cada una tenía soluciones diferentes y diferenciadas a cada modo de pensar-filosofar-entender-comprender el mundo-hombre-historia-presente-futuro-Dios.
Juan de Portoplano observó que millones de millones de seres humanos, durante siglos y milenios, se acercaban e iban comprando-adquiriendo-admitiendo una ideología, un traje por dentro y por fuera. Cada uno se ponía su vestido-pantalón-camisa-traje, tintaba su cerebro por dentro de un color. Y salía a las calles de alrededor, cada uno se marchaba a su ciudad y a sus campos.
Siguió observando a esas personas, y ya empezó a ver por las calles, cómo discutían unos con otros, cada uno defendiendo su punto de vista, su ideología cultural-religiosa-metafísica-ideológica-política. Se formaban corrillos y grupos y asociaciones y jefes que comandaban cada ideología y aceptadores-fieles-creyentes-afiliados de cada uno de esos grupos…
Pero pasaron los días y semanas y meses y Juan de Portoplano visitó otras ciudades y otros países cercanos y lejanos. Y observó que aquellos que fueron a comprar aquellos productos culturales ideológicos, aquellos o sus descendientes, ya no solo formaban grupos y bandos y asociaciones y partidos y países sino que utilizaban esas bandeas para formar-conformar barcos, escuadras, aviones, destacamentos, regimientos y todo eso se transformaba en batallas, guerras, escaramuzas, golpes de estado, revoluciones, contrarrevoluciones…
Cansado y agobiado Juan de Portoplano volvió a su país, a su región, a su ciudad, a su casa, a su cocina y durante meses y meses no salió de ella, como diría Pascal, intentando entender-comprender cual era el remedio a ese mal del ser humano…
– Salió esa mañana Juan de Portoplano a pasear por su ciudad, a tomar su café-té-manzanilla, pero sobretodo a observar el paisaje y el corazón de sus conciudadanos. Se le acercó una viuda que acaba de enterrar a su hijo postadolescente, y se quedaba sin nada: “Oh, tú, supuestamente sabio, por qué y en qué de la muerte y para qué la muerte”.
Juan de Portoplano, miró a la mujer, se quedó callado, y esperó que siguiese hablando, y la mujer, con lloros y lamentos, lloraba por todo y se lamentaba de todo.
“No puedo explicar todas las cosas del universo – le respondió Juan de Portoplano-, no puedo conocer todos los entes y todos los azares entre los entes, ni todas las causas internas y externas de cada ente, de su salud interior y exterior, de su salud del cuerpo, de su salud del alma o espiritual, de su salud psíquica, de la salud de su sociedad, de la salud de su cultura… No puedo contestar a todo… Pero examina, si todos los seres humanos, unos, unos por unas razones, otros, otros por otras, atraen hacia ellos la muerte, unos van conduciendo demasiado deprisa, otros, beben demasiado alcohol, otros tienen relaciones sexuales incorrectas, con lo cual, traen mayores posibilidades de enfermedades, otros siguen sus pasiones, sea cual sea, sin racionalidad y sin prudencia y sin moderación…”.
Y la mujer bajó los ojos y comprendió.
“Dime, mujer, no puedo consolarte del todo, dime que pasión desenfrenada tenía tu hijo ya en la primera edad adulta, entre la adolescencia y la adultez, dime que pasión desenfrenada tenía tu marido…, que al final, fueron los que le llevaron a la muerte…, los que le adelantaron ese paso…”.
La mujer, llorosa, con un poco más de consuelo, miró hacia el suelo y se marchó.
– Juan de Portoplano, un día se subió a los andamios de una pared, que estaba en el centro de la ciudad, en la plaza más importante y escribió con letras grandes para que todo el mundo las leyese y las comentase y las meditase: “Conoceos a vosotros mismos. Pero para conocerse de forma más correcta tenéis que tener ideas y conceptos y datos los más verdaderos posible”.
Dejó la pintura y el pincel en el suelo y se marchó silencioso a su casa. A mirar y mirarse dentro de sí, lo de fuera de sí, a mirarse fuera de sí, lo de dentro de sí.