Este lunes ha fallecido en Puertollano Antonio Ruiz Fernández, «Tole», uno de los históricos luchadores sindicales de la ciudad minera. Junto a sus compañeros de generación, Tole contribuyó de manera decisiva al avance de los derechos de los trabajadores durante la dictadura franquista, literalmente jugándose el tipo y sufriendo en sus propias carnes las consecuencias de su compromiso social.
En la primavera de 1968 Tole y un puñado de compañeros del Partido Comunista y del enlace sindical de Comisiones Obreras en la empresa Calvo Sotelo fueron expulsados del Sindicato vertical por no caer en el «legalismo» de esa plataforma del régimen. Antes, consiguieron obtener los jurados de empresa en la Calvo Sotelo y de la minería de la Peñarroya. En aquellos años creció exponencialmente la influencia sindical en el movimiento obrero que, entre continuas detenciones, luchó por la seguridad en el trabajo, la libertad sindical, la amnistía política o el acceso de los hijos de los obreros a la Universidad.
Tole, junto a sus camaradas, fue uno de los grandes protagonistas de huelgas y manifestaciones, entre ellas las celebraciones del Primero de Mayo, cuando se repartían clandestinamente miles de manifiestos y octavillas, y los trabajadores y sus familias, a pesar de las detenciones preventivas, se reunían en el Parque de la Rincona para hablar de sus reivindicaciones… hasta que la fuerza pública les obligaba a marcharse. Gracias a hombres como Tole se consiguió firmar el importante convenio de 1967 en la petroquímica. También protagonizaron la histórica y brutal manifestación de 1970 contra el cierre de las minas en Puertollano, en la que se produjeron violentas cargas policiales a pesar de estar encabezada por mujeres y niños.
El sacrificio de Tole y sus compañeros preparó el terreno de la Democracia y de los derechos sociales que hoy, lamentablemente, vuelven a estar amenazados.
El funeral tendrá lugar este martes a las 16.00 horas en la parroquia María Auxiliadora.
Muchos sindicalistas de ahora deberían de aprender de el.Un buen hombre.
Los sindicalistas de ahora sólo se preocupan de su liberación para no ir a trabajar años y años y así les va a los trabajadores.
Son unos vendidos a las empresas y no pueden morder la mano que les da de comer, sin pegarle un palo al agua.