Lola Garrido, la coleccionista de fotos valiosas e históricas, dice de sí misma: “yo que soy muy moderna cada vez soy más clásica”. Con lo cual las barreras se dinamitan. Y uno aspira a ser lo contrario de lo que se es. O no sabe lo que, ciertamente, se es.
De esa divisoria inconclusa, Alberto Corazón establecía que «No quiero ser moderno, quiero ser clásico«.
Otros, por contra dirán con solemnidad moderna que «No quiero ser clásico, sino moderno«.
Ser lo que no se es.
Giorgio Armani, por contra establece un marco diferente. «Ser moderno significa vivir el presente. No tener nostalgia del pasado y no poner demasiado interés en un futuro que ya no nos pertenece«.
No dice nada del clasicismo.
Ese pasado blanco para Vicente Verdú es otra cosa casi negra. «El pasado que otros ven tan importante y fortificante es para mí una montaña de muerte«.
La montaña de muerte prolonga, tal vez, la bíblica visión del ‘Valle de lágrimas’; porque la muerte próxima y querida, nos hace llorar.
Y es que no hay pasado alabado, venerado y custodiado.
Más bien, para Verdú. «Todo lo pasado se amontona como desgastado, residual, podrido naturalmente por el paso corrosivo del tiempo«.
Y por ello y por pura lógica argumental, el autor ilicitano fija como meta el futuro, que sin existir es su única esperanza. «El futuro para el que tengo cada vez menos tiempo se presenta ante mí como lo único que de verdad poseo como patrimonio«.
Pero ¿cómo se posee lo que no existe?
Esa es la rareza del ‘patrimonio del futuro‘.
Cuando bien sabemos, que todo patrimonio viene del pasado.
Como la paternidad que avanza de atrás hacia delante, y no al revés.
No hay patrimonio hacia delante.
Quizás por ello, la mejor receta sea la proporcionada por Roland Barthes.
Quien nos advierte de su indiferencia ante el hecho de ser moderno o de ser actual.
Más aún, para él, «ser moderno es saber qué lo que ya no es posible«.
Por ello, afirmé hace años, la modernidad como indiferencia y la modernidad como imposibilidad.
Otra abstracción, pura abstracción.
Y eso en las puertas de algo tan moderno y abstracto como una Año Nuevo.
Moderno porque es el último, y abstracto porque es puro concepto.
Un Año Nuevo que a fuerza de repetirse es algo tan conocido como repetido.
Tan esperado como desesperado.
Y esa es la paradoja de los ritos circulares que anuncian lo que no son.
Y han dejado de ser lo que fueron.
Y, además, son lo que no pretenden.
Por error, por omisión y por repetición.
José Rivero
Divagario
La diferencia entre lo clásico y todo lo demás, pasado, presente, modernidad, futuro…es que lo clásico carece de muerte. O dicho de otro modo para que la Novena Sinfonía de Beethoven desaparezca tendría que hacerlo toda la humanidad.
Lo que está claro para cada vez más gente, es que lo pasado no era tan malo ni lo moderno tan bueno como nos venden.
Tiene razón, hay abstracción en el planteamiento, pero no en la reacción.
La posmodernidad ecléctica hace imitación cutre del pasado por crisis de creatividad.
La modernidad terminó por la crisis nuclear.
El tradicionalismo se hace popular por su incorrección, pero no es sólido por falta de fundamentacion ideológica.
La incertidumbre únicamente es debida a la actual crisis de creatividad.
La única reacción a la crisis cultural es el pragmatismo realista, el desencanto fundado, y la espiritualidad como fuente de inspiración.
El Greco nunca fue clásico ni moderno, fue otra cosa que muy pocos en Occidente se han atrevido a descubrir, fue un místico.
Hay una crisis de materialismo existencial.
Y no, no hay dinámicas cíclicas. Occidente no se repite, se transforma, imitando y poco a poco, innovando. La genialidad hoy tiene la suerte de expandirse rápidamente.