Ya estamos en 2.017. En las últimas semanas de 2.016 han sucedido cosas extraordinarias aunque nadie hablará de ellas. Es precisamente de lo que quiero escribir hoy, en este primer artículo del año recién estrenado.
Federico había perdido el trabajo, consumido las prestaciones por desempleo y todas las ayudas adicionales, incluidas las obtenidas a través de la asistencia social. Le era imposible seguir pagando el alquiler. Telefoneó a su casero para informarle que el último día de Noviembre abandonaría el estudio.
-Si te resulta caro podría hacerte alguna rebaja –le comentó el dueño.
-No, muchas gracias. Esta decisión debería haberla tomado antes. Honestamente, nunca pensé estar sin trabajo tanto tiempo.
-¿Tienes a dónde ir?
-Ando en ello –fue la respuesta de Federico.
El caso de Magdalena tiene muchas semejanzas. En fechas similares a las de Federico, informó al propietario de su piso alquilado el propósito de abandonarlo a fin de mes. Era una decisión forzada por la imposibilidad de seguir pagándolo. Magdalena no estaba sola. Entre ella y su marido apenas conseguían algún ingreso muy de tarde en tarde. La situación era desesperada, aunque la sonrisa de la una y el buen ánimo del otro nunca lo dejaran traslucir.
Heliodoro se jubiló, está viudo. Tiene dos hijos casados y cuatro nietos. Vive de alquiler en una habitación con derecho a cocina, al igual que hicieran sus padres cuando emigraron a Madrid al poco de terminar la guerra. En la capital se casó, fue padre, perdió el trabajo al comienzo del nuevo siglo y se reinventó como autónomo, enviudó y dejó la casa familiar a sus hijos cuando ambos fueron desahuciados de sus respectivos pisos. Percibe la pensión mínima. Con algo más de la mitad de ella echa una mano a sus dos descendientes. El resto es para pagar el alquiler de la habitación y alimentarse. Para cuadrar las cuentas tomó la decisión de volver a Ciudad Real, “pues el dinero te cunde más” – me informó con cara de circunstancias. Tiene un único vicio – si puede llamarse así a leer el periódico mientras toma un café con leche con algo para mojar – pequeño placer que sus circunstancias han convertido en algo prohibitivo.
Rosario Montoya y su marido Antonio viven al día y comen como pueden.
Afortunadamente, existen los fideos y las lentejas, pero sin abusar, hay que estirar cada paquete todo lo posible. No es el objetivo de este artículo poner de relieve el riesgo de desnutrición de quienes se ven abocados a comer de semejante forma, es un asunto del que hablaremos en otra ocasión. De todos modos, no creo que haya dudas de cómo acabarán Rosario y Antonio si continúan alimentándose igual.
-¡Dígame! –Federico atendió al móvil mientras caminaba por la calle Toledo a la altura de Carmen – Carmen. No pudo ver al autor de la llamada. El resplandor de la luz sobre la pantalla lo impedía.
-¡Hola! ¿Tienes un par de minutos? –Federico reconoció la voz de su casero. Se detuvo instintivamente para atenderlo mejor y no dejar escapar detalle de la charla. – ¿Ya tienes a dónde ir………? –Federico tardó un poco en responder.
-Estoy en eso –repitió un par de veces.
-¿Sabes una cosa…….? No voy a permitir que te quedes en la calle. Vamos a hacer lo siguiente…….-Federico escuchó a su interlocutor clavado en el suelo. No se movió un ápice. La gente entraba y salía del bar-restaurante. Federico no movía los labios. Terminada la conversación siguió en la misma postura, como si se hubiera congelado. Colgó la llamada y guardó el teléfono en el bolsillo derecho del chaquetón. Las palabras de su casero se le habían grabado en la cabeza:
-Mira, la vivienda necesita varios arreglos. Me gustaría cambiar algunas cosas y hacerlo poco a poco, sin prisas. Todo eso llevará su tiempo. Quiero que te quedes en ella. Despreocúpate de buscar a dónde ir. Dedica todo tu esfuerzo en conseguir trabajo. No se te ocurra darme las gracias. Céntrate en lo que debes. Un abrazo muy fuerte ¡Feliz Navidad!
Magdalena acababa de recibir un mensaje de móvil, era de su marido.
-Estoy con José María tomando un café en Duopán, la panadería-cafetería de la calle Alarcos. Pásate por aquí.
-Magdalena se dirigió al lugar. José María era un abogado amigo que les llevaba determinados asuntos con los bancos. Al verla entrar, su marido le hizo un par de señas con el brazo izquierdo.
-¡Siéntate, por favor! Dile lo que me acabas de contar a mí –la mujer se sentó junto a su marido y fijó la mirada en el abogado.
-Os he encontrado un piso totalmente gratis –dijo con una sonrisa de oreja a oreja -Magdalena puso cara de extrañeza a la vez que los ojos se le iluminaban. José María le repitió lo mismo que a su esposo.
-Tengo un buen amigo con un piso vacío y casualmente me comentó ayer que no le importaría que fuera ocupado por alguien que realmente lo necesitara y fuera de confianza. Le hablé de vosotros. Si queréis podemos quedar con él para que os conozcáis.
A fecha de hoy, Magdalena y su marido ya se han mudado al piso del amigo de José María.
Heliodoro sólo necesitaba ser invitado a un lugar donde tomar un café con “algo para mojar” mientras leía la prensa. Y encontró la invitación y el lugar gracias a un amigo de la infancia. Fue la primera persona con quien se vio a su regreso a Ciudad Real: su amigo Emilio. Al menos un par de veces por semana quedaban y tomaban el café de rigor, siempre en el mismo sitio. Emilio era sabedor de la situación de su amigo, así que está de más hacer hincapié sobre quién pagaba los cafés y los extras de cada encuentro. Llegó el invierno. Emilio se marchó como cada año a su chalé de Lanzarote y Heliodoro hubo de prescindir de su pequeño vicio; hasta que, un buen día, cruzando la plaza de San Francisco, oyó una voz no del todo desconocida.
-¡Heliodoro! –al girar la cabeza se encontró con Andrés, el camarero que solía atenderlo a él y a su amigo.
-Andrés comprendió el motivo de la ausencia de Heliodoro y lo animó a acompañarlo al bar. Habló con los otros compañeros y decidieron invitarlo entre todos a su café con leche y algo para mojar. Pero, ¡ojo!, y ahora viene el detalle humano de esta historia. Las invitaciones de los camareros no han repercutido nunca en la caja del bar. El dinero para abonarlas procede de las propinas depositadas en el famoso “bote” existente en todos los bares españoles. Así, un día tras otro.
Rosario y Antonio tienen un amplio historial buscándose la vida en diferentes ciudades. En Madrid, ella se hizo amiga de una compañera de trabajo cuando coincidieron en un supermercado. Han pasado casi dos décadas de aquello. La vida une y desune los caminos de las personas a su antojo. El caso es que los de Rosario y su antigua amiga se volvieron a cruzar por casualidad, gracias a una tercera persona conocida de ambas. En la época del supermercado la amiga de Rosario tenía cuatro hijos pequeños que ella cuidaba gustosa cuando aquélla se lo pedía. Estos hijos, ya mayores, se enteraron de la situación de su antigua niñera. Sería la afabilidad de Rosario, su disposición para jugar o compartir lo que fuera con los niños de antaño, ¡quién sabe! El asunto es que los cuatro decidieron crear un fondo común para Antonio y Rosario. El matrimonio recibió el dinero a través de un giro postal. Según me contó Antonio, les permitirá alimentarse dignamente por tres meses. Los hijos de la amiga de Rosario no son ningunos privilegiados, salvo que ya consideremos como tal a quienes disfrutan de un trabajo.
He tenido el placer de reunirme por separado con los protagonistas de estas cuatro historias. Con diferentes palabras – unos con mayor soltura y otros con menos – todos han venido a trasmitir lo mismo: Gratitud y empuje para superar las dificultades.
-Cuando sientes que estás al borde del precipicio, a punto de despeñarte en cualquier instante, llegas a renegar de todo: De tus amigos, de tus vecinos, de las personas con quienes te cruzas por la calle. En esos momentos, si alguien de forma inesperada te lanza un salvavidas, el efecto del hecho es muy superior al que nadie pudiera imaginar. Te cambia la perspectiva de las cosas y, sobre todo, de la gente que te rodea. Te levantas de otra manera, sales de casa con otro ánimo, los hombros te pesan menos. Sabes que el gesto de estas personas es un simple respiro dentro de los problemas a enfrentar, pero ¡no sabes la fuerza que te da! Ese respiro es un motor, y ¿saber por qué?, sencillamente por hacerte sentir humano y apreciar que no estás solo. Y te levantas anímicamente. El riesgo de derrota se supera, y uno ya no es que esté dispuesto a resistir, sino listo para darlo todo y al fin vencer.
-Entonces, si se me permite la metáfora, estas ayudas inesperadas, estos gestos de humanidad, son una especie de arenga guerrera previa a la batalla con el fin de empujarnos a la victoria.
-Sí, algo así. Todos sabemos que la vida es una continua serie de pruebas, por eso es tan importante que en los momentos difíciles alguien te recuerde que puedes superarlas. Aún más, es trascendental que personas concretas se involucren directamente en un signo de confianza en tus posibilidades.
Si soy sincero, los testimonios de los protagonistas de los casos relatados me han hecho reflexionar, y mucho, sobre algo tan sencillo e ignorado como el impacto multiplicador que una mano tendida puede tener en el motor interno de los seres humanos.
Gracias a quienes la tendieron o la tienden en la actualidad, y gracias anticipadas a quienes lo hagan en el futuro. En cuanto a los que dudan, ¡no lo hagáis! En los tiempos que vivimos nada es más revolucionario que poner nuestra mano a disposición de los demás. No es retórica ni sensiblería blandengue es, sencillamente, humanidad.
¡Feliz año, guerreros!
A vosotros y a quienes os arengaron antes de las batallas por venir.
NOTA: Los cuatro casos están basados en hechos reales.
Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
Sr. Lastra, enhorabuena por su interesante y, a la vez, solidario y bondadoso artículo. Son muy necesarios artículos como el suyo en esta época peligrosa, insensible y deshumanizada que nos ha tocado vivir.
Debemos formar a personas capaces de comprender al otro. Ir más allá del aprendizaje técnico y conseguir una formación en civismo y en modelos de convivencia basados en el respeto, la empatía y la igualdad.
Lamentablemente, hoy establecemos metas sin tener en cuenta el impacto que tendrán para los demás.
Hay que evitar que esta sociedad desorientada nos arrebate algo que todas las personas, por muy complicadas que sean, tenemos en común: la necesidad de relacionarnos…
Tan real como la vida.
Es vida real contada.
Que parece un cuento de navidad, pero no.
Lo bueno es que no sepierde la alegría la paz interior y se desea ser solidario con lo poco que tienes.
No he conocido a nadie directamente en ninguna de las dos situaciones, ni como necesitado, ni como «ayudador» solidario, pero sí de oídas a través de personas cercanas. Los comentarios que me llegaron fueron los que transcribe el artículo: Agradecimiento y fuerza para seguir peleando. No somos conscientes de este efecto benéfico, de lo contrario, quien más, quien menos, «arengaría» a más de uno. ¡¡Feliz año a todos!!
Excepcional artículo. He sido testigo de una situacion así. Y otro gran milagro, cuando estuvieron en mejor situación ayudaron a otra persona a encontrar trabajo y la ayudaron a reflotar.
Es encarnación de esa cadena de favores, que es una película además que todo el mundo debería ver.
Siga contando estas historias. Ayer mismo converse con una persona inmensamente feliz. Mujer luchadora, trabajadora, soltera, sacrificada cuidando de sus padres cuando vivían, ahora al servicio de sus sobrinos e hijos, voluntaria de mil actividades. Una persona de Fe además. Una vida gastada en servir a los demás. Y recoge ya jubilada y aún muy activa, una gran felicidad y una hermosa paz interior.
Qué justa es la belleza.
Hola Marcelino. Todas las semanas Sigo tus escritos.supongo que como yo, much as de las personas que te seguimos, por pereza, pudor…no te comentamos nuestra opinion.
Te Leo junto a unas amigas y hoy me he decidido a escribirte yo, pues creo que debes saber, que por lo memos hay un grupo de señoras que esperamos cada semana tu escrito.
Gracias por darnos la noticia de que en medio de esta falta de sensibilidad en la que estamos viviendo hay personas con corazon, con sensibilidad y con ayudar de una forma completamente desinteresada.
Gracias por remover conciencias y hacernos un poco mejor.
No dejes de escribir, aunque la mayoría de nosotros nunca te digamos nada.
Un abrazo