Eusebio Gª del Castillo Jerez.– El historiador Antonio José Martín relató ayer, durante un charla organizada por la Asociación de Recreación Histórica Batalla de Alarcos en el Antiguo Casino de Ciudad Real, los hechos, prácticamente olvidados, que acontecieron a las afueras de Ciudad Real en 1809, durante la batalla en la que el Ejército Español trató de frenar el avance de las tropas napoleónicas.
La Batalla de Ciudad Real de 1809 es bastante desconocida fuera de los círculos militares o de la historiografía de las guerras napoleónicas, comentaba Antonio José Martín, pese a constituir una gran muestra de heroísmo que marcó el devenir de Ciudad Real y su comarca.
Durante casi dos días, el 26 y el 27 de marzo de 1809, se enfrentaron unos 2.000 efectivos del Ejército Español y 4.000 soldados del emperador francés por el control del Valle del Guadiana y la conquista de Ciudad Real. Los combates iniciales se desarrollaron en la zona de la antigua azucarera, el cerro de La Atalaya y el Guadiana. Las tropas imperiales napoleónicas partían de Peralvillo y pretendía cruzar el río. Podían hacerlo a través de dos puentes que en la actualidad no existen: uno que conducía a una antigua harinera conocida como el molino del emperador y el Puente de Nolaya, popularmente El de la Quintina, que estuvo en pie hasta los años sesenta.
La lluviosa mañana del 26 de marzo, Jueves Santo para más señas, comenzó la ofensiva que culminó al mediodía de la siguiente jornada con las tropas invasoras accediendo a la ciudad por la Puerta de Toledo. Fueron húsares holandeses, matiza el historiador, porque aunque el ejército era de bandera francesa, en realidad era una fuerza multinacional. De los soldados invasores que combatieron en Ciudad Real pocos eran oriundos de Francia, aunque sí lo eran muchos oficiales y el general que los comandaba, Horace Sebastiani. Esta fuerza militar se nutría de soldados holandeses, belgas, alemanes, polacos y suizos.
El plan del Ejército Imperial era la conquista de Cádiz, la única capital que no pudo tomar pese a sitiarla hasta tres veces, pasando por Ciudad Real y Córdoba. En 1808 las tropas napoleónicas trataron de avanzar hacia el sur por Jaén, y allí el Ejército Español les esperó en Bailén, donde acaeció la primera derrota de la historia en campo abierto del ejército del emperador francés.
El Ejército napoleónico disponía de más armas y más modernas, «no hay que olvidar que Napoleón era militar, y además artillero», puntualiza Martín. Los defensores contaban con los restos del Ejército Español y cañones obsoletos. Asimismo, las tácticas francesas eran más avanzadas, como el ataque por columnas, y utilizaban con tremenda eficacia los bombardeos de artillería y las cargas de caballería. Las tropas montadas que intervinieron en esta batalla del bando francés fueron lanceros polacos, la Legión Polaca del Vístula, que contribuyó a la victoria de Napoleón en numerosas batallas e incluso le cubrió la retirada en Waterloo, apunta el historiador ciudadrealeño.
Los defensores contaban con la milicia local, de la que la Asociación de Recreación Histórica Batalla de Alarcos ha confeccionado la que pudo ser su bandera y uniforme. Cada capital de provincia de la época, explica Antonio José Martín, disponía de su propia milicia, una suerte de ejército municipal. La de Ciudad Real suponía casi la mitad del Ejército Español en aquella contienda. El resto eran los Voluntarios de Madrid (franceses de la nobleza que habían huido de la revolución en su país), tropas procedentes del Regimiento de Caballería de Pavía y un regimiento de artillería. Precisamente debido a la valerosa actuación de la artillería en batalla, Ciudad Real acogió después, por mandato de Fernando VII, un regimiento de este cuerpo, y así fue hasta 1989.
«Las tropas napoleónicas venían de vencer por toda Europa y de despeñar, literalmente, a los soldados españoles después de arrasarlos en Somosierra, tras sorprenderlos entre la niebla», relata.
«Se les tenía mucho miedo» pero, aún así, «la pobre gente de aquí, molineros, campesinos, panaderos, escribientes…», plantaron cara a los franceses. La milicia local, apunta, realizaba maniobras en Eras del Cerrillo y su cuartel estaba ubicado en la confluencia de la calle General Aguilera con la Plaza del Pilar. El alcalde mandaba la milicia en tiempos de paz, liderándola un militar retirado en caso de guerra o, en su defecto, el propio alcalde. Se trataba, por tanto, «de una tropa sin apenas instrucción, con armas viejas y sin experiencia de guerra».
Inferiores en número, peor armados, sin experiencia en batalla (frente a los seis años guerreando por toda Europa de las tropas napoleónicas), desconocedores de las tácticas modernas, y con la única ventaja de la posición defensiva favorable y el río Guadiana como aliado, el Ejército Español aguantó día y medio las embestidas del enemigo. En comparación, señala Martín, la Batalla de Waterloo apenas duró seis horas.
El Ejército Español disponía de cuatro cañones completamente desfasados. Sendas piezas de artillería fueron colocadas al final de cada puente que se pretendía defender, «con lo cual si alguien trataba de pasar se le recibía con bolas de hierro a trescientos kilómetros por hora». Los franceses sufrieron bastantes bajas tratando de colarse entre descarga y descarga. La infantería de apoyo española padeció lo suyo para impedir el paso de los obstinados casacas azules a base de disparos de fusilería y bayonetazos. Después de varios intentos, los invasores se dieron cuenta de que «de esa forma no iban a ningún sitio». Entonces Sebastiani envió a los mil polacos a caballo a localizar un paso siguiendo el curso del río Guadiana. Lo remontaron hasta casi Calatrava la Vieja, y por allí cruzaron, o por alguno de los molinos de Carrión de Calatrava. La documentación consultada en Francia por el historiador detalla que atravesaron el río a una legua de distancia, de noche y por un puente viejo cercano a un castillo medieval muy grande. A la mañana siguiente, se encontraban a la espalda del Ejército Español, aunque no fueron detectados al aproximarse sin ser vistos por detrás de La Atalaya. Cargaron contra los españoles, desbaratando sus posiciones defensivas, que después de un día de combate albergaban la esperanza de que las tropas napoleónicas se dieran por vencidas y se retiraran para tratar de avanzar hacia el sur por otra ruta. La infantería española, entre la que se encontraba el por entonces cabo Baldomero Espartero, se vio obligada a refugiarse en el cerro o a emprender a la huida a la carrera para intentar alcanzar las murallas de Ciudad Real.
La caballería española, formada por los regimientos de Voluntarios de Madrid y de Caballería de Pavía, también permanecía oculta y, cuando soldados polacos se aprestaban a acabar con las tropas en retirada, ésta salió a su encuentro para cubrir la retirada y evitar la carnicería.
Los supervivientes trataron de defender Ciudad Real, pero en cuanto las huestes de Napoleón situaron la artillería a distancia de tiro abrieron hueco en la muralla, una endeble fortificación medieval construida para detener flechas y piedras que nada pudo hacer frente a los cañones del emperador. En apenas una hora las tropas francesas consiguieron entrar y tomar posesión de la ciudad.
Los invasores saquearon el tesoro de la Virgen del Prado, aunque la ciudad se libró de ser arrasada gracias una afortunada casualidad. Y es que alcalde, Diego Muñoz Pereiro, sabía francés, y su hermano, que había sido embajador español en Constantinopla, conocía al general Sebastiani, que anteriormente había sido también diplomático. Hasta el Convenio de Ginebra, cualquier población que se resistiera a un ejército en marcha era considerada parte del enemigo y lo habitual era reducirla a cenizas, explica Martín. Ciudad Real se libró de ser arrasada por el Ejército Imperial, lo que no ocurrió con otras localidades como Miguelturra o Valdepeñas.
Posteriormente hubo movimientos de guerrilla contra el destacamento de caballería francés acantonado en el Hospital Provincial (actual Rectorado). Entre los protagonistas de la resistencia ciudadrealeña, el capitán Hidalgo, veterano de Bailén; y un guerrillero conocido como El Locho. Los soldados napoleónicos destrozaron la judería (barrio del Perchel) para levantar un parapeto de tres metros y encerrarse entre éste y la muralla de la ciudad. Colocaron dos cañones capturados a los españoles apuntando a las calles Toledo y Altagracia para disuadir cualquier conato de insurrección.
Manuel Adámez, El Locho, llegó a ser oficial del ejército y, junto al capitán Hidalgo y otros soldados, formó el (rimbombante) Regimiento de Húsares de Ciudad Real y Miguelturra, que logró numerosos éxitos en la guerra, siendo especialmente hábiles en las incursiones nocturnas en plazas como Piedrabuena o Torralba de Calatrava, y castigando las líneas de abastecimiento francesas. Fue un «infierno» para el Ejército Imperial Napoleónico, recalca el historiador. Para la población también fue terrible. A causa de las hambrunas murió mucha gente en Ciudad Real y su comarca. Señala, por ejemplo, que los franceses requerían a diario quinientas hogazas de pan.
Con el tiempo, las tropas francesas fueron requeridas por José I Bonaparte para defender Madrid y emprender la retirada. Ciudad Real fue recuperada en mayo de 1813. A varios ciudadrealeños afrancesados se les formó un consejo de guerra; «de éstos, algunos lo perdieron todo y otros fueron desterrados por el delito de traición».
Fue una batalla que no ha trascendido, comenta Antonio José Martín, porque a la vez se desarrollaron los sitios de Zaragoza y Cádiz o la victoria francesa en Badajoz. «Ciudad Real tenía entonces 7.000 habitantes y la misma importancia política que en la actualidad».
Pese a la «heroica» resistencia de los soldados españoles en Ciudad Real, militarmente se cometieron errores que provocaron la derrota e hicieron de la batalla un acontecimiento poco apetecible para el recuerdo. El general español fue destituido por su «actuación incompetente» después de un consejo de guerra. La negligencia del malagueño José Cartojano, conde de Urbina, fue retirar la guardia por la noche. El mando español creyó que los franceses se habían dado por vencidos cuando cesaron su ofensiva. En realidad habían enviado a la caballería a cruzar el río para sorprender al enemigo por la retaguardia. La orden de la Junta Suprema era detener a los franceses a toda costa, que no pasaran por Ciudad Real, obligándoles a dar la vuelta para tratar de frenarlos en un segundo Bailén en otro punto de Andalucía. «No puso guardia cuando cayó la noche y ese fue su error, pese a que no tenía constancia de la presencia de la caballería polaca porque permanecía oculta detrás de El Piélago», concluye Antonio José Martín.
Muy interesante.
Excelente relato de la batalla de los puentes de 1809. Poco después, las tropas españolas sufrirían otro revés en Medellín y esto desató el terror por toda la Península…
Hay un personaje en el relato que es bastante extraordinario. Me refiero al guerrillero castellano-manchego Manuel Adame de la Pedrada que nació en Ciudad Real el 6 de mayo de 1780. Fue apodado «El Ocho» o «El Locho» por su antiguo oficio de «gorrinero» y su grosera fisonomía. Fue fiel defensor del Absolutismo y del Carlismo y se distinguió por su extrema crueldad en sus acciones. Su única hija se casó con el general Carlista Vicente Sabariegos Sánchez de Piedrabuena. Murió en el exilio en Londres….(hay numerosas anécdotas de este guerrillero y alférez español)…
Excelente narración. Una pena no haber conocido de antemano la celebración de la conferencia… a quién quiero engañar, dadas mis obligaciones paternofiliales ni de coña hubiera podido ir. Al menos nos queda este artículo, sumamente interesante. Enhorabuena al ponente.
Un gozo iniciativas como esta, y el trabajo que muchas asociaciones ciudarrealeñas, cada vez más, realizan a fin de recuperar nuestra memoria y patrimonio.
Muy interesante el porqué de la presencia de un regimiento de artillería en nuestra ciudad, que luego protagonizó igualmente episodios históricos reseñables (el levantamiento fallido contra Primo en 1929). También muy curiosa la feliz coincidencia que permitió a la ciudad salvarse de una mayor destrucción, la presencia de un joven Espartero y el destino del general al mando.