De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (2)

Manuel Cabezas Velasco.- Una semana ha pasado y padre e hijo no han vuelto a hablar de lo ocurrido con aquellos trazos que escondían su propio pasado. En aquellas líneas se mostraban lo que había ocurrido años atrás respecto al pasado del abuelo del muchacho. Abuelo que había acompañado a unos judeoconversos que tenían por destino Constantinopla, las tierras orientales que mencionaba el texto.

carillonSería hacia la mitad del siglo XV, concretamente en el año de nuestro Señor de mil y cuatrocientos cincuenta y tres, cuando los turcos tomaban Constantinopla y también producirían varias lluvias de estrellas fugaces o cometas, que serían interpretadas por la comunidad conversa a modo de señal de que había llegado el Salvador de la estirpe mosaica, estrellas que contemplarían desde la casa de uno de los líderes conversos de la otrora Villa Real, que era conocido como Sancho de Ciudad, el cual acogía a sus correligionarios en su morada siendo un frecuente lugar de reunión donde mantener sus tradiciones sin estar a la vista de los cristianos y hombres de la Cruz.

– ¡Padre, perdóneme si le incomodé el otro día, haciéndole recordar tan amargas desdichas! – le imploró apesadumbrado el vástago a su maestro y progenitor.

– ¡No te preocupes Ismael, no es culpa tuya el que hayas encontrado estos escritos, pues ya apenas recordaba que existían! Además, mejor que lo hayas hecho tú, pues si llegasen a manos de las autoridades…

– ¿Por qué dices eso, padre? ¿Qué nos puede ocurrir?

– Eso es difícil de explicar, pues aún no conoces muchos detalles de lo que encontraste, y cuando llegue el momento debo contártelo.

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Habían sido avisados de la llegada del Santo Oficio a la ciudad. Tenían que prepararse para la huida. Debían desprenderse de todo aquello que más querían. No eran sólo pertenencias personales o materiales como ropajes, utensilios u otros objetos. Debían desprenderse de su propia morada. Abandonar la posibilidad de regresar, pues estaba en juego su propia vida.

La partida hacia las tierras orientales venía a ser la única salida para continuar siendo fieles al credo de sus antepasados. Su dirección, hacia Turquía o el norte de África, vendría delimitada por los avatares de su azarosa fuga.

En el caso de Sancho, la premura le indicaba buscar un destino con objeto de adquirir una embarcación que le hiciese penetrar en el Mar Mediterráneo para así huir del yugo inquisitorial, tenía la necesidad de realidad algún tipo de escala, a buen seguro próxima a Italia. Para ello partirían del levante peninsular. El porqué de su huida tan precipitada era evidente: Sancho se encontraba a la cabeza de la comunidad conversa de Ciudad Real, era un gran creyente, gran conocedor de la ley de Moisés, por lo que era objeto de multitud de envidias por parte de los cristianos viejos de su población de origen y la suerte podría no ser una fiel compañera de este grupo de conversos ciudarrealeños.

Su necesaria huida les llevaría a tomar una decisión drástica en sus vidas: ¿debían someterse al mandato de los Hombres de Dios o alejarse de todo aquello por lo que se habían sentido dichosos? La decisión parecía bastante clara, diáfana: sólo les quedaba la fuga, pero ¿a dónde?

No obstante, Sancho y los familiares que le acompañaron en su azaroso periplo de fugitivos no se iban a encontrar solos, había alguien más – lejos de la vista del grupo de judeoconversos – que también pretendía huir, aunque no tenían los medios que estos para ello ni tampoco huían del Santo Oficio por no ser cristianos…

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