Frente a la creencia, extendida hoy en día, de que el Deporte en su conjunto carece de ideología, la obsesiva información sobre los eventos del verano, desde la Eurocopa de junio a las Olimpiadas de Agosto finalizadas, marcan y señalan lo contrario.
Pura mercadotecnia política, pura instrumentación propagandística.
El Deporte como prolongación del Poder de un Estado, por más que vendan el carácter filantrópico de carreras, saltos y pesas.
El lema olímpico de ‘Citius, altius, fortius’ lo deja bien claro.
Por eso la bobada del barón de Coubertin, “lo que importa es participar”.
Nadie se reconoce en la participación sin victoria.
Corre quien gana. Y gana el que corre.
Incluso, el recuento de medallas tiene que ver más con el PIB de las naciones que con la genética deportiva.
O con las fuerzas armadas y uniformadas.
Como ocurre con las participaciones olímpicas de Corea del Norte y Venezuela.
Como ocurría en el pasado con los países del Pacto de Varsovia.
Deportistas camuflados de militares, o al revés.
También los Grandes Sindicatos del Pueblo, o las Grandes Industrias Metálicas aportaban atletas, corredores, balonmanistas, futbolistas, nadadores y lanzadores de disco.
Claro que los países no militarizados, cuenta con otros recursos encubiertos, que tapan el amateurismo supuesto y ya inexistente.
Apoyos, subvenciones, planes, becas y bicocas.
Y en caso contrario, se recurre a presentar a superprofesionales de la NBA o de la liga ENDESA, o de la liga BBVA, o del Corte Inglés, o del Tour del Crédit Lyonais.
Todas razones altruistas y no comerciales.
Como prueba del amateurismo galopantemente extinguido.
Incluso, para reforzar esa creencia, se organizan los Juegos Olímpicos Paralelos o Paralímpicos.
Para demostrar el carácter aficionado de todo el deporte en competición.
Al final han conseguido darle la vuelta, y pasar del ocio deportivo desinteresado al negocio rutilante y dopado.
José Rivero
Divagario