La exposición del MNCARS ‘Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra española. 1939-1953‘ no sólo alude al título homónimo del ciclo novelístico de Max Aub y su ‘Laberinto mágico’ sino que trata de enunciar el cerrado clima cultural e intelectual del primer franquismo. Un clima en el que resulta visible cierta mirada complaciente hacia el agrarismo rural como ideología de la reconstrucción nacional.
En el IV Congreso Internacional de Arquitectura, celebrado en Pamplona, en junio de 2016, el arquitecto holandés Rem Koolhaas, señalaba que, a su juicio, lo más importante que estaba sucediendo ahora en el mundo era «la transformación del campo». Y eso dicho por un holandés, originario de un país cuyo campo artificializado es de suyo una transformación perpetua y enteramente artificializada.
Una transformación del medio rural contemporáneo que pivota en factores tecnológicos positivos y en factores poblacionales negativos. Así, prosigue Koolhaas, vivimos: «En un mundo en el que la tecnología lo reduce todo, el campo se está computerizando. Cada vez más máquinas y menos personas se ocupan del campo«. Esta afirmación, ya había sido anotada por Michel Ragon en 1970, en su trabajo ‘Las ciudades del futuro’, donde ya hablaba «de la metamorfosis de la agricultura por la mecanización, [y] que pese al abandono de la tierra, se produce demasiado«.
Consecuencia de ello es el doble efecto de la urbanización creciente de la población mundial y de la despoblación no menos creciente del medio rural. En el primer aspecto, baste señalar que las estimaciones de la UNESCO para 2035 fijan la población urbana en el 75% del total mundial, frente al actual 50% de población urbana. Una población intensiva en un espacio reducido: ese 50% de la población se asienta en solo el 2% de suelo, y señala una doble senda: la concentración poblacional urbana y la despoblación rural. En una deriva clara, además, de la extinción poblacional del campesinado, no ya como clase social, sino como fracción de la población apartada de las ciudades.
En el segundo apartado, la imparable despoblación rural, ha sido abordada recientemente por Sergio del Molino con su trabajo ‘La España vacía. Viaje por un país que nunca fue‘ (Turner, 2016). Trabajo que formula una visión histórica del desequilibrio campo-ciudad y de los indeseables efectos que sobre la estructura territorial española produce dicha circunstancia. De tal suerte que puede afirmarse, a mi juicio, que el verdadero problema de la estructura territorial de España, no es tanto la convivencia posible de los diferentes nacionalismos periféricos, cuanto la divisoria creciente entre el campo y la ciudad. Divisoria que excede cualquier contraposición de clases sociales, en un antagonismo desequilibrado y altamente pernicioso para el equilibrio territorial. Si el primero de los desequilibrios territoriales es de naturaleza eminentemente política, el segundo de los desequilibrios no es solo poblacional, sino social y económico. Baste ver la reducción de la población activa agraria y al tiempo, la necesidad de mantener un sector productivo vinculado a la tierra y al campo.
El trabajo de Del Molino, llega a reflejar el entorno de ‘la España vacía’, que es al tiempo la España interior, con una superficie del 53,12% del total nacional para una población del 15,75%, y que llega solo al 9,98% del total nacional si se descuentan las capitales provinciales. Es decir, que estamos viviendo anticipadamente en el horizonte del año 2035 de la UNESCO.
Y ese estado de cosas del presente cuenta con un proceso histórico del poblamiento irregular y con una estructura provincial decimonónica (Javier de Burgos, 1833) incapaz de sortear los desequilibrios territoriales y poblacionales previos. Incluso ese proceso de asentamiento desigual experimenta un salto, llamado por Del Molino como ‘el gran Trauma’. ‘Gran Trauma’ consistente en el progresivo despoblamiento de zonas rurales y el inicio del éxodo masivo a las ciudades. Y ello, pese al reconocido agrarismo ideológico del franquismo y de la peculiar singladura del Instituto Nacional de Colonización, con su pretensión de crear una Arcadia rural y de frenar los movimientos migratorios que se precipitan desde los años cuarenta y se aceleran en las décadas siguientes.
Piénsese en la creación intelectual de la llamada Ruralística como alternativa a la Urbanística, y en el aprecio sostenido por el mundo rural frente al decadentismo de las ciudades. Por ello advierte Del Molino que «la mayor transformación no fue la de la guerra, sino la del éxodo rural de 1950«. Un éxodo rural agitado por toda la ideología del Desarrollo, desplegadas por las técnicas instrumentales de los Planes de Desarrollo Económico y Social operativos desde 1964. Planes que incentivaron, a través de los Polos de Desarrollo, mas despoblación rural y mas emigración urbana.
Ese perfil del país partido y dividido, es visible en buena parte del cine y de la literatura de los cincuenta y de los sesenta, y es reflejado por Del Molino con la pieza de referencia de Miguel Delibes ‘El disputado voto del señor Cayo’ (1978). Reflexión sobre la extinción del medio rural, la de Delibes, que se colmata de sentido, si nos fijamos que el relato delibesiano está referido a la campaña de las primeras elecciones de 1977 y se publica en el mismo año de la aprobación de la Constitución española. Como si se quisiera indicar con ello, la omisión a un problema pendiente largo tiempo abierto, pero que tampoco sería abordado desde la institucionalización democrática y desde las nuevas estrategias políticas de la Transición. Por ello Del Molino fórmula la sentencia casi fúnebre: «No hay solución a la España vacía, porque no se entiende, forma parte de otro mundo«.
Percibido el problema de la despoblación imparable del campo, solo se ha recurrido en los años de integración europea, a técnicas paliativas a través de los fondos FEDER y del llamado Desarrollo Rural. Buscando inversiones capaces de fijar población, en aras del nuevo paradigma del Territorio Sostenible. No ha existido en las técnicas planificadoras del espacio más Ordenación Rural, pese a todo, que la marginalidad desde la Ordenación Urbana: el suelo rústico es visto como reverso negativo del suelo urbano. Más aún las técnicas de planeamiento urbano apenas han diferenciado los problemas urbanos de los problemas rurales, en contraste con la pretensión del Decreto de 1964, y con la filosofía de la ley de Ordenación Rural de julio de 1968.
Y ahora, en 2015 y en 2016, el debate de la pretendida pero inexistente Ordenación Rural, se quiere conectar con la supervivencia de las Diputaciones Provinciales. Que no dejan de arrastrar en su seno, el pecado con el que fueron concebidas en 1833.
Periferia sentimental
José Rivero
Estupendo artículo. Gracias.
Seguramente estamos ya en otra civilización en el que el mundo rural nos es ajeno a la mayoría, donde los oficios y la tecnología antigua han desaparecido y va quedando la agricultura en algo residual. Nuestra civilización es urbana, no tiene interés ninguno por el mundo agrario; y así nos encontramos con la paradoja de una provincia plena de campo, de pequeñas poblaciones, islotes diseminados por un amplísimo territorio y unos habitantes con la cabeza amueblada para vivir en una gran ciudad, adaptados por tradición a un microcosmos.
[…] artículo se publicó en miciudadreal.es el 16/08/2016, pero por su interés aquí queda […]