La propuesta memorialistica de José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929), que denomina como ‘Corredor de fondo’ (Tusquets editores, 2016) y que se presentará el próximo 14 de julio en la BPE, plantea algunas dificultades interpretativas como expresa ya su propio nombre.
Un nombre que, pese al juego equívoco del corredor apellido, con el corredor del ejercicio atlético, no deja de aludir a una rara resistencia para el atletismo o para otras actividades que se forjan como el metal en la fragua. También podríamos pensar con todo ello, en el ‘Fondo de[l] corredor’, como lo que encontramos al final de pasillo de la vida. O incluso observar, con Alain Sillitoe, autor del libro de ruptura ‘La soledad del corredor de fondo’ (1959); llevado al cine tres años más tarde por Tony Richardson. Con la salvedad de que el corredor de Sillitoe, representado por Tom Courtenay, lo es por redención de pena en el correccional, mientras que Pepe Corredor, según nos expone en varios puntos de su trabajo, fue un corredor de velocidad en su juventud temprana. Que en esos años del corredor sillitoiano, rondaba la treintena, es decir dejaba aparcada las carreras juveniles, para entrar de lleno en otros ritmos físicos. Aunque ya en la edad tardía desde la que agavilla sus memorias, se considera así mismo, como un ‘corredor de fondo’, que es finalmente el nombre dado a su proyecto memorialístico.
La vida pues, como una prueba de atletismo, aunque el prefiera una valoración de la vida ¿vista o vivida? como una película. Como así denomina al colofón de sus anotaciones y capítulos (página 523). No como un poema, ni como un cuadro, sino como una película, que no identifica, pero si lo hace con su director Woody Allen. Y digo cuadro y digo poema, porque ambas actividades, la Poesía y la crítica de Arte, componen los dos perfiles fundamentales de su quehacer y de sus ocupaciones, componen la visibilidad misma de su perfil vital.
Y ese gesto del protagonista de ‘La Rosa púrpura del Cairo’ da lugar a un ejercicio de cervantinismo cinematográfico, si se me permite la paradoja. En la medida en que los planos de la ficción cinematográfica pugnan por saltar del fotograma a la fila de butacas, rompiendo el pacto de representación de lo fílmico. Igual que ocurriera con Cervantes, con Sterne o con Pirandello, quebrando pactos de representación literaria o dramática.
Y esta circunstancia de la escritura de memorias que es contada como tal, en el curso de su propia escritura, genera un raro efecto de pérdida de eficacia narrativa. Como acontece con el encuentro de 2015, con Pascual Maragall (página 423), quien preguntando a Pepe Corredor sobre sus ocupaciones y menesteres, este le responde “Estoy acabando mis memorias”. ‘Estoy en ello’, pues; y esto que hablamos, será así reflejado y sostenido. En una suerte de auto reflexividad, al contar lo que hace e incluirlo dentro de la propia escritura.
Pero no sólo el relato de lo acaecido para incorporarlo dentro del texto; sino el concepto mismo de lo que es una ‘escritura de memorias’. Así, tras narrar un encuentro en 2003 con Jaime Siles y con Antonio Gamoneda, fija su concepto de memorias (página 507). “Porque unas memorias han de partir básicamente de las relaciones que has establecido con los demás y las experiencias que has tenido con ellos”. Y esas anotaciones se producen en el seno de un debate sostenido, por los dos autores citados, sobre el entendimiento de la Poesía. Y Corredor, en lugar de dar su versión y su opinión sobre el ejercicio poético, como hiciera en su reflexión de 1989 en ‘Sobre lo que no es poesía’, prefiere deslizar esa teoría de sus memorias y el memorialismo, antes que sumergirse en el debate. Pero ¿sería así?, o todo se debe a la eficacia de la construcción del género memorias: “Hablar de aquellos con los que estuve”, para componer unos daguerrotipos eficaces, estampas afortunadas o unos cuadros personales de alto relieve.
Casi justo lo contrario de lo que esboza y propone Antonio Martínez Sarrión en su primera entrega memorialística de ‘Infancias y corrupciones’. Claro que Martínez Sarrión, al que incomprensiblemente no cita Corredor, como poeta coterráneo, próximo y relevante en la Poesía española última y con el que comparte presencia en la antología de 2015 ‘De tu tierra’, contó con el sabio consejo de Juan Benet. Quien, cuando supo de los propósitos memorialísticos sarrionianos, le espetó “Antonio como no has vivido ni grandes hechos ni grandes acontecimiento, sólo te queda en el ejercicio de tu escritura memorialística, realizar un ejercicio de estilo”.
Y esta es una de las extrañezas añadidas, a la lectura del ‘Corredor de fondo’ ¿Cómo siendo Corredor un poeta conciso y desnudo, preciso y poco perfumado, incluso ‘nihilista’ como quiere González Moreno o ‘despojado’, a la manera que cita Balcells, opera con una escritura circunstancial y carente de vuelo de sus entregas poéticas? Una escritura funcional y desarbolada, impropia del poeta que es, y que le aleja de las aportaciones memorialísticas sostenidas por poetas y escritores variados, para aproximarle más a esos otros trabajos de profesionales diversos, en los que lo que cuenta finalmente es el índice onomástico y la enjundia de los conocidos que desfilan por el quehacer de los días. Preocupado Corredor como queda dicho, de relatar sus ‘grandes encuentros’ omite el carácter más personal y reflexivo de su escritura, de la escritura del pasado vivido, para dar paso a esas citadas “relaciones que has establecido con los demás y las experiencias que has tenido con ellos”.
Con todo lo cual perdemos la oportunidad de contar con un punto de vista personal de los recuerdos enhebrados, y perdemos también la posibilidad de contar con otra pieza más que añadir a los ejercicios memorialísticos de autores regionales relevantes: desde Ángel Crespo y ‘Los trabajos del espíritu’ (1999) a Francisco Nieva y ‘Las cosas como fueron’ (2002); desde el citado de Martínez Sarrión (1999) hasta el trabajo de Meliano Peraile ‘Lo que fuera mejor no haber visto. Memorias 1939-.1955’. Por no citar otras piezas rastreables en esta vertiente de la escritura rememorativa.
Y esa afirmación anterior es otra de las líneas de sombra confesables en el texto de Corredor. ¿Puede ser considerado Corredor-Matheos, como autor castellano-manchego?, o ¿sólo es castellano-manchego de origen y no de formación? Hay quien discute todo ello, cuando toda su formación, su vida más activa y familiar, y toda una condición geográfica y biográfica, como clave interpretativa de una obra y de su sentido, se han producido en Barcelona, en gran medida, y en Cataluña en segundo lugar. Reivindicación de cierto regionalismo de nacimiento que se puebla de sentido tras su obtención en 2005 del Premio Nacional de Poesía, y así resultan deducidas sus posteriores concesiones distintivas, en 2007 de la Medalla de oro de la Universidad regional y en 2008, el nombramiento como Hijo Predilecto de Castilla-La Mancha. Pero en esa omisión que para el manchego residente en Barcelona representa su tierra, son significativos los silencios producidos sobre autores contemporáneos suyos; ya hemos citado el relativo a Antonio Martínez Sarrión; pero igualmente podríamos citar el del paisano de Corredor, Antonio Fernández Molina (solo entrevisto en la penumbra de los ‘Cuadernos de Son Armadans’ de Cela); igual que Eladio Cabañero y Grande sólo desfilan en su condición de usuarios del Café Gijón.
Como si el título de la antología realizada por José María Balcells, ‘Ejercicios de olvido y de memoria’ en 1992, expusiera ya unas personales circunstancias reconocidas de antemano. Unos olvidos y unas memorias que se vierten en ese ejercicio dual del recuerdo partido, como los parteaguas y tajamares de un puente. Ejercicio dual del recuerdo dividido, para dar salida a lo señalado en el título de este comentario: unas memorias tanto como unas desmemorias.
Periferia sentimental
José Rivero
A las memorias que citas de Crespo añadiría yo también su corto trabajo autobiográfico «Mis caminos convergentes». Buen artículo, como siempre.