Parece ser que cuando Galileo fue juzgado por la “Santa Inquisición” debido a su malvada teoría heliocéntrica –atentaba contra un principio básico del catolicismo: La Tierra, sede del hombre, al ser creada por Dios con sumo esmero no podía estar supeditada a astros ni planetas, forzosamente debía ser el centro del Universo-, se le ofreció la oportunidad de abjurar de sus teorías, renunciar a seguir defendiéndolas y así salvar la vida. Galileo renegó públicamente de ellas, lo que no le libró de la cárcel perpetua, pero en voz baja dijo: “Epur si muove”, y sin embargo, se mueve, dando a entender que seguía absolutamente convencido de todas sus investigaciones. Como la Tierra, también nuestro ex-presidente Aznar, se mueve.
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Absolutamente convencido de que está en posesión de la verdad, de que nunca se equivocó, ni siquiera en el genocidio iraquí –es el único de los tres que no ha admitido “errores”, ¡qué eufemismo tan terrible cuando se habla de miles y miles de asesinados fríamente!-, el empleado del magnate ultraderechista Murdoch, con quien se siente gratamente identificado, contempla desde su elevada almena como los muros de la patria suya –que no coincide con la de muchos españoles- si fuertes durante su mandato, ya desmoronados son. Empero, consciente de la trascendencia de su paso por este mundo, de que está investido por la Historia –quién sabe si por algún Ente más poderoso- para enderezar los entuertos cometidos por la “Anti-España”, no ha dejado ni un momento de sembrar cizaña y de incordiar, ora aquí, ora acullá, soñando en su delirio con ser aclamado por el pueblo como “El Deseado” don Sebastián, rey enfermizo, tonto y obsesivo que desapareció en Alcazarquivir luchando contra el moro para salvar la civilización cristiana, y al que los portugueses buscaban desesperadamente cada vez que las cosas no iban bien o les tocaba en suerte un monarca cretino, algo bastante normal.
Cuando por desgracia para su ego ilimitado, perdió las elecciones por burdas y arteras maniobras impropias de gentes con honor, Aznar ya se había fabricado una poderosa atalaya, la FAES, donde rodeado de acólitos, ex-comunistas y reaccionarios de toda laya, y sabedor del apoyo que recibiría de plutócratas de su linaje, nostálgicos, leguleyos, “periodistas” inventores y toda una armada mediática afín, acometería la misión encomendada utilizando las mismas armas que en tiempos le dieron magnífico resultado: El barullo, la insidia, la crispación artificial, el catastrofismo y la repetición de la mentira hasta hacerla parecer verdad. De modo y manera que, habiendo aparentemente abandonado la política por la traición de un pueblo desagradecido y dedicado a recibir honores de universidades católicas reaccionarias, continúa manejando los hilos del principal partido de la oposición sin dejar que su heredero haya podido intentar una política propia en el muy improbable caso de que así lo hubiese querido.
Y es su “mano poderosa” –que ha sabido muy bien separar predestinación y Patria de los “negocios de familia”-, a través de socios, colaboradores bien situados e identificados con su pobre visión de España y del mundo, la que hace que determinados jueces emitan dictámenes que nadie les pide, la que expande la especie, por mil veces incumplida, de la ruptura de España, la que involucra aviesamente a la Iglesia en lo que es del César, la que no ha parado de poner trabas al “descabellado y pérfido” proceso de paz, la que equipara a un Presidente del Gobierno democrático con un miembro de una organización terrorista, la que quiere que se confunda justicia histórica con revancha y odio, la que, en fin, hace que en España parezca que estamos –como decía aquel chiste franquista- al borde de peor de los abismos cuando somos uno de los países donde mejor se vive del mundo y donde menos “cosas malas” ocurren.
Él, sigue soñando, esperando su día entre aclamaciones, pero su día ha pasado. Por mucho que rabie y haga rabiar, es un hombre amortizado, encerrado con un solo juguete. Alguien desde dentro de ese partido, si se atreve, cosa que dudo, tendrá que decirle que regresé a Quintanilla de Onésimo. Ni sus complejos, ni su irresponsabilidad, ni su soberbia, ni su rencor benefician a nadie. Ni a los suyos.