Ha conseguido que incluso los más desmemoriados recordemos aquel momento culminante en que, en plena sesión parlamentaria, Rajoy acusó a Zapatero de "traidor a las víctimas". Ni los mayores esfuerzos de la memoria selectiva, empeñada en ser misericorde con Rajoy y en plena campaña de olvido para impedir la división fatal de la ciudadanía, han sido suficientes. Las recientes andanadas nos han hecho recordar las antiguas.
Ese señor de Génova que reclama el cumplimiento del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo propuesto la pasada legislatura por el PSOE, pero que olvida siempre, siempre, siempre, que el primer artículo de tal pacto establece que "la dirección de la política antiterrorista corresponde al Gobierno", ha reincidido en el uso inmoderado del lenguaje. Si se tratara de un alumno de primaria bastaría quizá con una explicación adecuada por parte del personal docente, pero me temo que el individuo en cuestión no reconoce más docente que algún que otro políglota ex-consejero de Estado.
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Lo de la última serie es, a mi modesto entender, de nota, casi de "cum laude". Veamos si no, y sometamos a arduo análisis la frase "Si hay bombas es que no ha cumplido, y si no hay bombas es que ha cedido". El emisor es el señor de Génova, el destinatario es el Presidente del Gobierno, la materia es la muerte de dos ciudadanos ecuatorianos por la bomba de ETA en la T-4 de Barajas, y es también la posibilidad de alcanzar alguna vez la paz en este país nuestro. El mensaje que se quiere lanzar al Presidente ("buen hombre", "bobo solemne", etc. en el delicado lenguaje del de Génova) es que está sometido a las iniciativas de los terroristas, y el mensaje a la ciudadanía es que no hay posibilidad alguna de acabar con el terrorismo, puesto que siempre todo irá mal. No hay en realidad mensaje más grosero posible, ni se puede expresar de forma más burda, ni se puede dar más la razón a quien no la tiene ni la tendrá jamás, es decir a los que matan.
Paso siguiente, reconozco que “lógico”, es la negación no ya de la legitimidad de la victoria electoral socialista de 14 de marzo de 2004, lo que no sería ninguna novedad, sino de la legitimidad personal del Presidente del Gobierno, lo que se consigue con el recurso a afirmar que "debería de exigirse algo más que ser español y mayor de 18 años para ser Presidente". Lo que ocurre es que esta pretendida negación personal de legitimidad parte de bases completamente erróneas. De hecho, la Constitución exige además obtener la confianza del Congreso de los Diputados, que es la legitimación democrática que Zapatero tiene y Rajoy no, mal que le pese, mal que le encorajine.
El disenso democrático puede y debe de expresarse con dureza, con contundencia si es necesario, pero debe de dejar siempre a salvo la posibilidad de entenderse entre los demócratas.
La grosería descalificadora, la injuria voluntariosamente retorcida, el lenguaje soez propio de desaparecidos antros tabernarios, no tiene nada que ver con un ejercicio democrático y sí mucho con actitudes clasistas, despreciativas y excluyentes. Justo lo contrario de lo que necesitamos.
Lo que puede resultar divertido en boca del borrachín y generoso Capitán Haddock, fiel acompañante del intrépido reportero Tintín, resulta no sólo fuera de lugar, sino insoportable en boca de quien tiene la alta responsabilidad de asegurar la oposición democrática en nuestro sistema.
Estamos en el mismo tiempo preterido de siempre:”nosotros somos los únicos que, por ancestros, estamos legitimados en origen para gobernar, para decidir, para ordenar y mandar”
¡Tanto tiempo y seguimos en el mismo sitio! ¡Tanto tiempo y se nos quiere encadenados!