Jesús Arévalo Lorido, técnico del Museo López Villaseñor.- Se trata de una obra realizada en óleo entre 1983 y 1984, es de gran formato 200 x 180cm. De todas las obras realizadas por Villaseñor en las que nos habla o pone de manifiesto situaciones, momentos o sensaciones, que pueden o suelen suceder a lo largo de la vida, ésta quizás sea la más dolorosa, la más amarga y, a la vez, tratada desde el respeto, la esperanza y el amor universal.
Como decía el artista, “lo más importante es hacer nuestro el misterio que encierran las cosas. Situarse ante una realidad y transcenderla, hacerla nuestra, porque no se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.
En esta obra nos habla de un tema tan transcendental, como es el de la muerte. Y además con el título ya quiere descargarlo de todo drama….¿Y qué?, como diciendo, ¿acaso no lo sabíamos?, realmente pensabas que no iba a suceder…El tema de la muerte se nos graba a fuego desde el propio nacimiento y no tenemos más remedio que tratar de vivir con ello de manera natural y lógica para no caer en la desesperanza, la angustia y el desconcierto.
Con este cuadro Villaseñor nos iguala a todos, al contrario que otras obras como “La Caída”, “El Narciso”, la serie de Éxodos; En la que las situaciones que presenta puede o no sucedernos. En el ¿Y qué?, sí o sí, seas blanco o negro, judío o cristiano, pobre o rico, pasaremos todos por aquí. De hecho el artista nos mete de lleno en el cuadro y en la propia situación.
Viendo frontalmente la obra, percibimos un cuerpo sin vida sobre la mesa de Morgue, dentro de una sala austera y sin muchos detalles o artificios que nos despisten del tema central. Pronto nos damos cuenta que el punto de vista y la perspectiva es desconcertante y rara. Y de repente caemos que no estamos pisando el suelo, que Villaseñor nos eleva por encima de la mesa del cadáver para ver la escena ¿y sino estamos con los pies firmemente en el suelo?. Efectivamente, Villaseñor nos habla de nuestra propia muerte. Nos cuenta que ese momento tan trascendental lo viviremos en algún momento, incluso cuando lo pintó se incluyó el mismo, poniendo su firma dentro de una de las etiquetas de identificación, que aparecen por el suelo. Queriéndonos decir que esta vida es un mero trámite y que el cuerpo la cáscara que tenemos que portar. Y ahora nosotros como espectadores “flotantes” vemos como de un lucernario se derrama una luz blanca y suave que inunda de manera mística, la silenciosa escena. Todo está quieto, todo está en paz, todo es silencio y a la vez es luz, luz de esperanza que según la religiosidad o no del espectador que mire la obra, la interpretará de una manera diferente.
Y como decía el maestro, “aunque mi pintura lleve el tema de la angustia y a veces lo siniestro, siempre queda un margen para la esperanza a través de la luz que penetra por uno de sus lados” .
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El mejor cuadro de Villaseñor, sin duda. Más que tétrico y cruel lo que indica es la condición desamparada, la soledad del hombre en el mundo que lo rodea. Porque ese cuadro es un espejo: quién no se ha sentido así alguna vez. Con su naturalismo, Villaseñor da la vuelta a los místicos cuadros del romántico Caspar David Friedrich, que siempre nos pinta de espaldas para indicar que lo que le importa es el sentimiento que sobrecoge. A Villaseñor lo que le importa es precisamente lo contrario.