Hay todas unas posibilidades exploratorias de ese respaldo táctico y estratégico, de la inteligentzia local a la vía abierta de agua que no cesa. Así: “Juan de Vadillo, humanista local recuperado por Luis de Cañigral, inaugura en 1577 con su ‘Discurso en alabanza a Ciudad Real patria queridísima’ un género de enorme fortuna y de largo futuro. Sus efectos se perpetúan en el tiempo con aportaciones diversas, pero con una identidad común: la exaltación patria.
Exaltación sin contrapartidas, sin mesura, sin autocrítica, plena de complacencia y de gazmoñería. En la rapsodia triunfal, en la loa floral, en el canto vibrante del pregón, lo que triunfa, lo que florece y lo que vibra es el verbo, el pensamiento y el ser del apologeta de turno; no la ciudad estática y quieta, muda y sorprendida, extraña y silenciosa. Y esos textos acerados, construidos minuciosamente para ocasiones excepcionales los hemos confundido con la ciudad, con el ser de la ciudad, con su identidad. ‘La ciudad fronteriza en lunas’ o ‘la esencia delgada y vertical’ de José Antonio de Ochaita; ‘la metrópolis del espíritu’ y ‘la ciudad progresiva y moderna’ de José Maria Martínez Val; ‘la ciudad clara, limpia, plena de armonía y luminosidad’ de José María del Moral o el arrebato de Julián Alonso y su ‘quiero a mi ciudad y nadie la toque’, componen parte de esa secuencia inflada de imágenes vacías que aún circulan por los supermercados de la sensibilidad banal. Cronistas oficiales, mantenedores de juegos florales, políticos en ejercicio, pregoneros del Festival de la Seguidilla, Pandorgos en activo, concejales de Festejos y de Urbanismo y promotores culturales componen parte de la grey que sigue utilizando las baratijas del sentimentalismo urbano. Sentimentalismo, que no se asentará en un pasado que ya no existe (lo ha borrado la visión recurrente de cronistas y ediles y la fatalidad del progreso), sino en un futuro por venir que golpea levemente en la puerta de la ciudad. (Reconvirtiendo la metáfora del pasado siglo con el ferrocarril, como el tren del progreso). En merito de ello, formularán la imparable acumulación de bienestar material y las nuevas propuestas de organización de futuro: Planes urbanísticos, planes de trafico, programas culturales, plan de mejora y fomento de lo que sea. Todo ello orlado por las grandes categorías espirituales de estos años: la Universidad, la Alta Velocidad Española, el gaseoducto y el Paseo de los Descubrimientos. El ritmo vertiginoso de esta promoción (alcalde hubo que formuló la extrañeza de los expertos ante el creciente número de grúas) ha llevado a afirmar que la ciudad dormida (Espadas Burgos) se despierta al ritmo del AVE (Moncho Alpuente)”[1].
Desde esta percepción de un sueño previo acongojado y desde la imposibilidad de modificar el peso de un largo trayecto, estaremos recorridos por una larga melancolía y por una fuerte ensoñación. “Un niño, parecido fatalmente al vienés, crecerá en Ciudad Real hacia el desamparo de la adolescencia bajo un escenario visual bien distinto: las moles de edificaciones religiosas como únicos vestigios construidos del pasado, la negación de una edilicia civil moderna, las viviendas de la Obra Sindical del Hogar, el casticismo moruno del cuartel de la Guardia Civil, los cinco cuerpos –como cinco flechas de mi haz– del edificio que fue sede de la CNS, los aires nórdicos del Consistorio de Higueras y la modernidad acongojantemente imposible de decoradores neocatalanes y de emperadores del ladrillo. El adolescente crecido, acabará aceptando fatalmente, que el medio en el que habita es así porque así ha sido y así se ha querido. Y se entregará, ya adulto a una condescendiente melancolía patriótica. De ello, se encargarán los rapsodas y apologetas del orden local, que con sus visiones enaltecedoras del solar patrio, perpetuaran la fatalidad fundacional del Rey Sabio en 1255”[2].
Y es que el marco conceptual e instrumental de la renovación urbana, queda prisionero de falsas y múltiples coartadas: económicas, culturales, sociales, políticas y hasta patrióticas. “El clima de recuperación económica de los 60 propició un modelo de crecimiento urbano basado en el ‘laissez faire, laissez paser’ edilicio, que aupó expansiones y renovaciones urbanas indiferentes tanto al legado del pasado como al significado social e histórico de la ciudad.
Motivando una caída en picado de cualquier otra reflexión alternativa que contraponer al discurso del crecimiento económico. El clima moral e ideológico que anida en tales premisas es el telón que ha dado cobertura al optimismo creciente de un futuro próspero, y donde el pasado más que una herencia o un punto de partida puede ser un obstáculo para las políticas expansivas. En la búsqueda del Estado del bienestar, conservar lo que se dice conservar, sólo había que conservar los elementos emblemáticos y prototípicos de un repertorio visual del pasado: obras canónicas, aisladas no ya de su tiempo sino del espacio inmediato circundante. Vividas, percibidas y exhibidas más como un corte histórico, como un sobresalto, asimilándose a iconografías flotantes en el diluvio de la contemporaneidad más preocupada por olvidar el pasado que por entenderlo”[3].
[1] J. Rivero, Rien ne va plus, Añil, nº 6, primavera 1995.
[2] Íbidem.
[3] J. Rivero. La ola del Centro (histórico, por supuesto), Lanza, 27 diciembre 1988.
Periferia sentimental
José Rivero