Frente a la creencia extendida, y que impusiera e impulsara Ernst Gombrich, de que la Escultura occidental, históricamente ha tratado de captar el movimiento; la Pintura nos ha venido mostrando la dificultad de esa captura.
Caballos que se caen y desbocan o posan mal sus patas traseras, espadas que se tuercen del brazo que las sustentan, jinetes que se desmontan de la montura y aves que no saben volar. Todo ello relata esa dificultad y esa fractura del movimiento ¿imposible?
Ello resulta visible en el proceso de pintura del membrillero, por parte de Antonio López García y filmado por Victor Erice en ‘El sol del membrillo’.
Cuando está el pintor en condiciones de reproducir los membrillos, estos han madurado, han ganado peso y se han desplazado de la red de cuerdas que fijaban su encaje y sus referencias espaciales. Haciendo prescindible todo el entramado de lazos y cuerdas que fijaban la mirada y los membrillos. Y haciendo inútiles esfuerzos anteriores.
Pintar lo quieto parece más sencillo que captar el movimiento de lo inquieto. De suyo más complicado y complejo.
Aunque no por ello, la quietud viaje al lienzo con credibilidad y con prontitud.
Por ello resulta revelador que el pintor sevillano, Juan Fernández Lacomba, designara la tarea de pintar como la de «Ver lo quieto«.
Justamente, porque pintar es ver lo que otros no ven, para hacérselo comprender.
Entre otras cosas pintar es detener lo que ya estaba parado.
Y callado, como propone Pedro Morales Elipe en su homenaje a Giorgio Morandi en Granada, denominado ‘Pintura en voz baja’.
Esa pintura callada, en ‘sotto voce’, contrasta con la denominada por Neus Galí como ‘Pintura que habla’.
En una búsqueda por emparentar Poesía y Pintura. Por eso a aquella la llama ‘Pintura silenciosa’.
Pero ¿cómo habla la Pintura, más allá de la Ecfrásis?
Y ese lenguaje pictórico, ¿necesita traductores?
No es igual, por otra parte, en ese universo de los movimiento sutiles «estar parado«, que «estar quieto parado«.
No es igual ‘pintar en voz baja’ que hacerlo con un megáfono o con un altoparlante.
Con fanfarria estallante y vocinglera.
Pintura callada’ y ‘Pintura ruidosa’
‘Pintura parada’ y ‘Pintura quieta’.
En el primero de ellos, y aún con el peso de parar y pararse, alienta un movimiento sutil. Para afirmarse en ese estatismo superior del ‘quieto parado’, que se contrapone al ‘quieto movido‘.
Incluso en esa diversidad de movimientos y quietudes hay un rareza llamada lo ‘movido borroso’.
Esa confusión del movimiento y de la parálisis, alienta en la afirmación de índole futbolística realizada por el jugador Manu Sarabia. Dice que «A veces el mejor movimiento es quedarse parado«.
No es que lo dicho sea un oxímoron, que lo es, sino que explicita la sabiduría de la lentitud y la torpeza de la velocidad.
Correr para estarse quieto. Y parar, para no parar de moverse.
José Rivero
Divagario