Mª Dolores de Cospedal (presidenta del Partido Popular de Castilla-La Mancha y senadora en representación de nuestra región)
Ya debemos de ser mayoría -y además absoluta- los españoles que hemos crecido en democracia, bajo la sombra fresca de la Constitución Española, la cual cumple hoy veintiocho años. Si la historia es la maestra de la vida, el Día de la Constitución debe ser una gran fiesta porque es la conmemoración de lo más excelso que un Estado moderno puede conseguir: un amplísimo consenso, un sentir común, una voluntad de estar juntos en un proyecto de vida para todos que conjuga la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo, que son los valores superiores de ese ordenamiento que fundamenta y protege la Constitución.
Muchos recordamos el entusiasmo juvenil con el que contemplábamos día a día cómo los representantes del pueblo español, elegidos libremente por los ciudadanos, dejaban de ser enemigos para convertirse en colaboradores, trabajando para elaborar aquello que tal día como hoy se convirtió en un nuevo modo de concebir España: una España plural pero unida, una España dispuesta a aunar lo mejor de cada ideología, de cada sensibilidad, para ofrecer a los ciudadanos un entorno en el que todos pudiéramos ser personas libres y desarrollar cada uno su propia vida respetando y siendo respetado.
Así se forjó, a base de entendimiento y consenso, esta España variada y unida.
El Estado de las Autonomías ha venido mostrando sus bondades y sus múltiples capacidades. Ahora bien, es preciso afirmar también que la misma fuerza vinculante de los preceptos constitucionales que establecen el derecho a la autonomía, está también presente en aquellos otros preceptos constitucionales que aglutinan a esas autonomías en una nación, en un Estado, y concretamente en un Estado social y democrático de Derecho que propugna la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo. Así, la unidad y la diversidad, la variedad en la unidad, están presentes en nuestra Carta Magna: es más, constituyen los pilares fundamentales de la organización territorial y administrativa de España. El fundamento de la Constitución Española de 1.978 es la indisoluble unidad de la nación. Eso es lo que dice el artículo segundo de la Constitución Española: “la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Así hemos querido también que quede reflejado en el Estatuto de Castilla-La Mancha. Porque desde nuestra voluntad autonomista, nos integramos en una voluntad común, de carácter nacional. No es difícil comprender que, si el fundamento de la Constitución es la indisoluble unidad de la Nación Española, negar la unidad indisolubilidad de España, o ponerla en duda, o frivolizar o negociar con ella, es negar, poner en duda, frivolizar o negociar con la Constitución. O lo que es lo mismo, es jugar con el resultado del mayor consenso político de nuestra historia.
El esfuerzo generoso de los españoles de la izquierda, de la derecha y del centro que hizo posible el gran pacto constitucional, debe ahora, precisamente ahora que las autonomías son una gozosa realidad, proceder a una reflexión profunda. Los acontecimientos que se vienen sucediendo en los últimos años, provocados en parte por el caminar mismo de la vida autonómica y en parte también por los excesos egoístas de nacionalistas y separatistas, hacen necesario que España se plantee lo que Mariano Rajoy ha denominado “rectificar los desajustes”. Que los españoles nos exijamos, hoy como ayer, un alto nivel de consenso a la hora de reformar los Estatutos de Autonomía, para lo cual sería ineludible elevar el quórum necesario para su aprobación. Que determinadas leyes reguladoras de instituciones del Estado exijan también una mayoría de votos más cualificada. Que haya un núcleo indiscutible y claro de competencias exclusivas del Estado. Son, éstos y otros, aspectos en los que conviene que España se fije en este momento histórico.
Sería incoherente que la Constitución, que fue fruto de un consenso sin precedentes, provocase en su desarrollo divisiones y disfunciones en perjuicio de aquellos valores superiores que proclama: la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político.
El rodar de la vida exige, de vez en cuando, revisar algunas piezas, limpiar otras, engrasar mecanismos. En definitiva, rectificar los desajustes.
Aquel consenso plasmado el 6 de diciembre de 1.978 en la Constitución merece ser valorado y defendido.
Hoy, estamos de fiesta grande, aunque en Castilla-La Mancha haya personajes, de escasa talla democrática, que se apropian de los actos institucionales como si la ausencia de sus contrarios pudiese engañar a los ciudadanos. Lo siento por ellos, porque nuestra voluntad conciliadora y de pertenencia a la nación española jamás se quebrará. Por eso, hoy, y siempre, celebramos nuestra Constitución, aunque no estemos invitados al fasto.