El caso de Umberto Eco (Alessandría, Piamonte 1932), recientemente fallecido el día 19 en Milán, representa a la perfección el ajuste de cuentas sobre sus propias espaldas de lo teorizado tempranamente por él mismo.
Y es que la obra que le dio a conocer, fundamentalmente fuera de Italia, se produjo en 1965 bajo el nombre de ‘Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas‘; siendo la edición española de 1968, en la editorial Lumen en la colección ‘Palabra en el tiempo’, con la famosa cubierta de Toni Miserachs, de un fragmento del cómic de Superman. Y ello ya era un dato de peso: introducir en una colección de estudios serios, una ilustración procedente del universo popular de las historietas y tebeos; era tanto como señalar el destino que venía en los llamados ‘estudios culturales’.
Obra esta de los ‘Apocalípticos e integrados’ que había ocultado en parte al anterior trabajo editado de Umberto Eco en España, como fuera ‘Obra abierta’, publicado en 1962 en Italia y 1965 en España; que contaba con el revelador subtítulo ‘Forma e indeterminación en el arte contemporáneo’. Trabajo en el que se visualizaban propuestas de ‘Teoría de la información’ (de Benedetto Croce a John Dewey) con el revelador estudio sobre la poética de James Joyce, desde el prisma de la ‘Summa Teológica’ aquiniana, y que visualizaban en parte, los intereses del movimiento de vanguardia literaria ‘Gruppo 63’ en el que se integraría Eco.
Dando, por tanto ya, en su dos primeros trabajos, las pistas de los desarrollos venideros de los intereses de Eco: entre la Teoría del Arte, su comunicación y su significación; y sobre la sociedad de masas y su organización cultural en el alto-capitalismo. Y en donde de manera temprana, indagaba en el segundo texto, sobre los efectos advertidos en la llamada ya como ‘cultura de masas‘, donde se daban la mano fenómenos de estetización y estilismo creciente, con la impostación del más imponente y campanudo ‘kitsch‘. Cultura de masas, que contaba con los puntos previos teorizados por Marshall McLuhan (‘La galaxia Gutenberg’) y por Daniell Bell (‘Las contradicciones culturales del capitalismo’), y que advertían tanto de las innovaciones técnicas informativas que llegaban a la sociedad del primer bienestar, veinte años después del final de la Guerra Mundial, como de la aparición de un nuevo continente de comunicación, desde la música Pop, al Comic, desde los Nuevos Movimientos Sociales a la comunicación eléctrica y electrónica propiciada por la expansiva experiencia televisiva.
De todo ello, Eco verificaba un cierre memorable en las últimas páginas del trabajo ‘Apocalípticos e integrados’ bajo la denominación del ‘Cogitus interruptus‘. Epígrafe en el que realizaba una comparativa entre los trabajos, del apocalíptico Sedlmayr ‘La pérdida del centro’ y del integrado Marshall McLuhan ‘Understandig Media’. Y en el que se visualizaba mejor su voz personal, que ya se había desplegado en 1963 con el ‘Diario mínimo’, que tendría un tardía continuación en 1992 con el ‘Segundo diario mínimo’.
Y este es el perfil sostenido por Eco, profesor de Estética, teórico de la comunicación, semiólogo relevante, analista de las nuevas realidades artísticas y tratadista de varios saberes, durante cerca de veinte años, los que van desde su tesis temprana sobre ‘El problema estético en Santo Tomás’ (1956), a su inmersión en las caudalosas aguas de la ficción de éxito. El rigor metodológico de ‘La estructura ausente. Introducción a la semiótica’ (1968), sus pausados consejos en ‘¿Cómo se hace un tesis?‘ (1977) o el relevante análisis en ‘El superhombre de masas‘(1978), fijaban ya parte de ese recorrido, desde la Teoría Estética, a la socialización del gusto, de la mano de la tripleta del ‘Highcult’, del ‘Midcult’ y del ‘Lowcult’.
Y así hasta que en 1980, publica en Italia (la edición española llegaría en 1982) una llamativa novela ‘En el nombre de la rosa’, donde organiza una pieza policiaca en plena Edad Media, con homenajes evidentes, que le lanzaría al estrellato de los denostados ‘Mass media’, y a los escaparates del conocimiento social. Circunstancia que se multiplicaría con versión cinematográfica de 1986 de Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery como Guillermo de Baskerville.
Y a partir de este momento, se marcaría la inflexión del profesor de Bolonia y de Turín, al de un novelista de éxito sorprendente. Tan sorprendente ese éxito sobrevenido, que el mismo Eco, se vio forzado y obligado tres años más tarde, a practicar unas ‘Apostillas al nombre de la rosa’. Donde entre otras cuestiones, al margen de algunas anotaciones y aclaraciones textuales, daba cuenta de. forma indirecta, de su estupor ante el éxito desmedido. Y se veía forzado a teorizar y reflexionar sobre su propia trayectoria creativa, lo que antes había teorizado sobre el conjunto de la Sociedad de masas, de los ‘Mass media’ y del ‘Lowcult‘.
Esta circunstancia, de la indagatoria sobre cómo ciertos temas relevantes, pudieran tener un éxito social sostenido, se prolongaría con trabajos de ficción como ‘El péndulo de Foucault’ (1988), ‘La isla del día antes’ (1994), ‘Baudolino‘ (2000), o ‘La misteriosa llama de la reina Loana‘ (2004). Aunque en paralelo a todo ello, este aprendizaje de saber ‘llegar al gran público’ obtenido en la ficción, daría sus resultados con trabajos de indagaciones estéticas de gran alcance con la ‘Historia de la belleza’(2004) y con la ‘Historia de la fealdad’ (2007). Aunque quizás, todas las claves de ese movimiento doble, del apocalíptico al integrado, del ensayista minoritario al novelista mayoriatario, se resuelva más y mejor con los citados textos del ‘Diario mínimo‘ y del ‘Segundo diario mínimo’. O quizás mejor aún, se resuelva con su trabajo de 1985 ‘De los espejos y otros ensayos‘.
Periferia sentimental
José Rivero
Literariamente hablando, su mejor obra es sin duda Baudolino; crea un personaje hondo y sin fisuras y lo hacer escribir. Es en esa novela donde se revela realmente qué buen autor era. Por demás la crítica no suele reconocerle algo que para mí es evidente: es el creador de un nuevo género literario, el «thriller cultural», del que encontramos muchos ejemplos en la actualidad, desde las novelas de Philip Vandenberg o las ridículas gilipolleces de Dan Brown a, por citar solo casos españoles, La tabla de Flandes o El club Dumas de Arturo Pérez-Reverte y El último Catón de Matilde Asensi.
La literatura moderna (desde el siglo XIX) solo ha creado cuatro subgéneros narrativos nuevos: la novela policiaca, la de ficción científica, la novela histórica y la novela gótica o de terror. Lo bueno del thriller cultural es que puede con frecuencia unir todos esos géneros y, por consiguiente, atraer todos los gustos de la modernidad. Pero la medida de la grandeza de Umberto Eco está precisamente en haber sido el primero en unirlos casi todos en ese nuevo género, el thriller cultural. En realidad, las raíces culturalistas del género se encuentran en Argentina con personajes como Borges, a quien hace Eco un homenaje, y Manuel Mujica Laínez (Bomarzo, El escarabajo)
Por demás, hay que darle también su parte en la creación del género a Elizabeth Mackintosh, más conocida conocida como Josephine Tey, que fue la primera en crear el híbrido entre novela histórica y policiaca y es considerada autora de la mejor novela inglesa de ambos géneros de todos los tiempos, «The Daughter of Time» (1951).
Lamentablemente, esta novela, y otras de esta interesante autora, así como los poemas de Robert Browning y A. Ch. Swinburne, todavía están sin traducir… Así nos va. En vez de crear un premio de poesía con el nombre de Ángel Crespo estaría bien crear una beca de traducción y edición bilingüe, ya que Ángel Cresto era ante todo eso, un gran traductor, dos veces premio nacional por sus trabajos en ese campo. Ese sí que sería una buena idea para la difusión cultural.
Pero las buenas ideas ya sabemos que no florecen en los huecos cerebros de los gobernantes. Sugería aquí crear una colección de continuaciones e imitaciones españolas y extranjeras del Quijote, y ya ven el caso que se hace; lo mismo sobre esa novela de caballerías que quiso escribir Cervantes, El Bernardo, y que escribió de hecho otro manchego amigo suyo, Bernardo de Balbuena, que sigue sin edición moderna, a pesar de que se ha descubierto el manuscrito original del mismo y de que hay un grupo de personas dispuesto a hacerla. La cultura en España, y en La Mancha en particular, está muerta. Vivan las migas y hagámos de nuevo otra enésima versión del Quijote.
El círculo vicioso del quijote es el mismo que el de las aspas de los molinos y el de la bacía de barbero: los políticos poseen una mente más enferma que la del propio personaje de Cervantes. No saben salir de su idea fija, que repiten con la baba colgando: «No hay otra cultura en La Mancha que el Quijote». «Aquí no se ha escrito otra cosa en toda la historia» «El siglo de Oro es el siglo del Quijote» «¿Qué es La Mancha? La tierra de Don Quijote». A quienes sabemos cuánta cultura hay en esta tierra fuera del Quijote nos da grima ver cuántos gilipollas se tienen por cervantistas repitiendo una y otra vez algo que los cervantistas ya sabemos y hemos estudiado y divulgado. Por ejemplo, el «licenciado» Barreda en las páginas del Lanza ayer. A este hombre es que le falta originalidad hasta en eso. Es más soso que su hermano de casa, Miguel Ángel Rodríguez. A mí solo me interesa que escriba su versión sobre el Aeropuerto… y la descapitalización de Castilla-La Mancha… y solo es eso de lo que no escribe. Vaya un sinvergüenza.
Razón tienes A.R. con esos textos volanderos de Montiel y sus campos, a Alcázar y sus agua piedras. Por escribir que no quede. Aún quedan campos por labrar y razones por dar.
No tengo nada que añadir, solo leeros a ambos. Es una delicia.