Santos Aparicio ha tenido el tiempo en sus manos desde niño, una pasión heredada por su padre y que se convirtió en más allá de un oficio artesano en extinción. Ahora se pone en valor en una exposición en el Museo Municipal que ha inaugurado la alcaldesa, Mayte Fernández.
La muestra se erige en homenaje al padre de Aparicio, Recoge doscientas piezas, tanto de su colección particular como los relojes de bolsillo, pulsera y de pared que se han reparado en el taller de relojería que se ha desarrollado durante seis meses en el Museo.
Aparicio recrea la magia del tiempo
La concejala de cultura, Ana Muñoz, afirmó que el tiempo es una de las iconografías más recurrente de la historia del arte y que más se ha utilizado en literatura, pintura o el teatro. “Detrás del tiempo están los relojeros, que son creadores de magia y Santos Aparicio recrea la magia del tiempo, de un oficio tan antiguo como el de relojero, y que más delicadeza requiere, al trabajar con piezas antiguas y muy pequeñas y que hoy nos encontramos en estas pequeñas obras de arte”.
De relojes del siglo XVIII a la hora del Gran Teatro
Hay piezas valiosas como un reloj americano del siglo XVIII, de bola en perfecto estado o de madera de pared del XVIII y del XIX, pero otros con un trasfondo más sentimental, como el cronómetro “Contex” que se mostraba en el escaparate del establecimiento en la planta baja del Gran Teatro y al que acudían los puertollaneros a ver la hora oficial, o los propios relojes de pulsera de sus padres.
El reloj del hotel Castilla
Una exposición que da para más, y es que se puede contemplar el reloj de pared de la casa Villanueva, que se encontraba en el interior en el desaparecido Hotel Castilla, en la calle Aduana, que le regaló a su padre el propietario una vez que cerró sus puertas el establecimiento hostelero. También se expone una copia de un reloj de pared del siglo XV elaborado por Ramón Olmo Vaquero en 1960.
Hay más curiosidades como relojes de bolsillo, a los que se daba la cuerda con una llave y otros con música o de la armada rusa, e incluso se recrea un taller de relojería antiguo con todas las herramientas necesarias para que todo estuviera en hora.
Setenta años de relojería
Su padre, Santos Aparicio, comenzó con el taller de relojería en una modesta caseta de madera en el Paseo de San Gregorio, frente al actual Carrefour Express, y luego en 1940 abriría el negocio junto a su hermano Gregorio en la parte baja del Gran Teatro hasta que se derribó el edificio a principios de los ochenta. Su hijo Santos continuó la actividad relojera en la calle Juan Bravo hasta su reciente jubilación.
Aparicio se encargó de la reparación del antiguo reloj de flores del Paseo de San Gregorio y el pasado año afrontó el reto de recuperar el reloj de la parroquia de Santa Bárbara de El Poblado. Y es que siente la relojería más allá de un mero trabajo, es algo que corre por sus venas y por ello ha querido que esta muestra sirva de homenaje a su padre.
De herramientas a maquinaria
En la exposición hay de todo, desde relojes mecánicos a máquinas de clavar ejes de volante de la desaparecida relojería Marcelino, situada en los bajos de la desaparecida plaza de toros; máquinas de abrir relojes, de sumergibilidad, de transición mecánica a eléctrica, máquina de cristales sumergibles, máquina para colocar cristales, aceites especiales para relojes, flejes, distintos tipos de movimiento, torno de relojero, máquina de nivelar ejes de volante, máquina para sacar pasadores y minuteros, etc.
Una muestra que está ambientada con sabor puertollanero, con carburas, carbón de las explotaciones mineras y pizarra bituminosa, así como la obra pictórica de Sixto Gil.