Javier Fisac Seco.- Del monólogo dogmático del Poder consigo mismo, populares versus socialistas y viceversa, tanto monta, hemos transitado, como consecuencia de los cambios sociales, a una relación en la que el Poder diárquico y bipartidista se ha fragmentado en multiplicidad de poderes reales.
La democracia ha ganado la primera batalla. Sea cual fuera el resultado electoral, ya sabemos que nadie podrá ganar por mayoría absoluta. La debilidad del poder central ha fortalecido el poder popular. O, tal vez, haya sido al revés, que la movilización del poder popular ha conseguido quebrar la vieja forma de dominación bipartidista del capitalismo. De un bipartidismo absoluto y totalitario.
¿Qué ha pasado? Como todo ser humano que transita de la infancia a la adolescencia y de ahí a la madurez sin apenas percibir esos cambios hasta que se llega a la jubilación, las sociedades se transforman, desde dentro hacia fuera, hasta dejar de ser lo que fueron porque lo que fue necesario dejó de serlo desde el momento en el que las nuevas vanguardias hicieron acto de presencia en el tiempo histórico.
Si todo lo que es real es racional, en buena lógica hegeliana, cuando lo real deja de ser necesario deja de ser racional. Desaparece en el pasado porque el principio de razón suficiente ha dejado de ser racional. Lo que fue ya no es. Y sólo podrá retornar a ser como fantasma del pasado totalitario.
Todo ha cambiado. Aunque no seamos, aún, conscientes del nuevo escenario sobre el que el Poder lucha por sobrevivirse contra otros poderes. No hemos sido conscientes del cambio que se ha producido en cuatro nuevas realidades: la proletarización de las clases medias, ya anunciado por Marx, la desesperación de la juventud, que, inevitablemente, está ocupando el espacio social y político de la gerontocracia conservadora, y pasando al primer plano de las trincheras, la presión del nacionalismo contra la estatalización centralizadora y la nueva caótica situación internacional creada por el neoimperialismo, cada día más belicista y fascista, en cuyo caldo, lo sepamos o no, se cuecen todos los demás elementos del guiso social y político.
Y todo este cambio, contenido en el big-band del irreversible desarrollo dialéctico de las leyes del capitalismo, ha sido consecuencia de una sola causa. Tan concentrada en sus orígenes como la substancia del origen cósmico: el neoliberalismo y su versión internacional, el neoimperialismo armamentista y belicista.
Esta ofensiva conservadora, reaccionaria y capitalista está transformando el escenario que fue de la “guerra fría”, construido por la tensión de la lucha de clases, contenida en la construcción del bienestar social o Estado de bienestar, y gobernado por el bipartidismo, en otro escenario nuevo bajo la ley moral del ¡sálvese el más fuerte! Generando en su lucha la miseria de cientos de millones de habitantes de este planeta. La ética de la miseria, idealizada por las religiones, es la nueva propaganda del capitalismo.
En este nuevo panorama social, ético y político, si las nuevas fuerzas emergentes volvieran a reproducir los clichés de la vieja política, atraídos por el incienso putrefacto del Poder, la Bestia, serían arrasadas por sus propias bases.