José Antonio Casado.- Lo que más le duele a los populares es que los socialistas, recién llegados al poder, hayan empezado a gobernar obrando como si no hubieran existido los cuatro años en los que ellos fueron dueños absolutos de la situación e hicieron y deshicieron a su antojo, más allá de lo previsible, sobre todo en sanidad y educación.
El gobierno de Page ha tendido un puente por encima de Cospedal y ha vuelto a los cauces de Barreda y Bono, con ligeros meandros. Y así el acuerdo político que en 2013 sepultó la guerra por el trasvase Tajo-Segura porque un mismo partido, el PP, llegó a todas las instituciones, ha saltado por los aires demostrando que el conflicto no estaba cerrado sino solo hibernado.
El pasado mes de agosto los periódicos nacionales titulaban sus informaciones sobre la autorización de un trasvase recurriendo al consabido “ha estallado la guerra del agua”. El PP aseguraba que mientras gobierne el agua estará garantizada para los regantes de las provincias de Alicante y de la región de Murcia y culpaba a los socialista de haber vuelto a abrir el problema; el PSOE, apenas asentado en la poltrona de mando de Castilla-La Mancha, denunció que la reserva en los pantanos de la cabecera del Tajo estaba por debajo de los límites para desembalsar y pidió la inmediata paralización de los trasvases.
El Gobierno central no ha hecho mucho caso. El último trasvase se autorizó al día siguiente de que el presidente de los regantes de Murcia publicará un artículo en el que venía a decir que paralizarlos es, como mínimo, una falta de responsabilidad porque la agricultura murciana produce hortalizas que son necesarias para la exportación y para el consumo nacional, además de que se producen con sistemas de riego ultramodernos que miden y aprovechan cada gota de agua. De paso se preguntaba dónde han ido a parar los millones de euros que cada año pagan por el agua trasvasada.
Uno tiene la sensación de que, en este asunto, la vida es aburrida y que la teoría nietzschiana del eterno retorno tiene su punto de verdad. Las guerras entre las regiones por los trasvases de las cuencas excedentarias a las deficitarias están ahí desde hace lustros y son tan difíciles de resolver que en su día, una persona tan asentada como Borrell, dijo que ni el mismo Salomón daría con la solución.
El trasvase Tajo-Segura empezó a funcionar en 1979. Inicialmente se preveía trasvasar 1.000 hectómetros cúbicos al año pero la ley del trasvase los dejó en 600. En este asunto se ha discutido todo: la ley del trasvase, la modificación de la misma propuesta por Castilla-La Mancha, el precio del agua para regar, y hasta los costes de mantenimiento de los canales y ríos por los que ha de discurrir.
A mediados de los noventa la guerra del agua se usó con fines políticos para dirimir querellas internas del partido socialista que ni el mismo Felipe González logró apaciguar. Con la segunda guerra del agua en todo su fragor, Bono concurrió las elecciones y obtuvo mayoría absoluta. El agua sirvió para apiñar a los castellano-manchegos en torno a un presidente, decían, capaz de defender los intereses de la región.
Desde entonces las estrategias fueron cambiando, pero el trasvase continúa estando ahí como un problema permanente que no se logra resolver.
Ya hace muchos años, mentes tan lúcidas como el senador Díaz-Marta alertaban a la sociedad de que era más rentable un saco de alfalfa en las riberas del Tajo que un kilo de tomates en Murcia, cuyas posibilidades de venta eran nulas. Las cosas desde entonces han cambiado porque los tomates murcianos sí se venden; pero conviene recordar anécdotas como esta para hacerse una idea de cómo se ha ido planteando el problema a lo largo del tiempo.
Han cambiado las leyes, pero las leyes no han resuelto el problema; y han cambiado los protagonistas políticos en Valencia, Murcia y Castilla-La Mancha, pero el desacuerdo sigue. Y es que los asuntos del agua en España son demasiado viejos para llamarse ahora a engaño. En las enciclopedias que estudiábamos hace cincuenta años ya se hablaba de lo afortunada que era Francia, regada por ríos de caudal abundante; y lo dura y huraña que era nuestra nación, a la que el buen Dios, a la hora de plasmarla, le puso en el mapa montañas áridas, ríos cortos de dispar cauce, sequías pertinaces e inundaciones de Nodo.
Sin ponernos tan carpetovetónicos, cabe recordar que en Toledo el trasvase se ve sobre todo desde la perspectiva de la contaminación del Tajo; en Ciudad Real y Albacete desde la del suministro para regadíos y para el consumo humano; y en Guadalajara como fuente de ingresos por turismo de interior. Tantas perspectivas y nudos tan dispares suelen venir todos al peine cuando se acercan las elecciones. No es de descartar que el trasvase vuelva a la agenda electoral y que los recursos judiciales de Page se transformen en manifestaciones en la calle que dan mucha satisfacción y titulares pero que no resuelven nada.
A ver qué nos depara la vida. Uno no es Salomón para dirimir el problema; pero muchos disfrutarán viendo la pelea. Una vieja, sucia y reñida pelea de la que conocemos todos los trucos.
El trasvase tiene un trasfondo similar al secesionismo catalán y huele igual de rancio. Un eterno retorno propiciado por los intereses de unos cuantos particulares frente a la sociedad.
Una verdadera política de aprovechamiento del agua ya habría destinado suficiente dinero a los agricultores del Levante para que usaran desaladoras eficientes en las que la energía provenga del sol y del viento. Y tiene que ser así, porque los españoles somos egoistas a rabiar. Si no fuesemos tan «malos» entre nosotros, este país tendría desde la Segunda República un ambicioso plan de construcción de infraestructuras hidráulicas, que estaba integrado en sus planes de Reforma Agraria; sin embargo, llegaron Paco y sus pantanos y…hasta hoy.
De cualquier manera, siempre nos quedará la eterna pregunta de si el trasvase es para esos tomates que sí se venden de Murcia o para el imparable boom urbanístico de la zona y sus campos del golf.
Entretanto, La Mancha sigue tan seca y «dura» como siempre. Y, si cabe, más yerma tras el paso de Atila Cospedal…
Asi es Jose Antonio, salvo un pequeño detalle: la fragmentación autonómica (con la perspectiva del tiempo y en mi opinión, hubiera sido preferible un estado de derecho, social y democrático pero politícamente jacobino aunque administrativamente se centrifugase en aras de una mayor y mejor atención administrativa que no política, del ciudadano) trajo personajes como Bono, aquí, Zaplana, allá, Pujol acullá…Chaves al sur… convertidos a rebufo de la democracia en pequeños césares, al tiempo que los ciudadanos de su redil eran vilmente utilizados con recursos demagógicos sobre el agua u otros asuntos explotables como los sin papeles (recuerda que nuestro exemperador de pitiminí los llamó a venir a la región en un alarde de enfermizo narcisismo) a la misma vez que las nuevas estructuras corruptas regionales eran alimentadas por la voracidad de una nueva clientela funcionarial, advenedizos de todo cuño y una pléyade de nuevos empresarios de porcentaje. En España, «todo» el problema no radica en la escasez hídrica sino en la nueva sociología política surgida del invento autonómico para calmar a los nacionatas que ya se sabe para qué ha servido, las nuevas cortes palaciegas y los tetrarcas resultantes. En Francia mucho más abundante en H2O, de tener el problema nuestro lo hubieran solucionado de otra manera, pero aquí abordar un PHN como es debido es declarar la guerra a los feudales autónomos. Y como esto no tiene remedio y la jacobinización del Estado es impensable y un nuevo Plan Hidrológico imposible me temo que seguiremos así per saeculam seculorum. Saludos.