Más que ladrón, el señor Edward Bunker fue, antes de su redención literaria, un hombre un poquitín violento. Pero lo importante de él es que es uno de los pocos escritores carcelarios que se han dado en la historia. Un escritor auténticamente identificado con el intrauniverso de los presidios, los reformatorios y otras instituciones creadas por el Estado para apartar a los que molestan. El joven Bunker, según nos cuenta él mismo en esta autobiografía, molestaba bastante.
Robaba, timaba, daba alguna que otra paliza, se defendía cuando le atacaban, sobre todo si era en prisión. En este libro se nos cuenta de primera mano el funcionamiento del sistema carcelario americano en las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo pasado. Un sistema cruel para una sociedad violenta. Represión por un tubo. Es difícil simpatizar con alguien que no quiere hacer otra cosa en la vida que vivir a costa del delito, pero cuando uno lee la vida de este hombre, o al menos la versión que de su vida da él mismo (y nadie es imparcial cuando habla de su persona, todos nos creemos mejores personas de lo que somos), concluye que Bunker tuvo la mala suerte de nacer en lo que ahora llamaríamos un hogar disfuncional, con un padre alcohólico que le ayudó en lo que pudo, con una madre que acabó desentendiéndose de él, y con su propia personalidad de rebelde que no sabe contra quién dirigir su mala baba incubada en un gueto de trapicheos, violencia y mal rollo. El estilo de Bunker recuerda, mejorado un tanto, al de otro fuera de la ley literario: el conocido Bukowski. Ambos retratan un mundo degradado: Bukowski, el del alcoholismo y la pobreza; Bunker, el de las cárceles y la delincuencia de baja estofa. Conocer el porqué del comportamiento de unos individuos puede ayudar a que otros no hagan lo mismo, pero la pobreza deja pocas alternativas, y si encima se adoba con alcohol, heroína y puñetazos, para qué queremos más. No es esta una lectura para damas acomodadas en la papilla infracultural de la que tanto hablamos en esta sección. Decía Baudelaire que la belleza del horror solo embriaga a los fuertes. Pues bien, si quieren horror del auténtico, del que hace sangre, aquí tienen unos cientos de páginas de lectura ágil, verbo fluido y argumento veraz. Como hemos dicho otras veces por aquí, no sé qué más queremos.
Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales
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Hay otra buena novela sobre el mundo carcelario, «Por el pasado llorarás», de Chester Himes. Se ve como se va degradando un inocente condenado a veinte años; encerrado con degenerados apenas es consciente de cómo él mismo se transforma en un degenerado. Está escrita sin piedad alguna por quien conoce el paño: un negro que escribe novela negra. Hay muchos elementos autobiográficos.
Gracias, Ángel, por la recomendación, hoy mismo buscaré la novela y en cuanto la lea, si puedo, la comentaré. Un saludo.