Se dice que Burgess redactó La naranja mecánica como una obra más en un largo listado de novelas de las que no esperaba sino mantener a su viuda cuando él muriera. Finalmente, Burgess no murió cuando le habían predicho. Todo se debió a un equivocado diagnóstico, al aviso de una enfermedad inexistente que le permitió a Burgess elaborar ficciones durante mucho más tiempo del previsto. Parece que el mismo Burgess ha reconocido que su novela no habría alcanzado el estatus de obra clásica de la literatura más o menos de ciencia ficción si no hubiera sido por la adaptación a la gran pantalla de Stanley Kubrick. Como vivimos en un país donde la cultura cinematográfica supera con creces a la literaria (si es que tal cosa existe más allá de unos reducidos cenáculos), queda claro que al menos en España esta novela es conocida como consecuencia, o tal vez como trasunto, de la película. De ahí su fama. Y de ahí el hecho de que alguna gente (no mucha, no vayamos a engañarnos a estas alturas) la tenga al lado de otros clásicos del universo distópico: un libro cómodo de invocar, puesto que no exige el esfuerzo de su lectura. Qué cosas. La obra relata el proceso de deterioro moral de una pandilla de jóvenes en un futuro impreciso. Estos jóvenes se dedican a propinar palizas, violar y matar de cuando en cuando. Unos angelitos, vaya. La naranja mecánica utiliza un lenguaje marginal, una suerte de jerga pseudorrusa de la que no sé yo cuánto se habrá perdido en la traducción. Esa jerga hace que el lector aún se tenga que esforzar más de lo previsto, razón suficiente para suponer que muchos lectores no han aguantado el tirón de las primeras páginas y han abandonado el libro para, como decimos, quedarse con la versión cinematográfica. La obra, me parece a mí, se puede presentar como una reflexión sobre la violencia y también sobre la libertad de elegir. Sobre qué le queda al ser humano cuando se desenvuelve por la vida con unos condicionamientos tan fuertes que no le permiten ninguna maniobra, ningún camino alternativo al de una vida gris y monótona. Claro que, si para sustituir esta rutina uno se ve abocado al asesinato y la tortura, más vale que nos quedemos como estamos: con nuestros horarios de trabajo, la pesada de la mujer y esos niños que tanto gritan hasta que se quedan dormidos, hasta que amanece un nuevo día y nos percatamos de que la existencia se nos escapa sin que podamos hacer nada por evitarlo. Tal vez por eso algunos prefieran liarse a palos; porque no se aguantan a sí mismos ni, por supuesto, a los demás, esos pesados, los demás.
Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales
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Si de lo que se trata es de dejar a la viuda y demás deudos nadando en la abundancia, ya visualizo a la viuda de Boyer látigo en mano hostigando a Mario Viagra Rosa para que no deje de aporrear el teclado ni de día ni de noche.