Sesión doble y chunga: «El crimen del cine Oriente», de Javier Tomeo

palabrasmarginalesSupongo que algo habrá tenido que ver en el (relativo) éxito de este libro el hecho de que hubiera sido llevado al cine. La novela está contada en primera persona por una ex prostituta. Eso puede servir, una de dos, para ambientar la cosa o para disimular las limitaciones del narrador. El lenguaje es grueso. Abundan las palabrotas y las salidas de tono. Los personajes no es que sean ningunos aristócratas, precisamente. Como decimos, primero, una prostituta retirada; luego, un acomodador de cine de los años cincuenta al que le gusta pegarle al morapio cosa mala y de paso, cuando está borracho, calzarse unos alpargates que no hacen ruido y que le sirven para cazar en plena faena a las parejas berriondas y a las pajilleras en plena labor.2 Cada uno se entretiene como puede, digo yo. La novela se deja leer, ahonda en la psique de unos seres humanos condenados a una vida gris y más bien tirando a cutre. El cutrerío está presente en todas las páginas del libro. Las siestas que se echan los personajes son pesadas, las duchas se las imagina uno llenas de roña, las comidas (según se describe por la ex prostituta) no parecen muy sabrosas, y los polvos (con perdón) que echan los personajes tampoco es que sean nada del otro mundo, según nos cuenta la maturranga venida a más que es testigo y personaje principal de todo el asunto. Parece ser que la novela está basada en hechos reales. Eso no le da mayor prestigio, pero sí un poco de morbo, para qué vamos a negarnos. Javier Tomeo. Puede que fuera un tipo simpático o puede que no. Eso no importa. Como digo, la novela se deja leer y se pasa en un periquete. No es nada del otro mundo, pero cumple, que no es poco, dados los tiempos que corren.

Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales

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1 COMENTARIO

  1. A mí me gusta más cuando escribe parábolas kafkianas, como en Historias mínimas (1988). Sus relatos cortos sobre animales son también lo mejor que le he leído. Como es breve, copio una de sus historias mínimas, vagamente inspirada en Samuel Beckett:

    Los dos esqueletos, con los huesos blanqueados por el sol, conversan sentados al socaire de la pared del cementerio.

    ESQUELETO A. Oye.
    ESQUELETO B. Dime.
    ESQUELETO A. Lo peor que podemos hacer es desanimarnos.
    ESQUELETO B. Sí, eso sería lo peor.
    ESQUELETO A. Vendrán tiempos mejores, estoy seguro de eso.
    ESQUELETO B. ¡Oh, desde luego! ¡Vendrán tiempos mejores!
    ESQUELETO A. Se trata de saber esperar.
    ESQUELETO B. Sí, se trata de eso.
    ESQUELETO A. Los árboles volverán a ser verdes.
    ESQUELETO B. Eso es: verdes. Y cantarán otra vez los pájaros.
    ESQUELETO A. ¡Ah, qué agradable será entonces vernos regresados a la carne!
    ESQUELETO B. ¿Crees que regresaremos también a la carne?
    ESQUELETO A. ¿Quién lo duda?
    ESQUELETO B. (Nostálgico.) Eso sería estupendo.
    ESQUELETO A. (Tras una breve pausa.) ¿Cómo te llamabas antes?
    ESQUELETO B. Juanito.
    ESQUELETO A. ¡Anda pues, Juanito! ¡Levanta el corazón!
    ESQUELETO B. (Mirando a través de sus costillas.) ¿Qué corazón?
    ESQUELETO A. (Reconsiderando la situación, con acento súbitamente desesperanzado.) La verdad es que hicimos mal muriéndonos.
    ESQUELETO B. Sí, hicimos mal.
    ESQUELETO A. Perdimos el corazón.
    ESQUELETO B. Sí, lo perdimos.
    ESQUELETO A. Eso fue, sin duda, lo peor.

    Silencio. El ESQUELETO B sopla a través de su propia tibia y brota una suave melodía, que ondula apenas la cabeza de las ortigas. Al conjuro de la música, las serpientes de hace cien años –apenas un rosario de menudas placas óseas – tratan inútilmente de erguirse como en los viejos tiempos de la ponzoña fulminante.

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