Me interesa la muerte, porque no hay misterio más hondo ni soslayado que ese; nadie habla de ello si lo puede evitar. Al menos eso parece, porque Freud descubrió en 1920 que existe en nosotros una pulsión de muerte que hace a muchos buscar una serenidad anterior a la vida rondando la autodestrucción o, secundariamente, haciéndola caer sobre los demás, al estilo Hítler; mucha gente no quiere ser feliz sino estar definitivamente tranquila. Esa es su felicidad: una regresión.
Pero quien mejor ha rondado la muerte y sus consecuencias humanas creo que ha sido la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross. Su profundo estudio ha ayudado a mucha gente a llegar en buenas condiciones a este trance e incluso con alguna curiosidad, como don Rodrigo Manrique. En 1969 describió las cinco etapas que afronta cualquier persona cuando tiene que aceptar lo inaceptable: el fin de todo lo que conoce, incluso su yo:
1. Negación (pero la palabra que mejor lo define es incredulidad o rechazo): «Esto no está pasando». «Se confunde, esto no me pasa a mí, debe referirse a otro». Es un muro temporal y no contendrá el tsunami emocional. De ahí se pasa al asombro: «¿Cómo es posible?»
2. Y a la ira: ¿Por qué a mí? ¡No es justo! El afectado reconoce que la negación no puede continuar y siente ira, envidia, resentimiento y hosquedad por los que no están en su caso, gozan de la vida o tienen un futuro.
3. Negociación. Hay que «vivir» con «eso» como sea. La víctima hace planes para demorar lo inevitable y lograr conseguir al menos algunos de los objetivos que tenía: ver a sus hijos «colocados» o «casados», y busca maneras de aplazar un tiempo lo inevitable. En esta etapa se busca a un poder superior, Dios o como se llame, en que poner esperanzas para conseguir alguna transacción que reporte mutuo beneficio: «Cambiaré de vida», «dejaré de fumar», «me uniré a ese tratamiento tan prometedor…»
4. Depresión. Nada tiene sentido ya ni objetivo: fui un tonto si no me di cuenta antes, cuando andaba en persecución de cosas que si lograba luego sustituía por otras. ¿Para qué ya nada? Se plantean ideas de suicidio ¿por qué seguir? acelerando la venida de lo inevitable. En esta etapa se empieza a conocer verdaderamente el significado insoslayable que tiene la muerte. El individuo pierde todo interés en hablar y relacionarse y lo observa todo con abandono; pasa mucho tiempo llorando y lamentándose. La persona moribunda experimenta la soledad con mayúsculas. Y desconecta todo sentimiento de amor y afecto. Por esta etapa se debe pasar: hay que sufrir… pretender alegrar a una persona que se encuentra en este trance es contraproducente: proporciona más sinsentido y angustia.
5. Aceptación. El más noble de los sentimientos, la resignación. Y, después, prepararse para lo inevitable como hacían los estoicos. No hay solución, no hay remedio, o, como dice Manrique «Y consiento en mi morir / con voluntad placentera / clara y pura, / que querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera / es locura» Contra la realidad no se puede luchar: esto tiene que ocurrir. Se depone todo sentimiento y dolor… Pero, en el caso de don Rodrigo Manrique, se siente incluso una cierta curiosidad…
No todos atraviesan por todas estas fases ni en este orden; algunos, incluso, ni se enteran porque no quieren enterarse: son típicamente infantiles e inmaduros, como esos políticos que entierran repetidamente su cabeza de avestruz. La películaEmpieza el espectáculo de Bob Fosse expone muy bien estas fases terminales, bordeando en muchos aspectos Ocho y medio de Fellini; ¿qué diré también de esas dos obras maestras de Ingmar Bergman, El séptimo sello, con todas esas diversas posturas ante la muerte, y Fresas salvajes, con ese profesor de medicina que no puede curarse a sí mismo? «Escriba usted el primer deber de un médico». En otra película, Sin perdón, el guionista hace un trabajo magnífico cuando hace hablar a William Munny cuando se enfrenta a la pérdida de su único amigo: atraviesa las bien definidas fases de Kübler Ross. En realidad, se atraviesan ante cualquier idea inaceptable. Y hacen madurar: quienes han estudiado la muerte han averiguado que tras pasar por ese trance… y sobrevivir por cualquier chiripa, se es mejor persona. Quizá los políticos tendrían que pasar por el trance; igual hasta nos gobernaban mejor… aunque lo que recomendaba John Lennon era que les dieran un chute de LSD. Un viaje (bueno o malo) a la tierra de la plena consciencia ofrecía, según él, unos resultados muy parecidos. En realidad, todo esto es muy antiguo: los libros de los muertos tibetanos y egipcios, el poeta roano Lucrecio, las consolationes de los estoicos, el Ars moriendi medieval y los doctores Raymond J. Moody y Eben Alexander ya han hablado mucho y muy bien de todo esto, por no hablar de todas las mitologías y religiones: sería cuento de nunca acabar.
Pero sí añadiré que hay una venganza póstuma contra la muerte; tiene que ver con lo que los budistas descubrieron: que no puede morir lo que no existe, pues no hay un yo, al menos un yo único. Se encuentra en el tópico literario opuesto a toda la siniestra ringlera del ubi sunt?, vanitas vanitatum, omnia mors aequat, memento mori, quotidie morimur, tempus fugit… Es Non omnis moriar: «No todo morirá», ni el arte, ni los buenos hechos perecerán nunca. Los hijos que uno deja y conservan su recuerdo y sus virtudes, porque amaron y respetaron a sus padres; las buenas acciones que liberaron del sufrimiento a la gente… todos esos actos condenan a muerte a la Muerte. ¿A que en vuestra memoria hay gente a la que gusta recordar y que nunca olvidaréis? ¡Qué digo! ¿No perdura el nombre de don Rodrigo Manrique no ya en el poema con que salvó su memoria de héroe al par que la suya como artista su hijo Jorge, sino en la localidad que fundó y repobló: Villamanrique? Es significativo el final de las Coplas, cuando el maestre Rodrigo muere rodeado de toda la gente que le quiere y aprecia: «Dejonos harto consuelo / su memoria». Fundar Villamanrique fue algo bueno: «Murió el hombre, más no murió el su nombre». Y unos versos de su honorabilísimo tío Gómez Manrique, alcalde de Toledo, todavía permanecen indelebles en un pilar del Ayuntamiento de Toledo, proponiendo lo correcto por encima de cualquier otra consideración (otra cosa es que le hicieran caso):
Nobles discretos varones
que gobernáis a Toledo,
en aquestos escalones
desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.
Por los comunes provechos
dexad los particulares.
Pues vos fizo Dios pilares
de tan riquísimos techos,
estad firmes y derechos.
En una época de nihilismo y sinvergonzonería donde lo único que importa es el ego y sus poco variadas variedades, conviene recordar lo que los castellanos antiguos llamaban honor, hidalguía, nobleza, dignidad. Es lo único que puede hacernos llegar a la muerte tranquilos. Lo único que puede transformar a la muerte en una plenitud. Lo único que puede hacernos vivir después. Dixi.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
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Acabo de leer ‘Mortalidad’ de Cristopher Hichtens, que cuenta sus últimos días y produce cierto vértigo. Igual que la novela de Milena Busquets, ‘También esto pasará’ que arranca con el funeral de su madre, la editora Esther Tusqutes. Creo que hablamos, como en tus ejemplos de lo mismo.
La muerte nos toca a todos.
Cuando vas dando la «vuelta al ruedo» en la Santa Croce y vas viendo con la boca abierta y llena de babas la tumbas de quienes allí están enterrados, te das cuenta de que la muerte solo se lleva definitivamente a los que han sido «muertos en vida». Pero ¿Qué nos importa quien no quiso o no pudo dejar algo que nos haga un poquito mejores?
Algo similar sucede en el Panteón de París…
Como bien comentas, ni el arte ni los buenos hechos desaparecerán nunca. Y eso trasciende el físico de quien nos ha dejado esa herencia.
Por lo demás, creo que demasiados de los jóvenes actuales saben poco de honor, hidalguía, nobleza o dignidad. Vende más salir en la boda de la hija de Aznar…o en algún show de lobotomizados pasando hambre en un islote. Por mi, esos pueden morirse esta tarde mismo.
Desde luego no hay mejor talento que el tuyo para enviar a los políticos nefastos al carajo y a la vergüenza pública; con eso solo ya haces mucho más bien que la mayoría de ellos. Deberías publicar columnas de política en vez de glosar lo que otros exponen bastante peor o de manera menos cristalina y con menos fundamentos (y me incluyo en esa niebla).
JAJAJA. Ángel, si ya te lo dije. Creo que no sabría hacerlo.
Me gusta opinar (siempre de manera errónea y desafortunada según los gurús de este foro) sobre textos que leo y que me provocan algún tipo de reacción, sobre las cosas que escribís los que sabéis pero, no tengo capacidad de llenar un folio en blanco con un texto original que pueda cautivar. Ojalá. Pero, no es así. Y para hacer algo vulgarcillo, mejor me quedo como estoy. Aprovechando ratitos en los que tengo hueco y, como vivo delante de un ordenador, pues en vez de fumar, que no fumo, opino…que es igual de tóxico…y me quito el mono (por eso me acusan de no hacer nada en todo el día).
En cualquier caso, siempre que pueda opinaré, que es algo que no me disgusta y que remueve a los demás, aunque sea para incordiarles. que tampoco me disgusta….