Alfonso Gil Simarro. Secretario General de la Federación de Enseñanza de CCOO-Castilla La Mancha.- ¡Qué poco dura la alegría! Celebramos que Monserrat Gomendio, la auténtica protagonista de los despropósitos legislativos del PP en educación, abandonara el Ministerio. Nos alegró que Wert, la cara y la voz de las políticas destructivas del PP, siguiera sus pasos. Pero enseguida empañó nuestra alegría que como premio a la faena realizada se les buscase a los dos, o al menos a ella, un hueco en la OCDE, ¡¡¡con responsabilidades en materia de educación!!!
Celebramos también que la victoria de las fuerzas progresistas de Castilla-La Mancha propiciase el cese de Marcial Marín, que en cuatro años ha hecho de la educación castellanomanchega un erial. Pero ahora nuestra sorpresa es que el premio, que no sabemos si su jefa Cospedal le hace por los servicios prestados, es ir en lugar de ella al Ministerio; aunque eso sí, en su caso como número dos, como el ‘experto’ que debe orientar a un nuevo ministro ajeno al mundo de la educación. No sé si será un premio para él, pero ¡vaya regalito para la educación!
Si algo sabemos quienes hemos vivido de cerca los cuatro años en los que Marín ha sido Consejero de Educación en Castilla-La Mancha es que accedió a la Consejería con un desconocimiento absoluto del sistema educativo, aunque quizás haya sido ese desconocimiento lo que le ha permitido hacer las barbaridades que ha hecho sin descomponerse.
Sabemos también que aprendió rápido, no parece que de educación, pero sí de despidos, de reducción de la duración de los contratos, de cierres de escuelas rurales, de supresiones y recortes varios: presupuestos, apoyos educativos, rutas escolares, becas de comedor, gratuidad de libros, derechos, salarios y un largo etc., hasta ocupar un más que dudoso puesto de honor en el ranking de los recortes en educación según datos del propio gobierno del PP.
Y también aprendió a ir más lejos de lo que desde Madrid se imponía subiendo las ratios hasta el máximo y, en muchos casos, más allá, incrementando la jornada lectiva por encima de lo que el ministro decretaba, reservando para los representantes de la administración más de la mitad de los miembros de la comisión de selección de directores de centros, reduciendo el salario de los trabajadores enfermos por encima de lo que recoge la ley, etc. ¿Sería para hacer méritos?
Y todo esto sin descomponerse y con un desprecio absoluto a la negociación con los legítimos representantes de los trabajadores y con los usuarios del servicio público educativo. No es de extrañar que su actuación haya provocado las mayores y más numerosas movilizaciones que se recuerdan en la educación regional. Tampoco es de extrañar que su cese haya sido recibido con alivio y esperanza por la inmensa mayoría de los usuarios de la educación, de la comunidad educativa y de los trabajadores y trabajadoras de ‘su’ Consejería.
¿Y por todo esto se le ‘premia’ nombrándolo Secretario de Estado? ¿Qué hemos hecho para merecer este castigo? ¿No es posible acabar la legislatura del PP sin más sobresaltos? Porque, aparte de sorpresa, este nombramiento nos produce alarma. Si el número dos del Ministerio, presumiblemente el baluarte en el que el nuevo ministro habrá de apoyarse para suplir su desconocimiento del sistema educativo, es una persona con este bagaje, ¡estamos apañados! Si alguien tenía esperanzas de que con el relevo de la cúpula ministerial algo cambiaría para bien, hoy su esperanza debería ser mucho menor. La única esperanza que nosotros tenemos es que esta situación no dure más allá del mes de noviembre.