Que los colores eran simbólicos, era algo ya sabido por parte de los conocedores de la historia de la Pintura y sus representaciones; también por parte de algunos oficios perdidos, como los tintoreros y los talabarteros. Igualmente y dentro de la simbología, había colores admisibles para unos y otros santos, para unos y otros oficios y para devociones y espiritualidades diferentes. Incluso la uniformidad vestimentaria de civiles, militares y religiosos estaba ajustada a códigos mudos pero seguros. La supuesta democratización de color que trajo la industria química, no produjo liberación alguna frente a lo que pudiera parecer, desde el hemisferio de los tintes naturales y desde los colores minerales. Los saltos experimentados luego, por maquinas e individuos, capaces de soportar colores liberadores sobre sus chasis y espaldas, fueron sólo un guiño pasajero.
Cada final de año el Pantone Color Institute, reunido en sanedrín venerable y cromático, dicta y establece el color del año próximo, como si fuera un calendario chino novedoso, que salta de los animales a los colores en una sola tacada. En ese afán de identificar Año/color de manera abstracta como se aparenta, pero que no encubre que tal decisión tiene una hondas implicaciones comerciales y económicas. Como se aprecia en el mundo de la moda, en las equipaciones deportivas y en los aspectos complementarios del diseño menor: muebles, menajes, carrocerías y hasta paisajes. Que fuerzan al consumidor cautivado y cautivo a adoptar ‘el color del año’ según el docto Pantone. Que se autodenomina sí mismo como «la autoridad global del color«, y que además dicta la norma del mercado venidero. Prueba de ello es que tres meses después de la elección del ‘Color del Año’, ese color invicto tiñe todo tipo de superficies y de objetos: desde vestidos, a paredes y elementos decorativos, pasando por cosméticos, carrocerías de autos y carcasas de iPhone.
Un viaje de vuelta el de fijar el ‘Color del año’, que antes tuvo uno de ida, en ese proceso de establecer la verdad cromática anual. Y su virtud consecuente. Dicen, que los expertos coloristas peinan el mundo en busca de influencias y hallazgos, cual cazadores de tendencias. Esto incluye las industrias de moda, las películas en rodaje, el mundo del arte, los destinos turísticos afamados o los más grandes conciertos de estrellas rutilantes; así como otras condiciones socioeconómicas o factores determinantes como la tecnología, las nuevas texturas sensoriales, incluso los grandes eventos deportivos que capturan la atención de todo el mundo. A partir de ahí actúa el laboratorio Pantone, formado por Carola Seybold, directora de Pantone Europa, Leatrice Eiseman , Laurie Pressman y David Shah. «Una vez leí en una revista alemana que lo decide [el color del año] un grupo de personas que se sientan, beben demasiado y de allí donde cae el dedo sale el color del año«, dice Carola Seybold. «Obviamente no es así, [se] tienen en cuenta muchos factores: cuestiones sociales, el momento económico, películas, vídeos o música del momento, qué color piensan que es importante en ese momento algunas grandes empresas...». Además explica Seybold que entre todos los miembros, más los expertos de turno que se suman y asesoran, «deciden una familia de color. Si creen que se necesita energía, por ejemplo, piensan en la gama de los rojos y a partir de ahí, en qué dirección ir dentro de una paleta que engloba 2100 tonos… si ir hacia el amarillo o hacia el marrón. Una vez elegido el tono concreto, hay que encontrar el nombre. Es muy importante que no signifique nada inconveniente en ningún lugar del mundo«. Cazadores de tendencias, como tantos otros cazadores de cualquier tipo.
Pues bien el año mediado que llevamos, por si no lo sabe usted ha estado caracterizado por el color Marsala. Un color que, casi como un acertijo: «No es un rojo como tal, ni un marrón. No es un granate, ni un berenjena, ni un burdeos. No es un color teja, ni arcilla, ni terracota«. Adivina, adivinanza. Que podría seguir con la paleta próxima, del ‘Cardenal‘, del ‘Nazareno‘, del ‘Pasión‘ o incluso del ‘Obispo‘. Un color del año 2015, que recibe su nombre de Marsala, del color Marsala, o expresado de otro modo, el Pantone 18-1438. Un color que toma su nombre de la tonalidad de la tierra y de los vinos de la ciudad siciliana homónima. Un color genérico y no específico que, obviamente tiene ese tono propio de los vinos tintos. Por lo que podría haber sido igualmente el año Rioja, el Valdepeñas, el Borgoña, el Burdeos o el Toro.
Un color, lleno de propiedades salutíferas y salvífica, como exponen desde el Instituto afamado. La retórica y la ideología viene después, cuando Leatrice Eiseman explica que se trata de «un color válido y aceptado tanto para mujeres como para hombres -a los que invita a experimentar aplicando una pincelada de éste color a diario-. Además, combina perfectamente con casi todas las tonalidades de piel, no solo como prenda sino también en forma de barra de labios o de laca de uñas. En el aspecto de la decoración o del ‘packaging’, un acabado mate resalta la naturaleza orgánica de Marsala al tiempo que añadirle brillo transmite un mensaje completamente diferente de glamour y lujo, lo que demuestra su versatilidad«. Incluso redondeando la cursilería muy asentada, formula que la elección del Pantone Color Institute es muy benemérita, pues se «trata de un color idóneo para decorar las casas más acogedoras desde la cocina al salón sin olvidar el vestidor, ya que su elegancia universalmente atractiva se traduce fácilmente a la moda, la belleza, el diseño industrial, los muebles para el hogar y los interiores en general«. Incluso sostuvo que «Su matiz de buen gusto encarna la riqueza satisfactoria de una comida saciante, a la vez que de sus raíces de color marrón rojizo emana una terrenidad sofisticada y neutral«. Y es que el Marsala es un tónico y un reconstituyente, toda vez «enriquece nuestra mente, cuerpo y alma«. Pura ideología y pura fantasmagoría.
La consecuencia de todo ello, son la ya citadas. Una vez conocido el ganador de la carrera de color, vienen los efectos colaterales. Y así sobre las pasarelas destinadas a presentar las colecciones de otoño/invierno 2014-2015 se vió ya una predilección por ese color que se equilibra en la delgada línea que separa el granate del rojo púrpura, en creaciones de Carven, Dolce & Gabbana y Burberry Prorsum, entre muchos otros. Dejando constancia con ello de que, siendo tan diferentes los estilos arraigados a las firmas y tan lejanos sus lugares de procedencia, la intención coincide cuando se trata de confirmar un color favorito.
Periferia sentimental
José Rivero