«Puertollano es tierra de promisión»: El pregón de Eduardo Egido abre la Feria de Mayo

El técnico de Cultura Eduardo Egido abrió la Feria de Mayo recorriendo los senderos de su infancia en la ciudad minera, recuperando las huellas que el tiempo ha dejado. El acto que estuvo precedido por la actuación de alumnos y profesores de percusión del Conservatorio “Pablo Sorozábal” y culminó con la Coral Polifónica dirigida por Adolfo Muñiz.

Eduardo Egido, técnico superior de cultura de Ayuntamiento y durante muchos años presentador de pregoneros de feria, cambió su papel de cada mes de mayo, que cedió en esta ocasión al concejal Antonio Rodríguez, que fue el encargado de su presentación en la recta final de su vida política en el consistorio puertollanense.

La emotividad ya se vivió desde los primeros minutos del acto y es que Rodríguez recibió de manos de alcaldesa, Mayte Fernández, una vara de senderista, para que pueda continuar apoyándose en el nuevo camino que ahora emprenderá.

Ya entrados de lleno en el pregón, Egido recurrió a su infancia para rememorar estampas de una feria que se fue pero que sigue estando viva en el corazón de muchos. “La feria es el compendio de todo deseo infantil. No hay más que ver la cara de felicidad del niño que entra en el recinto ferial y contempla el espectáculo multicolor que se ofrece a sus ojos. La sinfonía de sirenas, campanas y chicharras que aturden y, al tiempo, acarician sus oídos. Todos los adultos hemos regresado a la feria para dar rienda suelta a los deseos de nuestros hijos, hemos vuelto a subir a ese endiablado artilugio para no dejarlos solos”.

De la ola al látigo

Había más ingredientes en esta feria, como la “ola”, una plataforma de madera que simulaba las ondulaciones de un mar embravecido y “donde nos esforzábamos en golpear con el puño un balón de badana que colgaba del techo o en hacer girar la bola que llevaban en el morro las focas que nos transportaban en su lomo”.

Otra de las más populares era el látigo, en la que “caía la breva de que alguna muchacha aceptase subir con nosotros en alguna atracción porque al acelerar la vagoneta su velocidad en la zona de los extremos del rectángulo que formaba el recorrido, era inevitable que los cuerpos de los viajeros próximos entraran en contacto, dando lugar a un gustillo efímero pero reconfortante”.

Había muchas más posibilidades de diversión, como el laberinto de cristal, los coches tope o el circo.”Subir en los coches tope suponía renunciar a varias atracciones pero la sensación de autonomía que se experimentaba valía la pena”.

Eduardo Egido reconoció que con buen o mal tiempo, Puertollano ha sido siempre una ciudad acogedora. “Es tierra de promisión, cuyo significado original alude a la tierra que Dios prometió al pueblo de Israel. Si le quitamos a la frase su sentido religioso, no por ello deja de tener sentido. Que se lo digan a los miles y miles de forasteros que llegaron a Puertollano desde todos los confines”.

La pandilla de la calle Ancha

Recuerdos de aquella feria en la que mediante sollozos hizo todo lo posible para que su madre le comprara una “mónica” (armónica) o ya en la juventud cuando junto a su pandilla de la calle Ancha iba camino de El Bosque para contemplar el montaje las atracciones.”

A finales de abril, este recinto era un hormiguero de operarios que se afanaba en levantar las atracciones entre una barahúnda de golpes de maza y órdenes para trabajar al unísono. El olor a grasa fresca impregnaba el aire. «Poco a poco, con solemne expectación, asistíamos al maravilloso espectáculo por el que tomaban forma los escenarios de nuestros sueños, y así, íbamos descubriendo con gozo que un año más acudían fieles a la cita nuestras atracciones preferidas. Deambulábamos de acá para allá, ganándonos a veces las regañinas de algún operario por entorpecer su faena”.

Tiempos en los que un mozalbete no contaba con demasiado dinero en su bolsillo, de ahí que hiciera lo imposible para conseguir fichas o pases para disfrutar de las atracciones. “No resultaba fácil que ese milagro se produjera porque los feriantes daban prueba de sagacidad obsequiando únicamente a las mocitas, a sabiendas de que ellas servirían de imán para atraer a sus admiradores. Pero valía la pena intentarlo”.

De los caballitos al trenillo de la muerte

Un pregón en el que hizo repaso de algunas de las atracciones que guarda en el recuerdo con mayor cariño, como los caballitos Ortega; el trenillo de la muerte con “aquella figura revestida con un mono negro en el que fosforecía el esqueleto humano y que, escondida en la oscuridad del túnel por donde se internaba el trenillo, la emprendía a escobazos con los vocifera.

Recordó que desde 1986 la feria cambió su emplazamiento histórico del Paseo de san Gregorio por el de las Pocitas del Prior, junto al popular “charcón”, hoy conocido como la laguna de los patos. “Hoy sabemos que el cambio fue apropiado y la feria mantiene su vigor y ha ganado en comodidad para los visitantes al tiempo que se ha dotado de un espacio más amplio para responder a las nuevas instalaciones. La feria, como la ciudad, evoluciona sin pausa. La ciudad, como la feria, mantiene su pujanza”.

Con trompetilla al cuello hizo un llamamiento a que todo el mundo haga un alto en su quehacer, que acuda sin falta, porque el descanso y la alegría son necesarios para aliviar la vida.