Casimiro Pastor Millán.- La historia contemporánea española está jalonada de connivencias entre la Iglesia y la derecha. De hecho, al golpe de Estado de 1936 que dio origen a la Guerra Civil, los vencedores le dieron el nombre de Cruzada de Liberación. No fue sino hasta los años 70, cuando el cardenal Tarancón presidía la CEE, años coincidentes con la Transición, que la Iglesia dejó de ser coincidente con los intereses de la derecha, jugando un importante papel mediador entre las “dos Españas”.
Las relaciones políticas de la Iglesia española con los gobernantes han pasado desde entonces por distintas vivencias, siendo la etapa de Rouco Varela la más beligerante con los gobiernos del PSOE, a pesar de recibir multitud de ayudas gubernamentales. Todos recordamos las manifestaciones, llamadas de los obispos, que coincidían con la derecha política en la plaza de Colón de Madrid hasta que el PP se hizo con el poder a finales de 2011.
La incorporación a la cabeza de la Iglesia del Papa Francisco, hace dos años, ha supuesto un giro en la política vaticana a escala planetaria. Este Papa retoma la doctrina del fundador y se aproxima a otros pontífices de siglos anteriores. Es de esperar que no tarde mucho en publicar alguna encíclica en pos de los desheredados de la tierra, después de pronunciarse claramente contra el desastre con el que se está acometiendo el tema de la inmigración irregular procedente de África, y también contra otras injusticias clamorosas demasiado presentes en las noticias. Papas anteriores ya escribieron encíclicas sobre doctrina social para: reclamar los derechos de los trabajadores; pedir una distribución equitativa de los bienes; desaprobar las estructuras económicas que promueven la injusticia, y reconocer que el auténtico desarrollo no está limitado al crecimiento económico.
Volviendo a España, hoy Rouco Varela contempla desde su retiro dorado cómo su sucesor en el arzobispado de Madrid, Carlos Osoro, sigue los nuevos dictados de Roma. Una de sus primeras acciones fue irse a pisar el barro a “El Gallinero”, un suburbio de Madrid. No tuvo empacho en manifestar su desacuerdo con la “comparación no feliz” que Montoro hizo entre las donaciones recibidas por el Partido Popular y las de Cáritas y defendió la acción de esta ONG, “sin cuya labor no se conocería Madrid”. Mientras, el cardenal Ricardo Blázquez, actual presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha manifestado en un reciente discurso que el reloj de la Iglesia española se pone a la hora del de Francisco, y que deja de ser un actor social partidista o un contrincante político para convertirse en una instancia de autoridad moral, que denuncia la crisis y la corrupción.
El Partido Popular debe de saber lo que tiene que hacer para gobernar a favor del pueblo, porque cuando vuelve a necesitar sus votos dice que va a hacer, si le votan otra vez, lo que no ha hecho en toda la legislatura. Tal como está el patio, su menor problema hoy es el de credibilidad ante el electorado. Y encima ya no cuenta ni con el apoyo de la Iglesia.