Enseñar no es fácil; hacerlo en España, tampoco y quizá menos que en otras partes. Todas las profesiones en que es preciso tratar con personas son delicadas y duras en lo psicológico: profesor, periodista, policía, médico…Pero el enseñar en España tiene algo de desgracia añadida; hace solo dos siglos que dejamos de tener Inquisición y hace bastante menos no había enseñanza gratuita obligatoria. Distan setenta años de que una gran mayoría de maestros, profesores y científicos fueran fusilados, represaliados o tuvieran que exiliarse o dedicarse a otra cosa, porque en España a los primeros a los que envían al paredón es a los curas, a los maestros y a los poetas líricos. A millonarios como Juan March, uno de los principales promotores de una conocida tomatina parecida a la del avión, no. Incluso tiene en Madrid una fundación dedicada a la filantropía cultural (puro «lavatorio del cerdo», diría Miguel Agustín Príncipe) y una biblioteca teatral. Aquí expondré mi experiencia personal, no sé hasta qué punto representativa, pero que quizá sumada a otras pueda tener algún valor.
En el curso de treinta años de enseñanza he notado una evolución y una involución. Han aumentado los conocimientos previos de los alumnos en tecnología y han decrecido en lectura y humanidades. Y lo curioso es que, sin dominar viejas tecnologías, difícilmente se puede sacar fruto a las nuevas, que son consecuencia de las otras. Los jóvenes son ahora tan diestros en manejar el pulgar para apretar botones como patanes en menear el bolígrafo o en crear contenidos (se entiende por esto cosas con sustancia y utilidad) para Internet. Son más «artistas» y han perdido voluntad, disciplina, aguante, paciencia y ortografía (no les importan los pequeños detalles). Saltan como mariposas de enlace en enlace sin leer nunca más de dos frases seguidas y son incapaces de extraer una conclusión razonada y razonable.
Es fundamental comprender que esta falta de voluntad y esfuerzo es crucial para inclinar la balanza global de la enseñanza actual a lo negativo, porque los análisis modernos han venido a resolver que, para sacar unos estudios, lo esencial no es ni la memoria ni la inteligencia, aunque tener caudal de estas cualidades ayuda: es la voluntad y el trabajo. Y no hay píldoras, tratamientos ni libros buenos para enseñar y desarrollar esta capacidad, aunque en algo sí son constantes y voluntariosos: en desarrollar su físico y apariencia. Nuestros muchachos podrían correr dos mil metros sin perder el resuello y en vez de a la biblioteca van al gimnasio a moldear su cuerpo; inversamente, si tuviesen que recorrer con la vista cinco líneas del Quijote tendrían, desesperados, que echar mano al diccionario, se dormirían, tirarían del libro o lo dejarían para poner un «guasap» o irse a dar saltitos; leer, esto es, ejercitar las neuronas con la lectura y extraer abstracciones, ideas, representaciones de las palabras es para ellos más fatigoso que acarrear ladrillos en una obra o ejercitar los músculos para jugar al balompata (que llaman football).
En cuestiones humanísticas su insapiencia es de abrigo; hagan la prueba: apuesto a que la mayoría de vuestros hijos no sabrá deciros quiénes fueron Nerón o Job. No han visto películas de romanos, aunque sí cosas como las Cincuenta sombras de Grey, la última de vampiros pitopáusicos o Los juegos del hambre. Lo más probable, sin embargo, es que, cuando «echaban» pelis de romanos (por Semana Santa) estuvieran viendo dibujos animados (anime japonés) por ordenador con un guion compuesto por ágrafos descerebrados (¿qué se puede aprender de los Pokemon, sin tilde en la e, por cierto? ¿Qué valores morales inculca Dragonball o Naruto?). Al menos los Astérix les indicaban algo sobre el mundo romano, algo que una versión aún más vacía del paletismo estadounidense, el paletismo nipón, está estropeando todavía más con sus mangas sin letras y sus dibujos animados baratos, nada parecidos a Heidi, Marco o las maravillas de Miyazaki o incluso el costumbrismo de Yoshito Usui. Y como los progresetes y las feminazis les han quitado la asignatura de Religión, se han quedado sin saber algo del Antiguo Testamento (que no es meapilas, sino lisa y llanamente Historia y Literatura) o el dramático y ético Evangelio, conque quedan capados para apreciar cumbres del arte como la Pasión según San Mateo de Bach, el Requiem de Mozart o, se dice pronto, la mitad de toda la Historia del Arte occidental, y no poco más nada tangencial de otras disciplinas. Todo esto lo exagera, además, la burricie televisiva estatal y privada, que adocena a las masas bovinas y ovinas con programas «sociológicos» como Gran Hermano, «Adán y Eva» (no, no es Historia sagrada) y otras pornografías necias apenas disfrazadas, desterrando la curiosidad sabia y los documentales de la programación a las cuatro de la mañana y olvidándose para siempre jamás de cosas como el «teatro» (algo así como «cine de anticuario», para los de la LOGSE). La televisión ha perdido no ya la vergüenza, sino hasta la desvergüenza: ya es solo basura y mera mierda, eso sí, llena de interesante publicidad: ahora la publicidad es mejor que esos programas salidos directamente del culo. ¡Y nos quejábamos de la publicidad! Si tenemos la suerte de que Job suene algo a alguno de nuestros muchachos, lo más probable es que lo confundan con el señor de Apple, aunque ocurre al revés también; a un ilustrado profesor amigo mío un alumno le dijo que no había hecho los ejercicios porque estaba viendo «Aída» y se le ocurrió perdonarlo porque una ópera de Verdi es algo que se disfruta en pocas ocasiones. Le faltaba el marco de referencias oportuno. Solo en una cuestión las humanidades les atraen: en «saber» farfullar inglés; pero no les pidan traducir nada en ese idioma, de forma que, para vergüenza nuestra, Robert Browning y Algernon Charles Swinburne pueden pasarse perfectamente otros cien años sin versión al español, una lengua de cuatrocientos millones de analfabetos funcionales.
Las razones de tan gran inoperancia en lectoescritura derivan en gran parte del capitalismo global, ansioso ya incluso de absorber lo que queda de riqueza en poder de las clases medias. El capitalismo no busca competidores y críticos, sino consumidores dóciles alienados por una cultura light (la traducción más real del anglicismo es «insustancial» o «paleta») que se identifica con el american way of life o incluso algo peor, el sistema de vida asiático-esclavista. Cuando yo era joven aprendía a leer (y a acabar lo que leía) en los tebeos y en una Enciclopedia que compraron trabajosamente mis padres a plazos, en la que siempre uno podía saciar su curiosidad por temas que ahora no aparecen en la «tele». Asimismo, me pasaba las tardes en la biblioteca pública o me colaba en cines donde había sesiones dobles baratas; uno podía, por ejemplo, comprar un tebeo y cambiarlo luego en tiendas que te daban a cambio otros usados a cambio de un duro o cosa así; uno podía así leer muchas historietas por poco coste; pero ahora no hay tebeos ni tampoco tiendas de esas. Sí hay novelas gráficas carísimas, manga sin texto y álbumes que se venden en grandes superficies alejadas de la ciudad. No hay tampoco editoriales que cubran un sector semejante tan microeconómico ni políticas de estado destinadas a subvencionar publicaciones de historietas, fuera de que las editoriales y las librerías cierran por la competencia brutal de la piratería en Internet (por más que crezcan las librerías de segunda mano). Toda una generación que creció leyendo novelitas del Coyote, el toledano Estefanía o Mortadelos, Jabatos o Capitanes Trueno ahora no encuentra equivalentes. Con un tebeo se aprendía no solo a leer, sino ortografía, porque, como el ojo ve el dibujo a la vez que la letra, asocia la ortografía correcta en las letras a la misma imagen, algo que ni se les habrá ocurrido a los culturetas que programan exposiciones de cuadros caros, gastos de charanga y pandereta o ciclos de conferenciantes a cien euros la hora. No diferente es el desprecio de los ayuntamientos rurales por sus bibliotecas públicas, casi siempre cerradas, sin programas de animación a la lectura o álbumes de historietas, con libros seleccionados sin criterio o desechados y que da grima verlas. No es el caso de Ciudad Real, por fortuna, pero sí el de incontables pueblos manchegos, como he podido comprobar.
Otro factor grave que contribuye al «aburramiento» colectivo de los jóvenes es que se los socializa desde demasiado temprano, haciéndolos más susceptibles de «modelizarse» a las «modas» capitalistas más que «formarse» a los «modos» humanísticos. Socializarse tan temprano con ayuda de móviles, fiestecillas de cumpleaños y continuos actos sociales no es necesariamente bueno; de hecho es preferible un friki a un botellonero con la agenda llena de falsos, superficiales (y superviciosos) amigos en camino de transformarse en ninis sentados en la acera; los jóvenes de ahora carecen de soledad para «descubrir»; en la soledad pueden descubrir otras voces de amigos que hablan, los libros; al contrario que los otros, estos nunca cambian de opinión y siempre están allí sin que tengan que convocarlos. No te exigen estar «conectado» al móvil, simular lo que no eres ni mantenerse «en línea» para que la gente se acuerde de ti y te invite a eventos. Habría que luchar contra ese terror a transformarse en un marginado de las relaciones electrónicas, siempre más inauténticas que las reales. Hay que descubrir a los jóvenes los apasionantes horizontes que abre la soledad, lo bien que suena la inédita voz de uno mismo cuando hay silencio alrededor. La literatura es compañía, y la forjó la soledad.
En el fondo todas esas relaciones electrónicas las forja la necesidad de huir de la descomposición de la familia. La vida familiar ha degenerado gracias a la presión desestructurante que el capitalismo y los servicios «públicos» ejercen sobre ella. Esa inestabilidad se percibe en grupos como son las clases de los colegios y los institutos, porque los muchachos la reflejan y proyectan contra sus compañeros y profesores. En ciertos pueblos formados por aluvión de temporeros, hay aulas en que más que a un profesor se necesita a un exorcista, a un general de la OTAN o a un traductor de la ONU. Hay aulas donde se hablan cuatro o cinco idiomas distintos (tan facilitos como el cantonés, el árabe, el ruso o el suajili) con alumnos de familias desestructuradas por las políticas laborales de diversos gobiernos y que tienen que enfrentarse a las no menos desestructurantes reformas educativas de esos mismos gobiernos (estatal, autonómico y el que se quieran inventar) más las disposiciones necias y absurdas de los gerifaltes varios de la cosa. Burlándose de estos políticos de mierda, sin capacidad para ponerse de acuerdo en el bien de su país, una revista educativa, desesperada ante una nueva y enésima reforma educativa cuando no acababa de aprenderse la última, tituló su portada: «El profesor chiflado».
¿Quién puede resistir un ataque conjunto tan terrible sin desmotivarse, al que hay que sumar además la burocracia, la bajada de sueldos, el aumento de funciones, la desestima profesional y la falta de incentivos y alternativas? Al profesor de hoy, constituido en el raído heraldo de un ayer que se presenta como muerto, fenecido e inactual, lo combate la sociedad entera, las modas, la televisión, los móviles, el capitalismo y su sociedad de consumo e incluso sus propios gobiernos.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
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Pues eso: el profesor chiflado. Sin Jerry Lewis.
Un claro ejemplo lo tienes por este foro. Te curras un articulazo como este y te sale el primer idiota que pasa sin saber por qué por aquí, te suelta dos renglones con insultos y faltas de ortografía y se queda tan a gusto…Total, que piensen otros…aunque ni siquiera sepa quién era Unamuno…
Vivir para ver….
Y que Educación Para la Ciudadanía era un error…ayyyyy jodida derechona española. Se pegan por alumbrar y darse golpes públicos en el pecho y luego no respetan nada ni a nadie.
Me ha gustado mucho la referencia que has hecho de saber mover el pulgar como el que más y luego no tener ni puñetera idea de crear un contenido. Genial. Pero, aún a riesgo de repetirme, lo más doloroso es cómo atacan a quien intenta razonar. Eso sí que es peligroso…
Un amigo, con buen sueldo y madrileño, me comentaba por qué llevaba a sus dos hijos a uno de los colegios exclusivos de la ciudad: la única manera de quitarse de encima todo esto que comentas. Me dejó sentado porque es una persona muy, pero que muy defensora de lo público…pero, en el fondo, al final le doy la razón. Pagas un pastón y te quitas de enmedio a todos esos jóvenes que no tienen futuro ni lo quieren y pueden joder el de tus hijos. Yo resisto y defiendo la pública. Incluso los padres de clase somos muy proactivos en cuanto a la defensa de la calidad de la educación de nuestros hijos. A ver si nos sigue durando….profesores incluidos.