Toda lista electoral, entendida como «la enumeración, generalmente en forma de columna, de personas» que contienden en los procesos electorales; aspira a colocar el listón muy alto. O sea, aspira a que listón, entendido como «la barra que se coloca horizontalmente sobre dos soportes para marcar la altura que se ha de saltar» marque un máximo y quede como ganadora del salto. Los demás listones, desde la cinta a la moldura y a la tabla, son puro ornamento, que poco aportan a esta salto que se prevé realizar por la lista señalada y para ello se prepara.
Y es que hay toda una filosofía admitida, pero oculta, de las listas electorales. Siempre existen argumentos en favor de su configuración. Pasa en el límite, como con los resultados electorales: suelen contentar a casi todos los contendientes, a la vista de los comentarios producidos. Dando la impresión con ello, de que no suelen existir derrotados y perdedores en los procesos electorales. Dando la impresión con ello, de que nunca hay malos resultados tras el escrutinio. Con las listas electorales pasa algo parecido: no hay lista mala.
Las listas electorales por tanto y una vez hechas públicas, se proclaman como las mejores posibles, como las más conseguidas y trabajadas, como las más ajustadas a la realidad social a la que quieren servir, o las más equilibradas en su composición y las más idóneas para los tiempos actuales, al contar con representantes de todos los sectores sociales y profesionales. Vamos ‘¡Listas que enamoran!‘, como algún eslogan ciudadano, viejuno, refitolero y repetido. Dicho ello, con todo el respeto debido a los ciudadanos esforzados, que han decidido ilusionados pasar por la suerte de las urnas, como forma de veredicto incruento.
Desde ese ambivalencia de sentidos y contenidos, unas veces se predica la bondad de la experiencia, que dicta por ello la continuidad de sus integrantes; y en otras ocasiones, se formula la necesidad de la renovación, fijada por la súbita sustitución de sus miembros. Que a veces es leída como un varapalo a los equipos anteriores, o como una enmienda a su trabajo. Los casos más sintéticos y sincréticos, establecen lo adecuado del equilibrio entre los dos extremos: experiencia y renovación. Es decir suman restando, o restan sumando.
Por no citar las proclamaciones de lo oportuno de otros criterios tenidos en cuenta en su elaboración, que constituyen una suerte de extraña y hermética sabiduría partidaria. Sabiduría cerrada y poco compartida. Por no citar también lo oportuno de la participación equilibrada de mujeres y hombres, en las llamadas tontamente ‘listas cremalleras’, que abren tanto como cierran. Y, finalmente, lo afortunado de la mezcolanza de jóvenes intrépidos con mayores sosegados. Hubo un tiempo lejano, aunque no tanto como se pueda pensar, en que la cremallera, no era la alternancia de Hombre/Mujer o la de Joven/Adulto; sino la de Intelectual/Obrero, que era otra forma de recoger réditos temporales, cuando aún había individuos de ambas especies citadas.
Hay toda una filosofía admitida, pero oculta, de las listas electorales y, sobre todo, de sus cabezas visibles y emergentes. Cabezas que proclaman resumidas, las bondades de sus integrantes y acompañantes. Sin saber, a estas alturas, si la cabeza hace la lista, o es al revés, la lista hace la cabeza. Que es algo parecido a lo de ‘Monta tanto, tanto monta, Isabel como Fernando’, que es otra suerte de cremallera antes de ser inventada, aunque sin caballo y sin Reyes Católicos.
Incluso, habiendo ganado Primarias abiertas o Primarias cerradas (que ese de las Primarias, es otro territorio enormemente resbaladizo, como nos muestran las múltiples experiencias conocidas) esas cabezas electorales pueden ser defenestradas, en un último movimiento, y contra todo pronóstico, caerse del cielo electoral. O pueden optar por el abandono innegociable y la huída, tras su primera y falsa proclamación. Existen casos extremos muy reconocidos, en los que avanza el calendario electoral y no se desvela el misterio de la Cabeza, igualmente Electoral, aunque no siempre Pensante. En un insondable ejercicio de ‘Dedazo y Aplazamiento’, que cada vez se asemeja más al ‘Temor y Temblor’ kierkegaardiano.
Un ‘Temor y Temblor‘ que en ocasiones parece más un ‘Sturm und Drang’ del romanticismo alemán; esto es una ‘Tormenta e Impetu’, por lo que se avecina y aproxima, o por lo incierto del designio. Cuanto más tarde, más difícil es y será la contestación al Dedazo Director, que viene a constituirse con ello, en una suerte de Jehová infalible en el Sinaí, dictando la verdad de las Listas Electorales. Y jugando una partida de resultado incierto, por más sorpresa que se quiera infundir, con la designación en el tiempo de descuento, de ese brillante oculto, en forma de ‘Candidato de consenso’, aunque no haya sido consensuado con nadie. Sino impuesto por la superioridad, que siempre acierta, incluso cuando se equivoca. Por eso es superioridad.
Pues eso, equivocarse acertando o acertar equivocándose, es tanto como perder ganando, o ganar perdiendo. Que es lo que suele ocurrir casi siempre, tras el conteo electoral. Con lo que volveríamos al principio. Y es que la prueba de la suprema inteligencia es la de mantener dos ideas opuestas, de forma simultánea, sin mover un músculo de la cara.
Periferia sentimental
José Rivero