Mario es un hombre maltratado. Tan maltratado que está muerto. O sea, que no está. Se lo han cargado. Y no es que lo sepamos porque ─desde la primera página─ el bueno de Mario se postule como ocupante del jardín de los callados. No, señores y distinguidas señoras: a Mario se lo cargaron mucho antes de meterlo en el ataúd.
Se lo cargó su mujer. Quede claro. Y no le metió veinte puñaladas ni le prendió fuego en las partes nobles ni le tuvo que poner la mano encima para quitarlo de en medio. Además, la paciente señora contaba con una enorme ventaja: podía hacer pasar a su marido muerto en vida por eso precisamente: por un vivo; con el consiguiente ahorro en abogados y en billetes de autobús cuando los del maco le concedieran permiso de salida por buena mujer (en la cárcel).
Don Miguel Delibes no inventó la cosa esa de la violencia de género. Tenía demasiada clase este hombre como para sacarse de la manga revoltijos de palabros con los que impresionar al respetable. Al respetable (para el no respetable, nada) se le impresionaba en tiempos de don Miguel con buenas historias. Y “Cinco horas con Mario” lo es.
Mario está ya fiambre, pero en vida fue un hombre atormentado por una esposa que nunca le comprendió y, amás, le respetaba más bien poco. Le echaba en cara que leyese, que acudiera a la tertulia de los escritores de su pueblo a contar lo que los hados le habían provisto ese día para huir de la rutina; su mujer, como decimos, no lo entendía así: el hombre, su marido, iba a perder el tiempo con sus palabras escritas o habladas. Aquí lo que hay que hacer es trabajar y ganar dinero, parece decir la viuda, y parece decir mucho más, porque a ver si ahora va a resultar que la viuda no ha sido tan respetable en vida de Mario.
Pero no les queremos destripar el argumento de una de las mejores obras de don Miguel. Era este un escritor de nación, de esos que ya no hay porque la industria editorial no está precisamente ahora como para invertir en carreras a largo plazo. Ahora se coge a un mindundi (o a un tolai, que para esto que les digo tanto vale uno como otro), se le asignan unos mil folios de misterios pseudogilipollescos, preferiblemente, ambientados en épocas pretéritas y ¡hala! a vender libros como rosquillas.
“Cinco horas con Mario” no creemos nosotros que se vendiese como caramelos a la puerta de un colegio de niños bien. No. Pero a diferencia de otros, aún sigue siendo leída por algunos afortunados, por esos lectores que no se acomodan al palé de dos toneladas de últimas sensaciones venidas del gélido norte sueco, y quieren ahondar un poco más en la librería: en el estante del fondo ─entre una guía de viajes extraviada y un ejemplar de segunda mano de la última gran sensación venida a menos─ aguarda pacientemente “Cinco horas con Mario”.
Disfrútenlo, que para luego es tarde.
Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales
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De cinco horas con Mario, aparte de los reproches de su viuda (no) doliente, me quedo con los perfiles de los hijos y su visión de «los convencionalismos» con respecto al luto y el velatorio. Me encanta como te mete en el ambiente social en torno al duelo y como, en el mismo, retrata el mundo del profesor Don Mario.
Por supuesto, los santos inocentes, pero mi favorita de delibes es El Camino. Un canto a la infancia, a la vida sencilla, a las relaciones humanas., ect. Delibes es de lo mejor de la narrativa del XX; más allá de «generaciones» o vanguardias mas o menos politizadas o políticas, directamente, es el gran referente. Felicidades por el artículo.
Entre los profesores de lengua y literatura suele haber tres grupos: los que adoran a Miguel Delibes, los que adoran a Borges y los que adoran a los dos. A mí me gustan los dos, pero he de confesar que El hereje, cuyo tema me atraía porque he investigado la historia del protestantismo en España y en concreto a uno de sus más famosos personajes, Juan Calderón, no lo puedo soportar. Ponerte en la primera página cerca de veinte palabras del argot marinero no hay lector que lo soporte; se nota que lo compuso con un diccionario especializado de la Academia. No puedo leer una obra teniendo que recurrir al diccionario cada cinco palabras. En eso se equivocó.
El mensaje de Cinco horas con Mario es el mismo que el de La Colmena, aunque más digno y ético: la enorme mediocridad de la clase media española creada por Franco, su mezquindad, su auténtica falta de valores. Mario representaba y representa lo que pereció tras la Guerra Civil: la dignidad, el orgullo, la justicia.