Manuel Valero.- Yo ya no tengo duda de que algo se está cociendo. Y que la Historia está gestando ese algo que no sé si me dará tiempo a experimentar en mi ciclo vital. Y como no hay gestación sin dolor habrá que estar preparado por si al final la criatura viene así como con una malformación. Es una inquietud que atosiga a uno así se detiene a reflexionar sobre el prontuario de la actualidad telediaria y otros directos.
Precisemos que el mundo nunca ha estado tranquilo desde la mañana de los tiempos, pero hoy es ya, definitivamente, esa aldea mcluhaniana con un inmenso pilancón en el centro. Miramos a Grecia como si fuera el pueblo próximo al nuestro y al moro como si ya tuviera los pies en Tarifa. Catorce años del tercer milenio y el mundo está como a punto de un estornudo cósmico. La globalización era esto: no la universalización de un status democrático y arcádico acrisolado en un mestizaje universal de respeto y tolerancia, sino la emergencia bronca y gruesa de la miseria humana. Las redes y el monstruo internáutico nos ha descubierto lo mal vecinos que somos y las ganas de gresca permanente en la que estamos sumidos. Todo, o casi todo, es agrio, montaraz, vocinglero y todo se mezcla en un totum revolucionatotum hasta el punto que la cuna griega de la democracia puede descolocar el puzle comunitario, el inmaduro Maduro pagador de Podemos puede venezolear la marca España, Putin puede autocoronarse como el nuevo zar macarra de las Rusias anexadas y los yihadistas clavar por días el mojón del califato unos metros más allá –más acá, o sea-luego de abrirnos el apetito con una nueva entrega del horror. El mundo mundial que hasta ayer era grande, ignoto y desconocido, hoy es una olla de depresión crónica. Basta con navegar un rato.
El devenir de este Planeta ha dado para tantos ismos como hemos sido capaz de digerir a costa de una factura sangrienta, desde los imperios incunables a los imperios contables a partir del año Cero, el feudalismo, el caciquismo, el capitalismo, el comunismo, el socialismo, el liberalismo, el coloniamismo, el independentismo, el nacionalismo.. (el anarquismo es el gran fracaso ísmico por su historia achulada de acciones violentas y porque su modelo y su rama pacífica son más seráficas que humanas) sin que hayamos dado con la tecla. A lo más que nos hemos acercado ha sido a un pendismo (de pendencia) perpetuo y al temblor democrático del menos malo de los sistemas posibles, bajo la atenta mirada de los mercados que son los bancos donde usted y yo tenemos las perras, y los malogrados preferentistas sus acciones y decenas de miles de personas sus planes de pensiones, o sea bajo la atenta mirada de nosotros mismos. Podría abogarse por el digitalismo democrático o el internautismo, que dice el personal que la Tercera vendrá por el disco duro.
Todo guarda una fidelidad atávica al AND de simio que nos sostiene. Desde los tiempos de Asurbanipal II que no sé si existió. El relato de la Historia es el de un puñado de hombres (y mujeres) y lugares de culto que evocan batallas ganadas o perdidas, y tras ellos una muchedumbre anónima que ha pasado por este mundo ante la absoluta ignorancia e indiferencia de todos sus semejantes. Semejantes asimétricos, claro. De tanto trotar a bordo de esta pelota y de haber acumulado tanta experiencia, hemos descubierto nuestra tremenda soledad: huérfanos vamos a la búsqueda de un sistema que nos apañe. Pero nada hay nuevo bajo el sol, y sí una redundancia ísmica que en Grecia es como una reedición del comunismo; en Francia del nacionalismo; en Rusia del imperialismo; en Argentina de la excrecencia extemporánea del peronismo; en el orbe mediolunar del islamismo. Está el caso chino y su asombroso sincretismo entre los dos antagónicos que ha dado a luz engendros millonarios sin que al sistema político de la gerontocracia se le haya movido un pelo, bajo la foto testimonio de Tiananmen. El gigante chino asoma así como una enajenada síntesis que ha dado un capitalcomunismo, con magros dividendos.
Hemos descubierto que el patio es demasiado pequeño para tanta boca y nada nos parece nuevo sino viejo, por mucho que lo viejo se vista de inédito. Es la globalización porque la globalización era esto: una serie de horror que vemos en la tele a la hora de comer. El diminuto Planeta que poetizó Carl Sagan está preñado sin que a día barruntemos si lo que viene viene bien. Y mucho peor sin que sepamos a ciencia cierta quién es el padre. O los padres.
En mayo de 1968 dijeron: que paren, que me quiero bajar. En el Uruguay de la diáspora: el ultimo que apague la luz. Habrá que añadir que un mundo como este no es el mío. O, también a la cristiana: mi reino no es de este mundo. Bergamin le daba vuelta: mi mundo no es de este reino. Pues eso, nada por delante ni por detrás .
Lo confieso. Echo de menos los primeros ocho años PSOE. Eramos tan irresponsablemente felices!
¡Olé!
Gracias Angel. Codearme articularmente con tipos como tú y el de arriba mola mucho.