Se pregunta o más bien se aserta mi admirado José Rivero que él no sabe lo que piensa el cantautor cubano, Pablo Milanés, vocero de guitarra y voz (y mucho talento) del régimen cubano, luego de una larga experiencia y peripecia vital. Que no sabe lo que piensa el viejo trovador, hoy, en su primera senectud que es donde se evapora lo fútil y sedimenta lo sociológicamente evidente: la constatación de que todo movimiento que en la Historia ha sido está abocado irremediablemente al proceso de génesis, apogeo y decadencia. Lo peor que le puede ocurrir a un apóstol de lo social es sobrevivir al modelo, pues será necesariamente testigo de la deformación de los ideales que un día lo sostuvieron, o peor aún, al despropósito de un sistema-régimen que languidece y se pudre aún ante la aparente imperturbabilidad de los ideales que lo construyeron.
La justicia social, la igualdad (que no igualitarismo), la desaparición de las clases sociales (que no de la clase personal), la rebeldía ante el todopoderoso Tío Sam, la emergencia del hombre nuevo-proletario, daba mucho juego para calmar el acné juvenil y era una fuente de inspiración para cualquier trovador viejo o nuevo que se decidiese a loar al revolucionario-jefe. Como es habitual en él, en José Rivero, digo, antes de llegar al aserto final pinta con su envidiable erudición el retablo perfecto político y musical de una época en la que todo parecía borbotear en la gran olla de los tiempos. En la España de entonces, una Cuba achulada y triunfante frente al imperialista Gringo del napalm, daba para mucha poesía social y para canalizar la contestación franquista. Yo estuve en el concierto que dio la Nueva Trova Cubana en el San Juan Evangelista, Jhonny, y vi a Pablo Milanés sentado en unas escaleras entre estudiantes mientras esperaba su turno que era justo antes de Silvio, la super star del régimen. Años después lo volvi a ver en Puertollano. Y tuve la oportunidad de charlar con él, no de política, claro, y ya se le notaba ese poso de decepción que es al que siempre sucumben los hombres sabios que ademñas tienen que batirse el cobre con la enfermedad, que es la lucha de veras. Cuba era, antes que cualquier otra cosa, una pedorreta a los USA en plena efervescencia de los yankies go home, sobrevitaminada aquí con los últimos coletazos de un régimen militar y los primeros coletazos alli de otro régimen, el chileno, en plena orgía fascista del Cono Sur. Pero hay una cosa que no perdona: y es la necesaria caducidad de todo ensayo colectivo que pretende una sociedad nueva, idílica, ensoñada a golpes de acordes y letras de postín y, ay, bajo la vigilancia del nuevo demiurgo hacedor de todo lo humano, llámese Castro, Pinochet, Videla o su porquero. Lo que le ha ocurrido a Pablo Milanés es sencillamente que ha sido testigo de la decrepitud de un régimen circunstancial que se hizo estructural manu militari , y en consecuencia la idealista bisoñez del cantautor de obligada leva ha sedimentado en la evidencia de la imperfección de todo modelo de convivencia.
Ahora en estos extraños tiempos en los que se trata de reeditar la América irredenta de la mano de buenos indígenas y mejores revolucionarios con sucursal en la España EREtica Gurteliana bajo la marca Podemos, aparece el viejo sabio trovador con toda su serena decepción. Nunca habrá paraísos perdidos en este insólito planeta porque para que los haya primero tiene que haber un paraíso que perder. Hay otros casos en la historia musical de este país de cantautores que hicieron el viaje a la inversa y le babearon al dictador antes de convertirse en el pentagrama oficial del eurocomunismo.
Un profesor de Universidad cubano que revisó mi novela Ultramar me habló en cierta ocasión de la realidad cubana desde su realidad de todos los días que era la antítesis de mi idealidad teórica mediando un océano. Él, estaba en Puertollano por asuntos académicos. Era verano y salimos a cenar. Nada del otro jueves. Una cena de mediana clase, en una terraza de bar a base de tortilla de patatas, un par de raciones de carne adobada y calamares, cerveza, café y chupitos. Treinta euros, para los que íbamos una fruslería. El se mostraba tímido y tuvimos que animarle para que disfrutara de la mesa. Se sentía incómodo porque, decía, que se acordaba de su pueblo, mientras él tenia al alcance de la mano todo un prontuario de pitanzas. Como si aquello fuera inmoral. Se sentía incómodo. Desde entonces me cambió el chip. “Sólo queremos ser libres de EEUU y del comunismo. Y que los de Miami si cambia el régimen cubano no vengan a administrarnos a quienes hemos padecido la penuria”, dijo. Y se acordaba de cuando la cartilla de racionamiento a los pocos años de la Revolución era tan gruesa como un tomo del Quijote. “Hoy apenas es un folleto”. Todo pasa y todo queda si es que queda. Ya lo dijo Lenin ¿libertad, para qué? Pues para morirme de hambre si es que me sale de los cojones. O para revisar desde la serenidad de los años lo que un día fue y ya no es, que es lo mismo que constatar que nunca hubo paraísos en la tierra, salvo el del momento exacto de la eyaculación. Pero es tan fugaz.
Manuel Valero
Similia similiter solvuntur. La vida no vale nada si no es para padecer….somos hijos encorajinados de una época peleona, mitómana y algo fullera.
Si