Manuel Valero.- Entre la intriga del inminente Premio Planeta, asteroide más que astro principal de la prosa editada cuya fuerza de atracción es la levedad, los meandros imposibles de un hombre que no puedo independizar porque es incapaz de extraer la espada de la piedra y un bicho letal al que hay que acercarse vestido de fumigador, hoy me quedo con la onomástica bifronte de la mujer rural que en Castilla-La Mancha, provinciada en Ciudad Real, llaman a seguir en el rescate del entorno campesino femenino dos asociaciones, dos, AFAMMER y AMFAR, capitaneadas por dos paisanas de provincia, Carmen Quintanilla y Lola Merino, aunque pasados los años no acudan ellas, las mujeres rurales, con mandil de faena, moño a la nuca y horca al puño, más que nada porque de esa guisa, más pareciera un mural revolucionario que una cita masiva de mujeres icono de la ruralidad turística de los tiempos modernos. Y porque queda muy antiguo: las revoluciones que vendrán ya no serán como las de antes, y Pablo Iglesias junior, lo sabe.
Como pasa en casi todo, en el dinamismo asociativo, hay escorrentías que lo conectan con los partidos políticos a los cuales suelen nutrir de militantes, simpatizantes y de votos y en este caso, a sus lideresas contumaces de un porvenir político tan apegado al terruño como la moqueta del campo yermo. Siempre me he preguntado, con todo respeto para la libertad de asociacionismo, por qué había y hay dos asociaciones de mujeres rurales concomitantes y duales, cuales copias de sí mismas, lideradas por dos ciudarrealeñas, a las cuales admiro por su labor y su tenacidad (a una de ellas le regalé y la regalo suspiros de torreón porque me recuerda a mi primera novia), y ambas, además, activas responsables del mismo partido político para cerrar el círculo ranchero.
Como dos cosechas para un mismo silo. Que el otro lo tiene FADEMUR, federación de mujeres rurales, más avecindada con el PSOE, razón por la cual vemos al nuevo hombre fuerte (y guapo) de la socialdemocracia española (yo le doy un voto de confianza, y el otro, depende) entre las campesinas del siglo XXI, como a Mariano Rajoy, generalmente del brazo de la incombustible Quintanilla, hablando a diestro y siniestro de la nueva ruralidad de la mano del emprendimiento en el corazón de AFAMMER.
Yo estoy a favor del emprendimiento, porque a quien no emprende le queda la alternativa del funcionariado, minado ya el campo del oportunismo político, pero me disloca un poco el biasociacionismo conservador de las mujeres rurales, y no me hurto a la pregunta que me hice entonces y me sigo haciendo ahora: ¿no sería mejor que el campesinado popular se reuniera bajo un mismo palenque para ahorrar organigramas y ganar en efectividad? Si la efectividad, claro, es únicamente la salvaguarda de la mujer en el entorno rural con todas sus potencialidades y no otros intereses colaterales. Las necesidades de las mujeres del campo campero, tanto de AFAMMER, como de AMFAR o de FADEMUR, se las supone iguales, aunque no lo sean las disposiciones alternativas a llevar a cabo para que el campo siga reteniendo población, evite la despoblación y se abra a nuevos modos que explotar y conservar la campiña nacional y autonómica. Ellas, asociaciones y asociadas, evocan esa empatía a lo sindical con los dos grandes partidos, que cada vez son menos grandes, a tenor de los augurios demoscópicos.
Desconozco si IU o UPyD tienen aliadas en el mundo rural como correa de transmisión para futuras desamortizaciones, al uso de las que gozan conservadores (2) y socialdemócratas (1). A Podemos aun no le ha dado tiempo porque lo suyo tendrá una escenografía más decimonónica de braceras con moño evolucionadas hacia el vaquero y camisa de cuadros, a riesgo de evocar un fotograma de rancheras yanquies. Pero sea como sea, uno, un tanto escéptico con la pompa oficial de los días internacionales en un mundo que celebra la globalidad a cada día, se une al entusiasmo campesino de unas y de otras y de sus partidos amigos, aunque me siga haciendo la misma pregunta de cuando ejercía el oficio y suspiraba más: ¿Porqué no se unen AFAMMER y AMFAR, si son lo mismo?
Y dicho lo cual me arrebujo a conocer el próximo Planeta (libro), a descifrar el arcano catalánicoartúrico y a tomarme con serenidad el asalto de un bicho que hoy por hoy anida en una mujer que es enfermera, pero que lucha cual afanosa campesina, por fumigar su propia sangre con un par de ovarios, para limpiarla de la plaga y servir de buen abono al prójimo o la prójima. No sabe dónde se ha metido. El bicho, digo.
El nudo gordiano Manuel, no es la dupla asociativa rural-conservadora. Sino, ¿cómo Quintanilla y Merino pueden sentirse representantes de las mujeres del medio rural? Ellas tan urbanas, tan preocupadas por su carrera política y por su ‘look’ asociativo-electoral, no pueden representar a la pequeña empresaria agraria o a la trabajadora autónoma del campo.
Otra cuestión es qué pasa con los hombres en el medio rural, donde sólo son visibles las mujeres y sus desigualdades y diferencias. Habrá que indagar el porqué del ‘Varón domado y desaparecido’.
El problema del mundo rural, su desarrollo económico, su ordenación territorial, su viabilidad social y su sostenibilidad final de todo tipo, es de tal calado y de tal antigüedad, que no puede abordarse solamente, con las gafas partidarias del PP o del PSOE.
Hacen falta otras miradas y otros puntos de vista para garantizar el pomposo y arbitrario concepto de ‘Desarrollo Rural’. Con mujeres, con hombres y con niños dentro.
Siempre tan cirujano…