Fermín Gassol Peco.- Que atravesamos una época de “laicidad” es algo que parece evidente. El hombre de hoy está entusiasmado con el alcance de sus posibilidades y en esta especie de enamoramiento de sí mismo ha empezado a dar de lado a todo lo que no tiene origen en su inteligencia.
Pese a todo, nuestra historia está llena de líderes espirituales quienes a través de consejos que podríamos calificar de pedagógicos, han intentado aportar alguna luz a situaciones que se dan continuamente en esa misma sociedad que se cree autosuficiente. Uno de los géneros más conocidos son las parábolas o sucesos inventados por el pedagogo pero que tienen un propósito de enseñanza moral. Sin embargo quien esto escribe piensa que las parábolas pueden tener también una lectura y una enseñanza sociopolítica indudable. Parábolas como la de los talentos o la del sembrador, pueden constituir escenificaciones muy plásticas sobre lo que supone el aprovechamiento de las facultades y bienes que el hombre ha heredado y hoy posee.
A medida que la sociedad está más evolucionada, más desarrollada, demanda mayor calidad en los comportamientos de sus miembros como no puede ser de otra manera. Sin embargo no todos los que la conformamos aprovechamos de manera correcta los sabrosos frutos de la semilla que ese desarrollo nos proporciona. La democracia y la libertad con todas las ventajas que conllevan, son algunas de las semillas más preciadas para cualquier suelo, para cualquier sociedad. Pero sucede que una semilla de calidad ha de ser acogida en un suelo preparado, fértil y profundo. Si la semilla, por buena que sea cae en el camino, en terreno pedregoso o infectado de malas hierbas, si la semilla cae en tierra seca, poco profunda y no la abonamos y regamos a diario con acciones convenientes, si no procuramos extirpar las malas hierbas que la ahogan, su calidad podrá estar certificada con gran poder de germinación pero la cosecha, si es que llega a término, será deplorable.
En una sociedad se recoge lo que se siembra. No puede conducir a engaño que sembrando ideales nobles y justos éstos se vean aminorados y abortados por no ser acogidos por una tierra, por una sociedad preparada para que la semilla germine y crezca fuerte y sana. Hace unas fechas tuve la ocasión de hablar en público sobre la crisis actual. La cosa iba sobre la crisis económica, sus causas y sus víctimas. Tras reflexionar durante varios días preparando la charla, examinando las causas que habían provocado esta crisis, llegué a la conclusión de que las causas eran varias pero que la causa última había sido y sigue siendo una fuerte crisis de valores internos o dicho de otra manera una escalofriante crisis de cultura.
Porque la cultura es aquello que nos procura la humedad, lo que da vida a cualquier sociedad, lo que transforma un mercado de ignorantes en una escuela de saber. Resulta bochornoso que día tras día una gran mayoría de personas con capacidad y oportunidad para pensar, dediquen su tiempo a vegetar, a satisfacer el instinto sin dedicar ni un solo momento a procurar rentabilizar o poner en práctica los talentos recibidos, su nivel de conocimientos. Trabajar mucho para disfrutar mucho, triste historia ésta cual parábola de unos seres dando vueltas a una noria. ¿Quién piensa hoy? ¿Quién dedica algún tiempo de sus vidas a buscar soluciones a los problemas actuales? ¿Quién se pregunta el porqué de todo esto? Luego nos extrañamos de que esto no funciona, pero ¿Quién siembra “semillas certificadas” en el suelo de nuestra mente y nuestro corazón?
No puedo estar más de acuerdo contigo en el diagnóstico. Pero la palabra incultura, que significa incultivo, parece insuficiente para recoger toda la semántica del fenómeno; se trataría de un puro y simple nihilismo consecuencia del mero reduccionismo de todas las facetas de la vida a economía materialista y su endógena producción de basura, no solo basura material, sino basura humana, gente que en sí misma es basura.
Completamente de acuerdo con tus afirmaciones…pero el final de tu comentario, Ángel, es de un «luteranismo» a ultranza, al que yo siempre le añado alguna esperanza. Un saludo.
Esperanza = Autorreciclado.
Yes.
Pues sí, Ángel, hay gente que en sí misma es basura (y mira que es duro el concepto aplicado a un ser humano). Precisamente muchos de ellos/ellas se encargan de ponerle el precio a la recogida de la basura allí donde mandan.
Son aquellos y aquellas que, por su exposición pública, deberían ser un ejemplo para todos y, sin embargo son el clarísimo ejemplo de lo que no debería ser un servidor público.
Ello nos lleva a que muchos/muchas personas (que no ciudadanos/ciudadanas) asuman como propios y legales, éticos, morales e, incluso, estéticos esos comportamientos en su vida diaria. ASí, hacen del insulto, la confrontación, el barriobajeo, la mentira, la codicia moneda de cambio común como si no hubiera otra forma de afrontar el devenir de la vida en nuestro día a día.
En este caso, tenemos clarísimos ejemplos de basura humana por estos lares digitales…
Fermín, te sigo leyendo. Siempre. Pero ya sabes que soy más político que filósofo (supongo que basura también…jejeje).
Gracias Blisterr…tiempo ha, que no coincidíamos. Buen verano. Yo, a Carrión. Un saludo.
Buenas reflexiones leo desde tú artículo, Fermín, hasta los comentarios.
Mucho nivel intelectual, filosófico, político y sobre todo humano.
¡Me gusta leeros! Y sobre todo me gusta leer comentarios constructivos y no destructivos vs bazofia como de vez en cuando enturbian la imagen de un buen artículo.
Ah, he dicho …vs bazofia en el sentido de que no me gusta utilizar la palabra «basura» como descalificativo ya que la basura es riqueza si se recicla…
A mí me gusta salvar siempre a la persona Luis…por muy «contaminada» que parezca estar. Un abrazo.