La entrevista de Villaseñor, viene a señalar el nuevo sesgo de los acontecimientos que comienzan a sucederse en cascada. Entre otros, el desplazamiento del debate sobre el proyecto arquitectónico del nuevo Ayuntamiento, al debate sobre su emplazamiento urbano, una vez verificada la demolición del viejo Consistorio. Junto a él emergen otras cuestiones significativas, tales como el criterio de valor de ciertos elementos construidos; la importancia de las opiniones de las mayorías frente a las minorías rectoras, en determinadas decisiones urbanas; el peso añadido de las escasas denuncias producidas con anterioridad, ante tanto despropósito desarrollista y urbanicida y la necesidad de ciertas transformaciones urbanas de peso. Por no hablar del siempre deseable ‘Control democrático del Urbanismo’. Aunque eso fuera pronto aún, para formularlo.
Si aún a lo largo de 1971, y tras la presentación del proyecto, el debate abierto trató de demostrar a la opinión pública que “el edificio no será un barco ni tiene estilo nórdico”[1], en los dos meses citados las opiniones sobre el edificio pasaron a un segundo plano y se pivotó más hacia la definición del nuevo espacio resultante y sobre las alternativas de ubicación del proyecto de Higueras. Tan es así que se llega a producir un trabajo de Emilio Arjona -parte interesada en todo el debate al ser concejal y periodista- denominado “¿Donde le sirvo su Ayuntamiento?”[2], como quien pide un vermú o una caña: al gusto y a la carta.
Del urbanismo plebiscitario al urbanismo a la carta, eran otras tantas formas de desquiciar el fondo de la cuestión, mediante la utilización de cierto tono paródico. “Perdónennos los teóricos cuatro mil firmantes de esas famosas relaciones que andan por ahí, pero no estamos , en absoluto, de acuerdo con la teoría de llevar el Ayuntamiento de la capital como si fuera un zascandil, por ahí de calle en calle, hasta lograr una ubicación perfecta para esos cuatro mil firmantes, en beneficio de un espacio abierto, que nos quieren endosar como la feliz iniciación de una poco menos que quinta Avenida. Aparte de que la ubicación del nuevo Ayuntamiento, según proyecto del arquitecto Fernando Higueras, se acordó en Pleno Municipal que se instalara en la Plaza; aparte de que el Ayuntamiento aprobó el proyecto en su día; aparte de que es de un lógica aplastante que si se quita una cosa de un lugar, quede en su sitio un lugar vacío y que las gentes sapientes o no, deben saber a priori, el espacio que se va a quedar; aparte de que el proyecto está concebido por los técnicos -en este caso Fernando Higueras, arquitecto de renombre universal- para ser emplazado ahí y no en otro lugar; aparte de otras muchas razones, la de que existe un acuerdo municipal…aparte de todo eso no hay ni habrá fuerza ni talento humano capaz de hacernos comulgar con la rueda del molino ese de decir que el espacio abierto que ha quedado hermosea el centro de la ciudad”.
Trabajo el de Emilio Arjona, en la estela de las justificaciones del proyecto de Higueras y de su implantación repetida y modular en la Plaza, que pasaría a ironizar sobre las pretensiones alternativas de los firmantes opuestos, pero que en ningún momento se aventura a cuestionar el citado proyecto como punto de partida de todo el conflicto abierto.
¿Por qué no haber admitido, que el proyecto de Higueras era un mal proyecto, o cuando menos un proyecto equivocado y haber rectificado a tiempo?, ¿creían de verdad en la bondad de la actuación de Higueras, o todo respondía a la incapacidad de reacción cuando existe oposición a tus planes? Máxime cuando incluso se era capaz de predicar sobre la necesaria conservación de los centros históricos. “En las ciudades centroeuropeas, el pueblo lucha encarnizadamente si es preciso, para conservar embelleciéndolo y enriqueciéndolo, el carácter tradicional e histórico de sus plazas”. No se si las luchas de unos frente a otros, fueron un episodio aislado contra una imágenes ajenas al imaginario ciudadano, o si por contra todo era un episodio anticipado, de cierre y clausura, en la destrucción de la ciudad. Curiosamente, se había invertido la causa y el efecto, al anteponerse la ubicación del nuevo Consistorio, a su propia definición formal y a su precedente de la demolición del edificio decimonónico.
Con todo ello el debate civil impensado, se había desbordado y amenazaba con llegar a cuestionar hasta los propios fundamentos de la democracia orgánica como advertía San Martín en su texto “La Plaza: balance y peligro”. “Para nosotros -aunque creemos que ha remitido la fiebre primera y las cosas se van serenando y posando- hay dos peligros claros si se desorbitan en exceso las cuestiones. Uno, que si se trascendentaliza mucho el asunto, puede crearse una maniobra de diversión o cortina de humo (dicho sea en términos militares sin ningún trasfondo y ninguna otra intención) respecto a otros asunto tan vitales e importantes que tenemos planteados y en los que hemos puesto el empeño de solución, aunque nos cueste sudor y lágrimas. Otro, que se politicen los actos administrativos que responden, desde luego a una política, pero que no deben ser consecuencia de la acción conyuntural de una postura de situación”[3].
Cierto pragmatismo, expuesto sin sonrojo, exigía una dedicación a otras cuestiones no menores, que comenzaban a ponerse en marcha -Polígono del Torreón, Nuevo Museo Provincial, Colegio Universitario- y no perderse en debates, hasta cierto punto huecos. De igual forma que el temor a cierta politización, en los amenes del franquismo, invitaba al abandono del debate ya prolongado. Claro que días antes y en la ajetreada ‘Tribuna del lector’, se había podido leer un escrito en el que, sin cuestionar cierto orden de cosas, se abrían algunas dudas sobre la capacidad de los representantes municipales para asumir la opinión de la calle:“ No podemos negar que el ciudadano medio vive un tanto al margen y despreocupado de los acuerdos y los problemas debatidos en las sesiones municipales pues siempre son resueltos por los concejales que como ellos dicen en su carta ‘para eso están y por algo son los portavoces del pueblo’. Pero cuando este pueblo dormido y despreocupado antes, reacciona contra un acuerdo -no tomado equivocadamente no; pero si quizás sin preveer una configuración urbana diferente y mejor- su deber debe ser por lo menos considerarlo y tenerlo en cuenta”[4] . La otra parte del temor a la politización, era el alcance imprevisto de estas cuestiones urbanas y el posible descubrimiento de ‘otras verdades ocultas’ en el final de la dictadura.
[1] Garrido E. Casa Consistorial. El edificio no será un barco ni tiene estilo nórdico. Hoja del Lunes. 7 de julio 1971.
[2] Arjona E. ¿Dónde le sirvo su Ayuntamiento? Lanza, 5 abril 1972
[3] San Martín C. La Plaza: balance y peligros. Lanza, 18 abril 1972.
[4] Más sobre la Plaza y el nuevo Ayuntamiento. Lanza, 6 abril 1972.
Periferia sentimental
José Rivero