La primera cara hace ahora cincuenta y cinco años que vio la luz, vino al mundo en una de las primeras crisis petrolíferas y fue vendida con sus hermanas en 2000. Un año después, empieza la segunda cara, de otra nacionalidad, bajo una casa madre de auténtica “clase media alta”, ya no es tan pequeño, ni tan utilitario, pero sigue siendo icónico y mantiene su “sesentero” y pegadizo nombre: Mini.
Una caja de 10x4x4 pies
Esa fue la condición “sine qua non” que el capitoste de la British Motor Company (BMC), Leonard Lord, puso al equipo de diseñadores que lideraban Alec Issigonis (un ingeniero de origen griego que acabaría siendo nombrado “sir”) y Jack Daniels (nada que ver con el espiritoso de Tennessee) para que, en el plazo más corto de tiempo crearan un coche económico con el que vadear la escasez petrolífera devenida como consecuencia de la crisis de Suez de 1956. Aquel coche que debía medir 3,0×1,2×1,2 metros era heredero directo del Morris Minor al que acabó haciendo olvidar por sus exitosos resultados en los agitados años sesenta. Un coche tan pequeño en una época donde la miniaturización no estaba sino en mantillas, generó no pocos problemas solventados con ingenio por aquellos audaces ingenieros: ruedas de pequeño radio que acabaron siendo diseñadas y fabricadas por Dunlop; bisagras bajas para el exiguo maletero, por si se abría accidentalmente que no derramara la carga; más bisagras para no ocultar la matrícula trasera al abrir la citada compuerta; suspensión innovadora a base de conos de goma en lugar de muelles helicoidales y detalles muy “british” como que las bolsas laterales de las puertas fueran lo suficientemente amplias para que cupiera una botella de la ginebra favorita de Issigonis. El coche estuvo listo en 1959 y vivió en primera persona la ebullición británica del “swinging London”, donde, desde estrellas del rock hasta miembros de la nobleza, disponían de un vehículo creado para las clases trabajadoras. No tardaron en llegar las versiones y motorizaciones diversas, llegando la más potente a los 1275 cc., el célebre Mini Cooper GT que ganó el Rally de Montecarlo de 1964 y 1965, preámbulo de la entrada del coche en el Olimpo de la automoción.
De Séptimo Arte
Con su bajo centro de gravedad, su espacio reducido y altamente maniobrable, su aspecto juvenil, el Mini acabó como muchos otros astros llevado a la gran pantalla, curiosamente con una película que, como el coche, tuvo dos caras: “Un trabajo en Italia” (Peter Collinson, 1969) y “The Italian Job” (F.Gary Gray, 2003), ambas con los Mini del momento como protagonistas, dejando que Michael Caine, en la primera y Mark Whalberg en la segunda y ya con los Mini alemanes dieran rienda suelta al placer de conducir estos soberbios vehículos. El modelo antiguo puede verse en la primera entrega de la saga de Bourne, un precioso Mini rojo que hace virguerías en las manos de Matt Damon (es un decir) por las calles de París. Cuentan que mientras rodaban “la Gran Evasión”, Steve McQueen y James Garner se encapricharon del Mini-Cooper y ambos se compraron uno para disfrutar por la campiña francesa y llevárselos a América como recuerdo; Garner lo acabó vendiendo y arrepintiéndose el resto de sus días, McQueen no se deshizo de él y cuentan que esa unidad sigue rodando por San Francisco, pero sin “Bullit” al volante. El cine español no fue ajeno al “boom” del Mini. Fabricados en la factoría de los camiones Barreiros, los Mini españoles también cumplieron lo suyo en la poco recordada cinta “Las Nenas del Mini-Mini” (Germán Lorente, 1969), una astracanada de la época del subdesarrollo que servía para enseñar pierna de actrices como Sonia Bruno y Pilar Velázquez que compartía cartel con “galanes” como Juan Luis Galiardo, Manolo Otero o Alfonso Bourbon: el Mini también aquí era objeto de deseo, aunque en el guión (donde estaba presente un joven Garci) subyace la moraleja de la vida disipada de los “niños bien” con coches ¿potentes?
Ave Fénix
Los cambios en la dirección de BMC y sus sucesivas transmutaciones como British-Leyland, y alguan denominación más que no viene al caso, acaban con el modelo Mini en manos de Rover que en los noventa del siglo pasado decide registrar como marca MINI el vehículo en cuestión que, de esta forma, se convertía en un potente activo para la marca. Así, cuando BMW se cansa de acumular más de un lustro de pérdidas por la adquisición del grupo Rover, del que se desprende, decide mantener los derechos sobre Mini y encarga al norteamericano Frank Stephenson un diseño retro del Mini-Cooper que presentarán en el Salón de París de 1999 y que, excediendo las medidas y características del original, capta enseguida la atención de un público situado en segmentos superiores. La película antes reseñada no hace sino popularizar el nuevo modelo y sus sucesivas variantes y “concepts” acentúan su popularidad con la incursión de prototipos con su carrocería en las pruebas tipo “Dakar”, pero esa es ya otra historia.
Juanma Núñez
A41- Todo Motor