Fermin Gassol Peco, director Cáritas Diocesana de Ciudad Real.- En Cáritas Diocesana de Ciudad Real cumplimos este mes cincuenta años de existencia. Es el cuatro de mayo de mil novecientos sesenta y cuatro cuando el obispo D.Juan Hervás y Benet la constituye oficial y canónicamente como organismo diocesano que coordina e impulsa el desarrollo de las Cáritas locales ya existentes y las que surjan después, dando unidad a su acción social, valores y criterios.
Esta fecha representa pues el culmen de un proceso que se inicia el treinta de setiembre de mil novecientos cuarenta y siete, momento en el que aparece el nombre de Cáritas por vez primera en nuestra Diócesis a la sombra del entonces Secretariado Diocesano de Caridad y Acción Católica.
Desde ese instante y durante estos largos años, las Cáritas locales, la comunidad cristiana de nuestra diócesis ha sabido estar siempre junto a las personas empobrecidas a través del voluntariado como signo profético y solidario, a la vez que ha ido adaptando su forma de compartir y ayudar en concordancia con cada momento histórico que le ha tocado vivir.
Cáritas Diocesana a través de las parroquias siempre ha ejercido el ministerio de la Caridad en sus dos aspectos fundamentales, asistencial y promocional. Ya en los “años cincuenta” se da cuenta de múltiples ayudas a colectivos afectados por la pobreza y exclusión. Alimentos, asistencia sanitaria, ropa, atención a transeúntes y emigrantes, construcción de viviendas sociales…son la muestra de que ya en esos años Cáritas se preocupaba por el desarrollo integral de las personas más desfavorecidas de la sociedad.
Hoy nos encontramos con una hermosa realidad. Sesenta y cuatro Cáritas Parroquiales y once Cáritas Interparroquiales implantadas en los arciprestazgos de la Diócesis, conforman setenta y cinco comunidades eclesiales, que junto a cinco Centros de Acogida llevan a cabo esta labor por medio de mil doscientos voluntarios y setenta liberados que entregan su tiempo, su persona, sus capacidades, su ilusión y su Fe a la causa más noble y trascendente del ser humano.
Cincuenta años en la vida de una persona es mucho tiempo…es gran parte de la vida. Medio siglo en la vida de la Iglesia, humanamente hablando es mucho tiempo también, aunque ya sabemos que para Dios son solo un rato. De ahí que estas cinco décadas sean un punto y seguido. Cáritas no puede quedarse en un Emaús en el significado hebreo de “primavera templada”, sino en el sentido evangélico de seguir reconociendo a Jesucristo en aquel empobrecido con el que nos encontramos cada día en el camino y acompañarlo hasta el final.
Porque aunque nos encontremos en plena y calurosa primavera, en la calle siempre hace frío, mucho frio, ese frio que conllevan la soledad y la exclusión social y que sienten muchos hermanos en unos momentos de fuerte crisis de bienes y valores materiales y espirituales. Una crisis muy grave causada fundamentalmente por el empecinamiento social de considerar al ser humano pura mercancía, un mero sujeto económico…una pueril filosofía tras la que una inmensa mayoría de personas camina intentando encontrar de manera errónea y peligrosa la auténtica y total dimensión de su dignidad como ser humano.
Por esta razón el lema escogido para la conmemoración es: “Cáritas Diocesana de Ciudad Real. 50 años construyendo espacios de Esperanza”. La Esperanza que durante todos estos años pudimos y supimos trasmitir y como apertura confiada y exigente hacia ese expectante futuro que nos espera.
Gracias a todas las personas voluntarias que con sus aportaciones hicieron y hoy hacen posible esta hermosa realidad que no es otra que llevar los bienes materiales y los valores evangélicos a nuestros hermanos más pequeños; el primero y principal, recordarles su dignidad de hijos de Dios con todo lo que este largo trayecto contiene y significa; por haber podido llevar y compartir durante todos estos años el amor de Dios con aquellos que más han necesitado de una caricia en forma de pan, consejo, ayuda sanitaria, promocional y espiritual; en definitiva haciendo realidad y vida lo que nos dice Mateo en su capítulo veinticinco.