Leyendo un programa de una Romería afamada, de una de las muchas Romerías que se celebran en los rincones variados de nuestra geografía plural, tuve la sensación de un ‘deja-vu’ primero, y luego de un sobresalto fenomenal. Tuve la constatación de seguir anclado en un tiempo lejanísimo, distante y muy vacío. Un tiempo tan lejano como quiera y pueda imaginar el lector incrédulo: ¿los sesenta? O ¿los cincuenta? ¡Vaya usted a saber!
Todo el complejo escrito y todo el conjunto de los actos organizados en la celebrada programación, tanto laicos como religiosos, se movían en un raro anacronismo, de oro y de plomo, de difícil encaje con la actualidad en la que se supone que nos ubicamos presurosos y descreídos. O eso dicen, los propagandistas.
Hace años leyendo la prensa provincial pasada, percibía ese pasado polvoriento y perfumado de tinta rancia, de una forma nítida y terrible, a través de la lectura de los denominados Programas de Festejos y de las Celebraciones Festivas; como si todo el pasado fuera capaz de articular su relato desde las espaldas del tiempo perdido en fiestas, recreos y chanzas. Para mí, la lectura del pasado y sus sombras tumbadas, se superponían, como una piel precisa y ajustada, con esos actos, programas, pregones, jolgorios y holganzas. El acelerón histórico de la salida del Franquismo y la consecuente modernización del cuerpo social, me llevó a pensar que todas esas formas tribales de ocio celebrativo y de celebraciones ociosas y blandas, pasarían a engrosar el saldo neto del olvido; pasarían a apagarse como lo hacen las llamas agotadas y carentes de brasa.
Han pasado algunos años de aquellas imágenes titubeantes, y tengo la sensación que todo sigue igual, a la manera de Lampedusa. Todo ha cambiado, pero todo sigue siendo igual. Han cambiando algunas cosas superficiales, algunas más profundas mutan entre líneas mudas; pero los desfiles procesionales, los devocionarios de ermita, las viejas romerías, las corridas añejas, las cucañas de vértigo y el juego del pelele apaleado, nos tatúan la piel con un brillo invisible y con renglones muy torcidos nos hablan del ayer. Nos tatúan el alma con el insistente estribillo de tiempo estéril. O del tiempo inmóvil.
Periferia sentimental
José Rivero
Relato atinado de lo que algunos -muchos- llaman tradición y otros, entre lo que me encuentro, anacronismo de charanga y pandereta.
La frontera entre fe y fanatismo resulta demasiado tenue en este tipo de manifestaciones. Probablemente aquella España negra no haya cambiado tanto como pensábamos