J. Carlos Sanz.- Alrededor de las 18.00 horas la plaza de Colón ya es un hervidero. Desde la organización se afanan en repetir que los manifestantes avancen como puedan pues aún hay gente que no ha salido de Atocha. Los 2,5 kilómetros que separan la estación ferroviaria de Colón están literalmente colapsados de personas. Un tsunami ciudadano inunda las principales arterias de Madrid.
Es 22 de marzo en la capital; es el día donde confluyen las Marchas por la Dignidad. He decido compartir la vivencia con una treintena de puertollanenses que se han desplazado desde la ciudad minera en bus. Nada más llegar, se acuerda dirigir nuestros pasos hacia el paseo de Delicias para incorporarnos a la columna Sur que en esos momentos transita por la capital. Una riada humana proveniente de todas partes del territorio español ocupa la ciudad demostrando que un enorme bloque social se está consolidando en este país. Ese contrapoder que muchos analistas reclaman como alternativa creíble para combatir la doctrina neoliberal comienza a germinar. Su simiente es heterogénea, compleja y variada. Pero es esa identidad aglutinante la causa de su meteórico crecimiento. Pocos dudan ya de la existencia de una masa crítica que en cualquier momento puede activar fenómenos de cambio.
Este bloque, compuesto por un crisol de identidades, representa a todos los sectores del espectro social de España. Desde la sanidad, educación, dependencia, cultura, jóvenes estudiantes, jornaleros, parados, científicos hasta pensionistas, desempleados, funcionarios, etc. Nunca antes se había materializado una fuerza cohesiva y social de estas características. La atmósfera que se percibe es de inusitada esperanza pues todos convergen hacia una misma finalidad: hasta aquí hemos llegado, ya es hora de conquistar la dignidad.
Aunque previamente no queda otra que reconquistar derechos básicos y esenciales que en este país han sido jibarizados y despojados de su plena condición. Cosas tan necesarias como “Pan, trabajo y techo para todos” como expresa el eslogan elegido por la organización del 22M. Unas exigencias que distan un mundo de esos supuestos signos de recuperación que el poder gubernamental trata de inocular entre la población.
En 2014, España avanza a velocidad de crucero hacia el tercermundismo. Somos uno de los países de la Unión Europea con la tasa de desempleo más elevada, la nación donde más rápidamente ha crecido la desigualdad, un lugar donde 13 millones de personas están en riesgo de pobreza y exclusión social, un campo de pruebas para tecnócratas del neoliberalismo donde experimentar sus draconianas recetas. Pero está sucediendo todo lo contrario aunque desde sus asépticos despachos, los que deciden el destino de millones de ciudadanos sean tipos desprovistos de sensibilidad. Hablo de la Troika, el enemigo público number one, esa supraestructura de poder económico-financiero que está por encima de los estados democráticos y que de manera impune está ocasionando un daño irreparable en el tejido social de España y otros países del arco mediterráneo sometidos a los recortes.
Para los más de 2 millones de manifestantes que el 22M se dieron cita en Madrid (según fuentes de la organización), tanto la Troika como el gobierno de Mariano Rajoy son los causantes de esta brecha insalvable, de este divorcio irreconciliable entre una ciudadanía hastiada de recibir desprecio y ceguera por parte del poder. Por lo que es de sentido común que uno de los leitmotivs elegidos en las Marchas por la Dignidad sea exigir el no pago de la deuda y la dimisión del actual gobierno.
Un ejecutivo aquejado de “tancredismo” que sigue encaramado al poder cuando lo sucedido últimamente hubiera hecho caer a cualquier gobierno democrático del mundo. Pero en este país, los que representan a la ciudadanía no sólo escurren el bulto sino que tratan a la población como si ésta fuera infantil.
Desde el esperpéntico “lo siento mucho, me he equivocado no va a volver a pasar” con el que nos deleitó el rey Juan Carlos cuando fue pillado in fraganti cazando elefantes en Botswana hasta el estallido del caso Bárcenas, ese tesorero del partido gobernante que encarna la supuesta financiación irregular del PP. Y en esa horquilla, un pandemónium de corrupción sistémica.
Un gobierno salido de las urnas que posee toda la legitimidad por muy defectuosa que sea nuestra ley electoral pero cuyos gravísimos escándalos lo hubieran tumbado en cualquier país democrático. Algo muy preocupante sucede en este país, y principalmente, con las fuerzas que lo dirigen cuando todo sigue como si nada.
Sin embargo, en manifestaciones como la del 22M se ve claramente que el abismo entre poder y ciudadanía es de aúpa y se acrecienta. Imágenes que reflejan por sí solas lo que está sucediendo: las calles donde se sitúan edificios como el Congreso de los diputados o la sede general del Partido Popular blindadas por centenares de policías. Hay vallas impidiendo el libre acceso de las personas. Con esta clase de decisiones, el poder evidencia su desconfianza hacia un importante sector de la población. Se constata que toda la gente que protesta es susceptible de causar problemas por lo que hay que tratarlos como teóricos enemigos. Algo va muy mal.
Al mismo tiempo, lo que se descompone irreversiblemente es el proceso resultante de la Constitución del 78, aquello a lo que llamaron Transición y posterior génesis democrática. Ese “régimen” -como muchos lo denominan- está en fase de declive, se viene abajo pese a querer mantener el equilibrio mientras se tambalea.
Se dice aquello de que no hay más ciego que el no quiere ver. Pero si algo ha evidenciado el 22M es que muchísimas personas se han quitado la venda de los ojos, se sienten unidas y catapultadas hacia un cambio estructural difícil de definir. En lo que se traduzca este naciente y variado bloque social está por ver. Pero de lo que no hay duda es que una conciencia alternativa y crítica ha cristalizado y de qué manera. Que el poder no puede darle la espalda a todo esto ni seguir despreciándolo. Y mucho menos emplear la represión policial para criminalizar dicho movimiento.
El 22M desde Atocha hacia Colón, un brillo inédito refulgía en los rostros de las personas allí presentes. Una conciencia radiante había asomado. Lástima que el desenlace de una jornada tan deslumbrante fuera el de una indiscriminada carga policial contra miles de ciudadanos que aún abarrotaban Colón cuando el acto todavía no había concluido.
Difícil saber qué fue lo que encendió la chispa pero cuesta justificar el que la policía irrumpa en plena manifestación para liarse a pelotazos y porrazos contra las personas que pacíficamente estaban allí. De nada sirvió que la organización rogara a la policía que abandonara la plaza pues aún restaba media hora para finalizar la protesta. El sinsentido de la violencia estaba servido y no tenía lógica continuar allí.
Episodios desagradables que no han de empañar el trasfondo de lo acontecido el 22M en Madrid. Una nueva conciencia ciudadana dispuesta a conquistar la dignidad arrebatada.
Fue emocionante, yo estuve allí y me di cuenta que este país no está tan anestesiado como creía, era un hervidero de gente en su mayoría solidaria, gente con economía boyante pero que se da cuenta que con esa desigualdad tan atroz no se va a ninguna parte y gente que no aspira a cambiar de régimen sino a mejorarlo. No olvidaré nunca ese bendito 22-M de 2014, la gente ha despertado. Y a quien le pique que se rasque.
No hay nada sin lucha| ni el aire que respiras|no eres un juguete| levántate y lucha ya.
En el aire quedó que la toma de conciencia era un hecho, la sociedad está viva muy vivita.
Hoy mas que nunca es necesario desalojar a la derecha fascio-liberal del PP del gobierno de la nación, si es posible antes de finales de 2015, pero no para hacer cualquier política ni una reedición, quizá incluso empeorada del segundo gobierno neoliberal de Zapatero. Es necesario que la auténtica socialdemocracia crezca y que con ello lo hagan los comunistas, porque de lo que se trata no es de lograr alternancias electorales, sino giros de la sociedad hacia la izquierda con el fin de que se produzca una auténtica acumulación de fuerzas capaz tanto de romper con el viejo bipartidismo como de abrir verdaderos procesos de cambio social. El fin último sería la radicalización de una parte de esa socialdemocracia y el desplazamiento en implantación social, como dice nuestra compañera Marina Albiol: “Acabar con el sistema capitalista para cimentar una Europa solidaria y democrática es una tarea enorme, únicamente posible desde la unión de todos los trabajadores y trabajadoras. Sólo si permanecemos unidos en la lucha podremos alejar el fantasma del capitalismo para construir la Europa social que necesitamos y merecemos. En definitiva, una Europa socialista”.
Honradez, verdad y trabajo, eso era lo que se pedía a la clase política corrupta, con todo el derecho del mundo porque no se deben consentir que gran parte de la sociedad esté sufriendo recortes tan dramáticamente mientras campen por sus lujos y millones gentuza de la Gurtel y los Eres. No creo que haya que pedir perdón por ello, joer.