Manuel Valero.- Para la gente que se curraba el asfalto en las calles de Madrid ante grises mucho menos contemporizadores que los antidisturbios democrátas del 22-M, Adolfo Suárez sólo era un falangista guapo, el último icono de un régimen descolorido que habría de llevarse la pleamar de los tiempos. Y así fue, cumpliendo con la liturgia de los grandes personajes que entran en la Historia por el portón ancho: pagando el peaje de la propia inmolación.
Tan tomados estábamos por la frescura de la juventud que no teníamos ojos sino para ver a un relamido que rodilla en tierra juraba por todo lo jurable cuando en realidad esta abjurando de todo lo abjurable. La pleamar de los tiempos ha sido la que lo ha devuelto a la orilla intacto y debidamente dimensionado en su gigantismo Si me permiten la observación, las decenas de miles de personas que protestaron el sábado contra elrégimen constitucional lo pudieron hacer gracias a este hombre que se jugó literalmente el tipo cuando, ante los escualos del dictador, dijo aquello de que sin los comunistas no habría una verdadera democracia, y luego abrió las compuertas para que pasara la gente y acrisoló para un pacto necesario a todas las tendencias y todos los colores.
Al poco tiempo de su dimisión el runrún militar dejó de ser un bajo continuo para erigirse durante la negra jornada del 23-F en un solo de orquesta que afortunadamente desafinó y fue devuelto a tomatazos a los cuarteles. No deja de ser un guiño del destino que a pocas horas de una manifestación que reclamaba otro- ¿régimen o sistema?- se haya ido quien impulsó una Constitución que define como derecho, precisamente, la contestación en la calle, una Constitución que puede y debe ser remozada y actualizada pero que ha coronado una larga marcha por la linea del tiempo sin más sobresaltos que los zarpazos de ETA. No deja de ser una asombrosa coincidencia que el reclamo deotro tiempo por quienes ayer se manifestaron en Madrid haya antecedido en horas a la muerte de un político ejemplar que hizo posible que la mismísima Dolores Ibárruri se sentara en el Parlamento bajo el mismo techo que Blas Piñar, la última esencia inodora del franquismo más rancio.
Pero si con el tiempo todos hemos entendido la verdadera dimensión de Adolfo Suárez durante aquellos años de emocionante travesía, lo fue más su trayectoria posterior cuando libre de las ataduras, y de los lobos que lo acosaban desde todos los flancos ensayó su regreso a la política con un partido de centro que fue su canto del cisne, pues ya había ingresado en ella con todos los honores y la Historia, como se sabe, no entiende desegundas vueltas napoleónicas. Suárez aparece hoy como el paradigma de político que tomó decisiones históricas a sabiendas de su propio sacrificio. Exactamente lo contrario a lo que se barrunta enmedio de una algarabía místico-social, un paisaje de corrupción permanente, un cortoplacismo electoral que enaniza a sus voceros hasta casi el desprecio y una toma de la calle en la que se enseñorea un logotipo que también la propia Historia mandó enterrar por su aprecio a los derechos humanos.
Dos detalles para acabar: cuando en el comedor de una pensión en la calle San Bernardo escuchamos su discurso de dimisión, alguien musitó que se lo tenia merecido por traer cogido de la peluca al asesino de Carrillo, y otro más envalentonado soltó un vete con Franco que sonó ausente de toda humana gratitud. Años después, en Ciudad Real durante una declaraciones tras un mitin electoral abanderando el CDS, me preguntó que de qué periódico era: “¿De Lanza, todavía sigue? Eso está bien”. Y se fue con su inefable media sonrisa.
Es inevitable: Adolfo Suárez nos empequeñece a todos.
«acrisoló para un pacto necesario a todas las tendencias y todos los colores» – Mentira, dejó fuera a la izquierda del PCE y por supuesto a los grandes perdedores del 36, los anarquistas y anarcosindicalistas de la CNT. A la cual se la liaron con el caso Scala.
«gracias a este hombre que se jugó literalmente el tipo cuando, ante los escualos del dictador» –
Hay bibliografía extensa sobre como Suarez fue una marioneta al servicio de oligarquías y de lo pactado desde el 69 entre USA y Franco, para meter a España en la órbita OTAN.