Cuando el Centro se tambalea, las periferias se agitan convulsamente o tienden a desaparecer, en lo que en la práctica urbanística americana llaman ya ‘Terrain vague’, algo así como ‘Territorios difusos’ y ya desaparecidos. Todo ello viene a cuento del enorme deterioro que experimentan, que vienen experimentando, los Centros Históricos. De lo cual ya tuve oportunidad de anotar, hacia 1988, en un texto denominado ‘La ola del Centro (Histórico, por supuesto)’. Circunstancia actualizada, que ha dado pie, a un largo texto de Anaxtu Zabalbescoa, en ‘El País’ el día 5 pasado, ‘Aquí se vende centro de ciudad’. Para indicar y señalar la enorme privatización que vienen experimentando los repetidos Centros Históricos, como una suerte de mercancía más dentro del conglomerado inmobiliario. Y así leíamos: “Con la excusa de dinamizar el comercio, la privatización del espacio público, o lo que es lo mismo; la invasión de terrazas y puestos ambulantes, está devorando las ciudades. Donde antes cualquiera podía sentarse en un banco, ahora solo puede hacerlo quien tiene dinero para pagar una copa, un relajante café con leche o una cena”.
Centros Históricos que soportan sobre sus espaldas y sillares, parte de las claves explicatorias de la Ciudad misma, y parte del entendimiento de sus desarrollos posteriores, incluso de su propia comprensión morfológica e histórica. Desde su posición central de almendra fundacional del entramado urbano, los Centros Históricos han visto las secuencias sucesivas de las transformaciones formales, arquitectónicas y tipológicas; para pasar más a tarde al dudoso disfrute de un presente lánguido y blando. Así, desde la primera despoblación de sus ocupantes a la terrible sectorización comercial, después; para llegar en la Postmodernidad rauda a un imposible retorno de las cualidades perdidas, buscadas ahora como sustitutos virtuales, como un puro ‘Ersatz’ de difícil digestión, por más esfuerzos estratégicos y argumentales que desplieguen las Administraciones tutelares y los urbanistas municipales.
Y así anotaba Pancho Ortuño en su Blog. “El asalto a los cascos históricos es imparable en España. Y el proceso de terciarización galopa incansable, escondido bajo el capote de lo que llaman ‘dinamización’, que consta de algunas fases. Siempre comienza, en lo remoto, de la misma manera: echando a los habitantes de casonas y palacios, comprándoles las propiedades o cambiándoselas por pisos modernos. Con ello se acaban los oficios y los sonidos de la ciudad, el casco histórico se convierte en ciudad muerta, dormitorio fin-semanero o vacacional de gente adinerada. Los precios suben como la espuma y quienes llegaron primero y tuvieron la vista de comprar suelen hacer buenos negocios. Una parte del caserío original se destina a instituciones y hostelería de ambiente, con el consiguiente perjuicio para los edificios, que malamente se adaptan a los nuevos usos. En esa parte del proceso suele aparecer el concepto fosilización que es un término estupendo para que intervenga la piqueta y el edificio se adapte -sí o sí- a los nuevos fines”. En ese caleidoscopio de sonidos y tráfagos, fijaba más recientemente la deriva señalada: “Zafra ha caído en lo habitual: el centro histórico se ha llenado de bares, baretos, sitios de copas, restaurantes y taperías. Seguramente es muy difícil cumplir las normas de higiene necesaria en estos edificios viejos e inapropiados para tales funciones pero eso no parece importar. Lo bueno es que llegue turismo, aunque haya que destrozar lo que sea, piedra a piedra. No hay nada tan destructor, tan perverso para el patrimonio histórico, como el turismo y sus necesidades”. Aunque eso mismo pudiéramos decir de Almagro, Alcaraz, Toledo, Ronda o Carmona: estilizaciones escenográficas para recreo de miradas complacidas de turistas mudos.
De tal suerte que como afirma el arquitecto Vicente Patón, “Estamos viendo hoy que la ciudad no la hacen los ciudadanos, ni siquiera como electores, ni propiamente los políticos con criterios que deberían ser democráticos, sino los oligarcas que manejan cada vez más los hilos de todo el entramado social: los potentados ponen el dinero con el que los políticos ganan elecciones y después exigen su tributo como recalificaciones o planes urbanísticos adecuados a sus planes financieros. En este sentido, los políticos son profundamente incultos y a menudo sinvergüenzas, y el electorado se compone en un gran porcentaje de personas de escasa formación y deformada información. Con estos mimbres es muy difícil que una democracia pueda ser real”. Democracia municipal que, a falta de cometidos reales, opta por el ‘Pequeño Diseño y la Estilización del Mobiliario Urbano’. Como si toda la suerte del argumentario fueran los temibles ‘Bancos de diseño’ o la obsesión creciente por propiciar una falsa accesibilidad y sembrar de artefactos moribundos las aceras. De tal suerte que podemos seguir afirmando con Patón: “El resultado es el parque temático de cartón piedra en que se están trasformando tantos centros históricos: cómodos, seguros y decorados, sin ninguno de los encantos de la versión original, pero capaces de satisfacer a ese público turístico que vive más en lo virtual que en lo real”.
Todo esto pensaba, al compás de la degradación creciente e imparable, de un enclave que por ser céntrico pudiera confundirse con parte del Centro Histórico, como ocurre con la Plaza de Cervantes. Aunque en Ciudad Real, la secuencia de identificación del Centro Histórico no deje de ser una música desafinada y problemática que han venido deconstruyendo tantos responsables políticos, técnicos municipales, asesores visionarios, como consintiendo la sociedad en su conjunto. Una Plaza de Cervantes, de reciente nombradía y mérito, que de traseras malolientes y descuidadas, con pasajes secundarios y pisos terrizos fue ganando carácter y posición, hasta adquirir el mecenazgo de edificios de ‘Gran Altura’, como prueba del músculo financiero de su suelo y del gusto por el emblema construido que late en los pechos condecorados de políticos y banqueros.
Y así pasó, primero ocultando los zanjones de desagüe que llegados del paredaño Pilar iban a la Cava, y sellando los vertederos originados por la proximidad del Mercado, llegando en poco tiempo a ser enclave de una modernidad formal signada en los años treinta, por un cinematógrafo excepcional como fuera el Proyecciones. Más tarde, se produjo el traslado del monumento a Cervantes del vecino recinto de la Plaza del Pilar; y ya en la posguerra, iniciar el nombre de una vía nombrada como una promesa militante y uniformada de azul: Avenida del Imperio. También, en ese compás temporal, pasó a ser sede de una empresa rutilante y monopolística, como la Compañía Telefónica Nacional de España, y más aún, pasó a ser sede visible del Poder Político Provincial, con el levantamiento del Gobierno Civil. Pura lógica funcional y puro artefacto simbólico de Poderes y de Plazas, de sedes y suelos. Piénsese en cómo se asoman los Poderes instituidos a los diferentes espacios urbanos y plazas; y como se erigen arengarios místicos de cara al público, en sus fachadas aromatizadas de piedras.
En los últimos treinta años se ha tejido la alfombra de su peatonalización, se ha trazado un arbolado capaz de ocultar pelos y señales, y se ha diseminado un prontuario de diseño en bancos y esculturas; sin que se hayan modificado las condiciones básicas y estructurales de sus inmuebles. Para, súbitamente, descubrir la situación actual de deterioro y abandono de un enclave cercano al ombligo capitalino de la Plaza Mayor; donde también acontecen fenómenos de decrepitud, con solares fijos y adormecidos que no se inscriben en el Registro Municipal de Solares, si es que sigue existiendo y con barruntos de ruinas huidizas.
De tal suerte que en la Plaza de Cervantes, entre la venta íntegra de dos inmuebles, la ruina declarada unilateralmente de un tercero, y la andamiada misteriosa del cuarto, la sensación más viva de tal lugar, no es la de un Centro Histórico sino la de una Periferia Sometida y Satanizada. Incluso algún lector de estas páginas ha hablado ya de un Chernobil insomne y letal. Frente a tales acontecimientos dictados por las Fuerzas Inmobiliarias y los Agentes del Mercado, el Ayuntamiento parpadea perplejo y esgrime tardíamente, el precepto intangible de la ‘Obligación y el deber de conservación, inherente a la Propiedad’. Que por lo que se ve, ni exige ni aplica; o no sabe qué hacer con las afamadas Ordenes de Ejecución. Y acata ‘Declaraciones unilaterales de ruina’, cuando con tales premisas debería adoptarse en casos límites y en preservación de la seguridad. Y además, deberían forzar, correlativamente, a actuar en enclaves como los entornos de la Plaza de Toros o del Hotel Doña Carlota, moteados de inmuebles ajados, abandonados y con más riesgo que el que señala el así declarado en ruina en el número 5 de la Plaza de Cervantes. Que a lo que se ve se está convirtiendo en un saldo inmobiliario, y en un sablazo en los patrimonios de los titulares. Y eso que estamos, en una ciudad y en un Centro Histórico, elegido hace días en un texto enjabonado y turiferario por un Senador del Reino, como “Así es la ciudad en la que quiero vivir”. Aunque sea en ruinas.
Periferia sentimental
José Rivero
Así es Sr. Rivero. Los vecinos de la Plaza de Cervantes vivimos con un edificio que se cae, otro que empieza a caerse, dos abandonados en venta, la plaza inclinada hacia la izquierda por el hundimiento a raíz de la rotura de una tubería, las terrazas ilegales y alegales que se nos impusieron por parte del Ayuntamiento sin contar siquiera con nuestra opinión. A eso hay que unir las obras que tienen que hacer ahora para renovar tuberías porque no se han mantenido, que la plaza es un aparcamiento para la policía local y nacional, que el aparcamiento de bicis no tiene una sola, pero si docenas de motos y que cada vez hay más andamios y menos maneras de entrar en nuestras casas.
En fin, solamente decir que, como todo hijo de vecino, los que vivimos en esta plaza, tenemos los mismos derechos que los que viven en cualquier otra calle, y lo que se ha hecho con las terrazas ha sido una gran cacicada que beneficia a los dueños de los bares y convierte en una corrala las entradas a las casas, como lleva denunciando Doña Charo Vera desde hace tiempo.
Ciertamente, la situación de la Plaza parece obedecer a un perfecto plan especulador para que se vayan los vecinos y convertir el entorno en oficinas. Si s así, que vayan de cara, tanto en el Ayuntamiento como en algunas inmobiliarias. Porque los ciudadanos que aquí vivimos tenemos nuestros derechos, pagamos nuestro IBI y votamos.
La Plaza demanda una urgente reunión entre Ayuntamiento, comunidades de vecinos y asociaciones vecinales para hacer un plan estratégico que compatibilice la vida de los particulares con los negocios de otros particulares que no viven áquí, pero que ganan su dinero aquí dejando las molestias en la plaza y disfrutando su vida particular en calles don, por supuesto, no hay terrazas ni bares, que para eso somos todos muy listos.
Y es verdad, el estado de abandono de la plaza hace que parezca Chernobil.
Levantando acta de los desaguisados urbanísticos y haciendo disfrutar al lector de sus interesantes reflexiones o, como ayer, echando una ojeada a la moderna visión que del urbanismo se tuvo en el breve periodo de la Segunda República. Dibujar sensatez en el lienzo de la barbarie puede que alguna vez, para variar, produzca sus frutos. A no morir en el intento, sr. Rivero.