Las técnicas urbanísticas, excepción hecha de los Ensanches, habían estado determinadas por los Planos Generales que marcaban las nuevas alineaciones y alguna pequeña operación de reforma interior. Pese a la escasa presión demográfica los problemas del alojamiento popular eran importantes en la ciudad. Bajo el titulo ‘El impuesto sobre la casa’ [1] el ‘Diario de la Mancha’ publicaba tanto una crítica a la situación actual del alojamiento obrero, como una posible alternativa a su solución: “En segundo lugar el impuesto sobre el inquilinato pesará más siempre sobre los más pobres y necesitados que sobre los más ricos e independientes…Si al fin llega a ser un recurso o ingreso de los municipios el impuesto del 5% sobre el alquiler, pudiera predecirse como consecuencia más o menos próxima, más o menos remota, pero indefectible y segura un mayor incrementó del hacinamiento en las casas de alquiler más baratas que naturalmente son las menos acondicionadas para la habitación. Cuando la preocupación es ensanchar las poblaciones y sanear las viviendas, evitando la aglomeración de inquilinos”.
La situación de la tipología de la vivienda mantenía aún esquemas vinculados a un aprovechamiento de la crujía; bien en su disposición doble o bien en otras estructuras más complejas. De la primera disposición se derivaba la vivienda burguesa con localizaciones centrales y un escaso aprovechamiento edificatorio, reducido a la epidermis de la parcela. La otra disposición, de la casa partida con dependencias interiores vinculadas a tareas propias de una economía agrícola, era la casa popular por antonomasia. La casa escalera, con una o más viviendas por planta tardará en utilizarse sistemáticamente y casi siempre está destinada a las clases medias. Con este reducido aprovechamiento de suelo y con la escasez de alojamiento no debe resultar extraña la propuesta que en 1906 formula Heriberto Díaz Úbeda. Propuesta consistente en crear un barrio obrero a lo largo de la carretera a Miguelturra, a modo de una ‘Ciudad Lineal’ que uniría las dos poblaciones.
La creación en 1903 del Instituto de Reformas Sociales había abierto diversas expectativas de cara a solucionar el problema del alojamiento popular, en Ciudad Real, al amparo de la Junta de Reformas Locales, se crea en 1907 una comisión denominada de ‘Casas para obreros’. El mismo año, el ‘Diario de la Mancha’ publicaba un trabajo que esbozaba la situación[2], bajo la denominación ‘Los medios de vida y las clases sociales’…. “este encarecimiento se muestra principalmente en la elevación de los alquileres de las habitaciones… todas las clases sociales sufren por efecto del encarecimiento, pero donde con mayor fuerza se deja sentir es en la clase obrera… Consiste el proyecto del Diputado italiano Sr. Ferraris en la formación de ciudades jardines para los empleados. Estos formarían una sociedad cooperativa de habitación… En España se avanza muy lentamente en el movimiento cooperativo…, las viviendas constituyen hoy un problema de difícil solución para las clases humildes… la tan decantada sobriedad española no es más que pura y simplemente necesidad”.
El salto de la muralla que planteaba el proyecto de Díaz Úbeda, contemplaba dos cuestiones: la resolución del alojamiento obrero y la expansión de la ciudad. Haciendo buena, 19 años después, la opción municipal de demoler parcialmente la muralla e ideando un nuevo espacio para resolver los problemas pendientes. El gran proyecto, glosado en la prensa no pasó de ser un empeño incomprendido, cuyo valor hay que entenderlo más en la apuesta tipológica que en los aspectos antiurbanos derivados del `salto de la muralla’. Apuesta tipológica que la Ley de Casas Baratas de 1911 vendría a potenciar, al entender la situación de las ‘Colonias obreras’ vinculadas a la nueva ciudad; nueva ciudad que en la práctica no dejaría de constituirse como ocupación de la periferia. “Por ello los balbuceos de la legislación española sobre hábitat obrero no pueden ser más desastrosos, puesto que sin tener en cuenta una legislación adecuada de ensanches, sin contar con unas Actas Higiénicas específicas, al tener abierto en todo su dramatismo el mercado de alquileres, potencia sin embargo la ocupación anárquica e idílica de las periferias de las grandes ciudades”[3].
De forma que el debate suscitado en el Primer Congreso Nacional de Arquitectos, celebrado en 1881, enfrentando las opciones del sotabanco defendido por Álvarez Capra y la del barrio obrero defendida por Belmás[4] bajo visiones conservadora una, y progresista otra, era resuelto ahora apoyando las colonias pero con las limitaciones expuestas anteriormente. La crítica de Álvarez Capra al barrio obrero fijaba los problemas de éste en que “constituye un peligro para la clase obrera y un foco de infección para el resto de la ciudad”. Visión ésta que según Ángel Isaac, es fruto de “una noción de barrio obrero entendido como zona degradada de la ciudad nacida al margen de cualquier planificación del crecimiento y de las necesidades de la ciudad”. El problema quizá sea el expuesto por González Cordón al analizar: “… la cuestión de la vivienda en la España del siglo XIX, se asume dentro de la técnica proudhoniana de las sociedades filántrópicas cristianas, donde la caridad equivale a reforma social. Y es posible entenderlo de tal manera puesto que el movimiento obrero español no ha asumido el derecho a la vivienda como un problema de Estado… (sic). Así el modelo idílico soñado por los utopistas se reencuentra interpretado por sociedades inmobiliarias al codificar las barriadas obreras a la manera de ciudades jardín, dentro de un catálogo o prontuario de tipos…”[5].
[1] Diario de la Mancha, n.° 139, 24 de enero de 1907.
[2] Diario de la Mancha, n.° 196, 21 de marzo de 1907.
[3] A. GONZALEZ CORDÓN, Op. cit., pág. 80.
[4] A. ISAC. “Ideal arquitectónico y alojamiento obrero en el I Congreso Nacional de Arquitectos”. Arquitectos, nº 58, 1982. Páginas 34-46
Efectivamente, nada nuevo. Gracias!
De nuevo, una lección magistral que deja sin palabras!!