De igual forma, que la pretensión central de las Nuevas Casas Consistoriales, sería la de llenar un vacío plural que históricamente se había llenado de Actividad y Uso, y que ahora quería dotarse de Decoro y Representación. Un vacío histórico que se quiere llenar de espesos gestos construidos, frente al peso liviano y al paso efímero de usos volanderos y caedizos.
Un aplazamiento y una espera sostenida, cerca de seis siglos, para repetir cierta escritura gruesa de trazos y de formas, de Espacio y de Vacío. Pero sin olvidar las viejas designaciones urbanas residuales y alejadas, que tatúan y ornamentan el cuerpo civil y urbano de la trama edificada, más marginal que central. Y asi dan cuentan de ello, arrabales y ejidos; Minas de la Cava y Muladares pestilentes, donde practicar los vertidos de inmundicias; Canteras de yeso que esparcen un polvo pegajoso y denso; Lagunazos insalubres y hediondos en las proximidades del Pozo de Santa Catalina, luego llamado de Los Terreros; Paseos de las Moreras, como mucho recreo y solaz; y enclaves torpes y silenciosos de Ajusticimientos y Ejecuciones.
Por ello Decoro y Representación de la almendra central: Para expresar un Orden Inexistente por errático; para sentir los tentáculos calientes del Topos antes que frio ideal del Logos. No son otras las opciones que, con nitidez, se abren paso en la memoria del proyecto de 1865 del Nuevo Ayuntamiento, obra del arquitecto municipal y provincial Cirilo Vara y Soria. Memoria que resuelve, escasamente, los problemas de la Plaza, y menos aún los de la ciudad, centrándose en particularizar una imagen de Decoro y del Género de Edificio. Así es creíble que, en dicho documento, se plantee aún la duda sobre el emplazamiento más idóneo: “indicándome al propio tiempo el sitio de la Plaza en que debería construirse”.
¿De quien sería la decisión sobre el emplazamiento del Consistorio: del Gobernador, de la Corporación Municipal, del Arquitecto Vara y Soria?, ¿de qué análisis se partiría, para concretar ese nuevo lugar, que invertiría el emplazamiento anterior del Conssitorio, pivotando desde el lado Norte hasta su contrario y soleado en el lado Sur? Dejando ver, todo ello, otras posibilidades alternativas, al margen del emplazamiento de las Carnicerías, que se resolverían en el lado opuesto al que había recibido el emplazamiento histórico del Consistorio carolino. Emplazamiento, el del lado sur del trapecio, no exento de dificultades distributivas: “procedí a levantar la planta del sitio que ocupan los arcos y matadero viejo con todas su avenidas y me convencí muy pronto de todas las dificulates que por la irregularidad y mala disposición del terreno habían de surgir para la satisfactoria reslución del problema”. Resolución que tal vez hubiera precisado una actuación conjunta en el frente de la formalización de la Plaza y en la edificación del nuevo Consistorio.
Es esta inflexión, no captada por Vara y Soria, entre la pieza edificada y la Plaza circundante, la que nutre de dificultades su respuesta. Si el emplazamiento resultante se avenía poco y mal con las necesidades programáticas del Consistorio ya que es forzosa “ la regularidad y buena disposición que debe tener un edificio de esta clase”; ¿qué habría ocurrido en el caso de haber optado por una ubicación en cualquiera de los otros tres lados, con un soporte parcelario fragmentario e inhábil para programas edificatorios públicos?, ¿no habría demando ello un actuación más enérgica sobre la estructura de una propiedad desmenuzada, en parcelas medievales de escasa entidad dimensional y de poca regularidad de su forma? La magnificencia de la solución esgrimida por Vara y Soria (“Probada ya la necesidad de dar la forma que he adoptado para la planta general del edificio me ocuparé de explicar su distribución”), no impide pese a todo soluciones forzadas y de compromiso, que obligan a dar salida a problemas ajenos e impropios de un programa de Casa Consistorial, tales como “ el paso al corral y el paso directo para los carruages”, o la permanencia junto a una oficina pública del “depósito actual de carnes que quedará igual que está”.
Todas estas limitaciones componen parte del fracaso de la intervención del XIX; al remitir el ámbito de la actuación a un universo visual presidido por Formas y Apariencias, antes que a problemas distributivos y a regularizaciones catastrales. Junto a estos límites visuales, los problemas distributivos de la solución o la eficacia de ésta en el contexto de la Plaza Mayor, apenas son tenidos en cuenta. No es creíble, por ello, lo que manifiesta el autor en su Memoria: “Fijo en esta idea estudié varias formas para la planta y ninguna encontré más aceptable ni que mejor llene el objeto que la que tengo la honra de presentar”. Solución, pese a todo, que se aplaza y se pospone en el tiempo, como se descubre en el párrafo final del citado documento “Según podrá V.S. observar en el plano de emplazamiento el eje de la Plaza no es el de la calle de los Arcos y como en la nueva obra ha de ser el mismo, resulta que el grupo central de la fachada posterior se inclinaría mucho y aún se aproxima demasiado a las casas de la acera oeste, por cuya razón el edificio carece de lucimiento y desahogo, pero este inconveniente no puede evitarse en la actualidad; para en su día se ha marcado con linea carmín la alineación de aquella parte de acera para regularizarla y que quede una plazuela de desahogo”.
Pero no sólo Distribución y Disposición; también Figuración y Lenguaje. “He procurado suplir esa falta caracterizandolo de un modo especial para distinguirlo de los demás, pero sin perder de vista el género de arquitectura con que ya está decorada la plaza, que es el grecorromano…por ser el que mejor simboliza la gravedad y circunspección que deben tener los edificios de ésta naturaleza…Verdad es que el edificio podría ser más modesto, pero también lo es que habiendo arreglado sus fachadas los vecinos de la plaza y existiendo ya en la población casas particulares de bueno y aún hasta lujoso aspecto, parecería mengua que el municipio, ya que se haya en imprescindible necesidad de construir sus Casas Consistoriales que son casi los únicos edificios que caracterizan y aún reflejan las costumbres de los pueblos, lo hicieran de un modo mezquino y aún miserable”.
Los razonamientos de Vara y Soria, vinculan la preeminencia del edificio proyectado sobre la edificación circundante, en la representatividad (Decoro) y en el género (Órdenes). El Decoro exige y requiere una ‘caracterización especial’, que aquí aparece vinculada a una opción estilística más que a una gramática determinada. Que esta visión no es exclusiva de Vara, queda patente en el posterior informe que Berenguer emite en 1867: “…El edificio que el Ayuntamiento va a construir, no puede identificarse con los que levantan los particulares, pues no sólo ha de servir de residencia de la primera corporación municipal de la provincia, sino que ha de embellecer la población como uno de sus principales ornamentos”.
De esta suerte observamos que el razonamiento inicial de practicar la elección de género (Orden) de edificio en función de su finalidad, era sustituido por una interpretación retórica y confusa del ‘Carácter modal de la arquitectura’. Circunstancia ésta que pretendiendo aparentar la legitimación estilística producida no haría sino evidenciar y precipitar la caída del resto del entramado clasicista. La ausencia de rigor argumental en las elecciones planteadas, posibilitan la polivalencia de significados de los géneros, que pretenden justificar como hecho final una organización visual libre, aunque matizada por referencias formales ubicadas en el teórico universo lingüístico histórico. De esta forma resulta creíble que el ‘Género grecorromano’ sirva por igual para exaltar la gravedad y circunspección de las Casas Consistoriales, como para evidenciar los significados que deben acompañar al espacio teatral: grave y risueño como metáforas del drama y de la comedia, trasuntos éstos que son vividos y representados como parte de la vida misma. De tal suerte que “la hipertrofia del modalismo da lugar lógicamente, a una confusión generalizada, al atentarse en cambio contra el decoro de costumbre” dice Fernando Marías. El camino recorrido es el expuesto por Arnau como el recorrido/desplazamiento del ‘Decoro a la Decoración’.
Periferia sentimental
José Rivero
Que siga la serie!
Fenomenal texto y preciosas postales en las que, al menos, hay algo de «uniformidad» en la imagen que proyecta el Ayuntamiento con las casas que lo acompañan. Pena de no tener el que había en 1912 y, aunque fueran restauradas, las casas de alrededor y no el espectáculo dantesco que se le arroja a uno a los ojos cuando entra en la actual Plaza Mayor.
Gracias maestro!
Firmo y rubrico