Blanca Fernández. Diputada regional del PSOE.- John Smith juro decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad poniendo su mano firmemente en la Biblia el día que testificó en el juicio que pondría en jaque la estabilidad de La Familia. Cuando la primera presidenta de Castilla-La Mancha tomó posesión de su cargo juró lealtad al Rey, al Estatuto de Autonomía y a la Constitución como norma fundamental del Estado. Nada dijo sobre la verdad.
Cuando María Dolores de Cospedal se presentaba a las elecciones con el impactante eslogan: ¿Buscas Empleo? Vota Partido Popular, nada dijo sobre la verdad.
Cuando Cospedal prometía no «atravesar las líneas rojas de la educación y de la sanidad», no nos dijo la verdad.
Y cuando confesó ante el juez Ruz que fue Rajoy quien pactó «la indemnización en diferido y simulada» del antes flamante tesorero y actual presunto delincuente Bárcenas, ¿estaba diciendo la verdad?
La verdad debe ser un compromiso básico de los responsables públicos con los ciudadanos, y, desde luego, un Gobierno no debería faltar nunca a esa premisa. De no ser así, ¿qué certezas pueden tener los ciudadanos sobre cómo se gestionan sus intereses, los intereses de todos?
En buena medida la crisis política que vivimos en este país se debe a la nula credibilidad que nos otorgan los ciudadanos a los políticos, y aunque a veces sea injusto, aunque no «todos somos iguales», aunque la mayoría sea honesta, debemos reflexionar en serio sobre la situación y tomar medidas.
Desde mi punto de vista se ha tensado demasiado la cuerda, la línea entre lo que es cierto y lo que no es cada vez más difusa y, desde luego, los compromisos electorales incumplidos de Cospedal y de su Gobierno, aderezados con unas buenas dosis de medias verdades, exageraciones y mentiras enteras, han empeorado notablemente la situación.
Destrozar los servicios públicos tras un Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos, malbaratar la Sanidad con la famosa colaboración “público-privada», hablar de exigencia en la Educación Pública para ocultar la precariedad y la masificación en las aulas y de excelencia educativa para enmascarar el brutal recorte de las becas, son solo algunos ejemplos de eufemismos intolerables a estas alturas que convierten el lenguaje político en un ejercicio de demagogia tan brutal como inútil si lo que se pretende es engañar al «respetable». Sin embargo, es muy eficaz a la hora de sembrar desconfianza sobre los que gobiernan nuestros intereses, los interesen de todos.
Cospedal y los dirigentes del Partido Popular deberían hacer un ejercicio de sinceridad y explicarnos a todos el motivo por el que su partido (tesoreros aparte) nadara y nade en la abundancia mientras en resto de la economía se muere. ¿Cómo y de dónde sale el dinero para pagar tantísimos sobresueldos? ¿Dónde han ido a parar y de dónde salieron los 200.000 euros que tantos dolores de cabeza le están dando a Tirado y a Cospedal? ¿Por qué se mantenía en nómina a un Bárcenas ya imputado por el caso de corrupción más grave de la historia democrática de este país?
Todas estas preguntas y muchas más están sin responder por los principales protagonistas de esta historia. Por supuesto, de la anunciada transparencia y del striptease del PP «nunca más se supo», eso sí, no ha faltado la correspondiente denuncia a Anonimus por filtrar su contabilidad en las redes, la petición de expulsión del PSOE e IU del caso Bárcenas y el borrado de ciertos discos duros comprometedores. Todas estas actuaciones arrojan luz sobre las verdaderas intenciones de Cospedal y los suyos en este caso.
La verdad es un bien precioso. Cospedal debería tenerlo presente, aunque ya se sabe, John Smith juró decir la verdad con la mano en la Biblia, pero Cospedal «nada dijo sobre la verdad».