Pedro Morallón. Actor, gestor cultural y de artes escénicas.- La actividad teatral, como cualquier otra actividad artística, tiene una valoración sujeta a ciertas dosis de subjetividad que está determinada por el gusto y la sensibilidad personal de cada uno, las preferencias estilísticas, o determinadas características del texto, los actores, el director o la puesta en escena.
A pesar de ello, si establecemos una diferenciación entre el teatro profesional y el aficionado o amateur, podríamos llegar a la conclusión de que la valoración resulta mucho mas compleja y heterogénea.
Por otra parte, la situación económica actual de nuestro país y las recientes reformas fiscales que están afectando a la creación escénica, han obligado a los grupos y compañías a realizar un sobreesfuerzo, agudizando el ingenio y la originalidad y minimizando los gastos de producción, intentando, si cabe, mayor nivel artístico y de calidad. Parece ser que en tiempos de crisis es cuando se dan los mejores resultados de creatividad.
En cualquier caso, las evidentes diferencias entre los grupos amateur y las compañías profesionales, no siempre se manifiestan en un mismo escenario, y resulta paradójico comprobar cómo, en ocasiones, espectáculos producidos de forma doméstica y prácticamente artesanal, superan claramente a otros profesionales, en el nivel de comprensión, aceptación y valoración del público; sin perjuicio, claro está, de las afinidades y simpatías que mueven al espectador conocido e incondicional que acude al teatro a ver al amigo, al paisano, o al familiar, como ocurre generalmente en los pueblos y ciudades de nuestra provincia.
Ello no desmerece, para nada, el trabajo y el esfuerzo que grandes directores, actores y técnicos de compañías profesionales desarrollan en su inmensa mayoría, y que unas veces obtienen grandes éxitos y otras no tanto. Y es que, a veces, resulta bastante incomprensible y difícil de entender porqué un espectáculo funciona o no. Quiero aclarar que la consideración de “profesionalidad” en este caso la aplico a la actividad que se realiza de forma retribuida y cumpliendo todos los requisitos legales que se requieren a cualquier empresa, cooperativa o productora.
Pero lo que quiero destacar y valorar es la aportación que el teatro amateur realiza a una sociedad o una provincia como la nuestra, mayoritariamente rural, y cómo contribuye a enriquecer la vida cultural de nuestros pueblos y ciudades. La programación teatral está condicionada no solo por los costos o caché que cobran las compañías y grupos, también las necesidades de dotación técnica y las características de los locales y escenarios determinan la posibilidad de contratar o no un espectáculo.
De ahí la importancia que tienen los grupos aficionados que, inevitablemente, se adaptan y acomodan a casi cualquier circunstancia que puedan encontrarse, y que intentan hacer un trabajo digno por mera vocación, afición y amor por el teatro; que siempre se encuentran dispuestos a colaborar, a aportar su granito de arena y a esforzarse por cualquier causa solidaria o humanitaria para la que se les reclame desinteresadamente.
Sería curioso y sorprendente comprobar cuántas localidades de nuestra provincia podrían programar un espectáculo sin la existencia de los grupos de teatro aficionado, a excepción del grupo de la misma localidad si lo hubiera. De igual modo sería muy difícil que los grupos aficionados pudiesen salir de su localidad a representar sus obras si no fuese por la necesidad que tienen otros pueblos similares donde no pueden programar otra cosa.
Las redes de teatro se extienden a un reducido número de localidades, generalmente las mas grandes, y el resto se limita a aprovechar las convocatorias de la Excma. Diputación Provincial de Ciudad Real y beneficiarse de los grupos ofertados, fundamentalmente amateur, en La “Muestra Provincial de Teatro” y “La Campaña de Fomento Teatral”. También la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha dispone, o disponía, de un circuito B que ofertaba a los pueblos teatro aficionado.
Y si meritorio es el teatro de aficionados, lo es mucho más (bajo mi punto de vista) cuando afronta el reto o el desafío de un texto clásico y en verso. Porque si, como anotaba al principio, los elementos subjetivos son notables en una representación teatral convencional, cuando se representa un texto clásico y en verso, se añaden dos elementos de valoración objetiva que permiten evaluar la puesta en escena con mayor rigor. Me estoy refiriendo a la “Dicción del verso” con los condicionantes y reglas que tiene establecidos de rima, métrica silábica, estrofas, pausas, ritmos, tonos, acentos, etc. y la “Declamación” que debe ser mucho mas cuidadosa que la de un texto en prosa, porque requiere expresar con mayor nitidez lo que el texto dice y contrarrestar, de ese modo, la confusión que pueden provocar los hipérbatos y la propia rigidez del verso.
Cierto es que, sobre todo a los grupos aficionados, les resulta difícil encontrar asesoramiento y la formación adecuada para poner en pie un texto clásico y en verso, pero no es menos cierto que el mejor aprendizaje se obtiene con la veteranía que dan las “tablas” y con la experiencia acumulada en sucesivas y numerosas representaciones, pues bien es sabido que en éste mundillo de la interpretación nunca se deja de aprender lo suficiente y el aprendizaje dura toda la vida.