Si el hombre es un sueño, el agua es el rumbo

María Soledad Gallego Bernad (Directora general del Agua)

   Hasta no hace muchos años en Castilla-La Mancha podíamos asistir a un espectáculo único: el nacimiento del mismo corazón de la tierra de uno de los más grandiosos ríos ibéricos. Así era. El Guadiana surgía de las profundidades por sus famosos ojos –verde misterioso y transparente–, para convertirse en un río ancho y amplio mientras marchaba lento, sin prisas, al encuentro con el Gigüela en el hervidero de biodiversidad que hoy conocemos como Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. (Continúa…)

   Por aquellos años La Mancha aún guardaba en su interior el mayor tesoro: el agua, para que brotara en cientos de ojuelos, reposara en navas, navegara lenta por cauces anchos preñados de ánades y pescadores de nansa y trasmallo. Al finalizar los grandes ciclos secos, cuando llovía con ganas y el agua fluía desde el acuífero hacia los horizontes infinitos, los ríos entonces se hacían grandes, se desbordaban en las inmensas planicies de inundación, en las tablas donde espesaban masegares y carrizales. El agua, en tierra árida y dada a pocos regalos como es La Mancha, constituía un milagro que más que del cielo, surgía de lo profundo y misterioso de la tierra.

   Hasta hace pocos años en La Mancha teníamos el privilegio de acoger a un ecosistema único en el mundo: el Alto Guadiana. Pero hoy lo estamos perdiendo. Primero, en la década de los sesenta, se desecaron miles de hectáreas de zonas palustres, se abrieron canales y drenajes, y las tierras, liberadas al fin del agua, se pusieron en cultivo. Luego, ya con el paraíso cercado y reducido a la mínima expresión, vino la protección urgente del último santuario: el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Pero como cualquier ser vivo, un espacio natural no puede vivir aislado y separado de su derredor. Por ello, la puesta en regadío de miles de hectáreas con el agua del acuífero, junto con la sucesión de un periodo seco, acentuó la catástrofe. Los ojos del Guadiana se secaron, el acuífero descendió decenas de metros, los ríos desaparecieron, ardieron las turberas, se roturaron los antiguos manaderos del Guadiana, el terreno cedió, el agua se fue… Y así hasta hoy.

   El Plan de Compensación de Rentas (conocido como Plan de Humedales) detuvo en la década de los noventa el terrible descenso de niveles del acuífero 23. Pero, para recuperarlo, debemos ir más allá. El agua superviviente en las profundidades aún está muy lejos de alcanzar la superficie y resucitar los ríos perdidos. Consciente de este grave problema, y sabedor que las soluciones son complejas y decisivas para el futuro de buena parte de nuestra región, el Gobierno de Castilla-La Mancha logró incluir en la Ley del Plan Hidrológico Nacional una disposición adicional referente a la ejecución de un Plan Especial del Alto Guadiana. Sus finalidades eran mantener un uso sostenible de los acuíferos de la cuenca alta del Guadiana; la reordenación de los derechos de uso de aguas, tendente a la recuperación ambiental de los acuíferos; la autorización de modificaciones en el régimen de explotación de los pozos existentes; la concesión de aguas subterráneas en situaciones de sequía; y otras medidas encaminadas a lograr el equilibrio hídrico y ambiental permanente de esta cuenca.

   Pues bien, más de dos años después de la aprobación del Plan Hidrológico Nacional en julio de 2001 —pese a que el Ministerio de Medio Ambiente se comprometió a aprobar en el plazo de un año, es decir, en julio de 2002, el Real Decreto que desarrollara el régimen jurídico del Plan del Alto Guadiana—, nos encontramos con una primera actuación del Ministerio en relación con el Plan que no es la solución al problema y no va a frenar el deterioro insostenible del acuífero, y por ende, viene a burlar la Ley del Plan Hidrológico Nacional. Pero no sólo esta actuación del Ministerio es tardía e incompleta, sino que se está realizando a espaldas de la sociedad castellano-manchega y sin un proceso de información pública donde todos los colectivos afectados (ayuntamientos de la zona, regantes, asociaciones conservacionistas, agentes sociales, etc.), puedan expresar su opinión.

   Ahora que el Gobierno de la Nación lucha con todas sus fuerzas por sacar adelante el trasvase del Ebro, sin escatimar inversiones e incluso sosteniendo que habrá trasvase aunque se tenga que pagar íntegramente de los bolsillos de los contribuyentes españoles, parece que los problemas del Alto Guadiana no existen, que aquí no hace falta agua, ni soluciones. Sólo parches a destiempo y escasa ambición.

   Desde la Dirección General del Agua de la Consejería de Obras Públicas no vamos a permitir que la sociedad castellano-manchega sea considerada de segunda categoría. Por ello no vamos a cejar hasta conseguir el Plan del Alto Guadiana que esta tierra necesita, que haga sostenible la explotación agraria y el desarrollo social, con el resurgir de los ríos, de los humedales, de la vida que siempre es el agua brotando de la tierra, navegando por el cauce de arroyos y ríos. En consonancia con la legislación europea y nacional, vamos a exigir un Plan del Alto Guadiana real y realizable, tan consistente como esperanzador.

   El agua es siempre el lecho sobre el que descansa la vida. Sin agua, sin el uso sostenible del agua como fuente de vida, es imposible articular un desarrollo a largo plazo, ni agrícola, ni natural ni social. El agua es ahora más que nunca riqueza, y debemos ser capaces de dejar vivir al agua para que ella nos regale vida. Debemos recuperar nuestros ríos: el Guadiana, el Gigüela, el Záncara… Debemos ser capaces de recuperar los aguazales de La Mancha, no sólo porque sean lugares mágicos, fuente de biodiversidad; sino porque son un emblema cultural de esta tierra, porque en ellos vive buena parte de nuestra memoria, y, no se olvide, reposa el futuro. Si el hombre está vivo, sin duda el agua es la vida.

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