Manuel Valero.- Siempre me he preguntado para qué diablos sirven los asesores, los buenos asesores. Uno de esos que le hubiera dicho a la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, Manolete si no sabes torear pa qué te metes que en el mundo del poliglotismo imperante significa que ante la posibilidad manifiesta de hacer el ridículo con algo que no se domina, lo mejor es apartarlo.
Ana Botella debió expresarse en todo momento en español, una de las principales lenguas del mundo, y más bellas, con toda la naturalidad. Y que los traductores hicieran su trabajo. Pero quizá llevada por el entusiasmo de un Madrid coronado por el olimpismo o vaya usted a saber qué es lo que demonios se activa en el cerebro de la gente que la lleva a hacer el ridículo con donosura, se tiró al agua y al café con leche que no relaja, precisamente. En el conocimiento de las lenguas, además de su estudio, aprendizaje y práctica también actúa un don natural que algunas personas tienen y otras no, así como el don del virtuosismo instrumental que culmina la práctica y la doma del instrumento. Pero no. Los políticos -en todos los niveles- gustan de asesores que son como su grupejo personal cuando no amigos recogidos bajo el palio social del dinero público. Si Ana Botella hubiera tenido asesores que la quisieran bien, incluso un amigo, que la hubiera persuadido de que desistiera de hablar en la lengua de Faulkner para expresarse en la lengua de García Márquez, otro gallo hubiera cantado… en exquisito español, por supuesto. Y que no se quitara los cascos cuando le preguntaran en shakespeareniano. No nos hubieran dado los JJOO pero ella hubiera salido a salvo de la trituradora
Ahora bien, una cosa es la crítica y otra la vejación, deporte muy practicado por la inmensa mayoría de los españoles, tan dados a sectas, banderías, frentes y trincheras, o sea la antípoda de Nadal , un tipo que cuesta creer haya salido del caldo ibérico. La libertad de expresión es un derecho por el que merece la pena luchar hasta el final con todas las consecuencias porque es consustancial a las esencias de las sociedades libres: por eso no la había en la URSS, ni la hay en China, ni en Cuba, ni la hubo en el Chile de Pinochet, ni en la España de Franco, que como todo el mundo sabe, sobre todo los más jóvenes, es ese espantajo al que sigue recurriendo el Wyoming en su espacio El Intermedio, un paradigma de cómo se utiliza vejatoriamente la libertad de expresión. La libertad de expresión se utiliza… libremente, como no puede ser de otra manera, pero también ubica y distingue en el escaparate público a quienes la usan para criticar con respeto, incluso duramente, incluso muy duramente, incluso durísimamente, a un personaje público, y quien la utiliza ahondando en su propia miseria moral a medida que el crescendo de los despojos de la persona vejada llega al paroxismo.
La vejación pública, el ensañamiento glacial contra una persona para destruirla literalmente es una consecuencia de la libertad, y así debemos asumirlo, pero a su vez constituye un escape para la fuga de odios ancestrales, intereses venales y otros objetivos inconfesables, y la consolidación de una aversión unidireccional que el ex-gracioso de La Sexta ejerce con maestría de brujo. Me pasaba lo mismo con el expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero cuando más allá de la crítica, el hombre tenía que apechugar con expresiones y dardos que eran las piedras mediáticas de la lapidación por parte del otro sector fundamentalista tan vecino de los otros,como demuestran sus permanentes alusiones. Una pena. Y pensaré lo mismo si alguna vez vemos al paisano Cayo Lara al frente de este país.
Otro aspecto a destacar de la lamentable actuación parlante de la señora Botella y su posterior linchamiento es que de repente hemos descubierto que quien no hable bien, y si lo habla lo haga lo como si hubiera nacido en Brighton, es un paleto a babor, a estribor y a los dos ventos de barlo y sota.
En fin, cuestión de asesores. Wyoming y su cohorte de simpáticos, es evidente que tampoco lo tienen. Todo por el chiste y la audiencia, que al otro lado está El Hormiguero igualmente millonario, pero que hace reír sin bilis.
El papanatismo es una de nuestras señas de identidad. Michael Robinson lleva treinta años en España , presenta programas hechos a su medida, comenta partidos de fútbol, y no progresa con nuestra lengua ni aunque se meta piedras en la boca como un Demóstenes actual, pero no he escuchado a nadie mofarse de su deplorable español.
Bien sur
Creo que te doy la razón Manuel en tu artículo de que una cosa es reirse de algo o alguien y otra mofarse o vejarse y resumo.
Yo – lo admito – he sido uno de los que ha criticado, comentado y compartido las dichosas imágenes de Ana Botella, sencillamente porque me hizo gracia a la vez que vergüenxza ajena y por catarsis, porqué no decirlo, pero ya está y se acabó.
Comparto contigo mi crítica a El Intermedio y sus vejaciones que si en un princioio pueden – no se puede negar – hacer gracia, llega un momento en que cansan, y ver a Wyoming casi en connivencia con Franco ya no me gusta y hasta me repele. Como me repele ver los anuncios dentro del programa de los presentadores presentando/anunciando lo que sea y sobre todo con esa cara de no creerse lo que anuncian sino que lo hacen por sacar una pasta extra, pero esa es otra historia que aunque no viene a cuento me apetecía comentarla.
Lo siento pero El Hormiguero no me gusta, me gustaba más Pablo Motos en la radio de madrugada con su No somos nadie…
Lo de Rafa Nadal y su gesto con el tema del avión me gustó y poco más tengo que añadir.
¿Pues que queréis que os diga? Que yo en este caso siempre veo a la botella…muy vacía. Y el poco líquido que contiene no me gusta,prefiero el que ha envejecido en barrica.Los atajos en las fermentaciones son un timo.
Ana Botella no vale para alcaldesa de una ciudad como Madrid y punto ,lo que no implica que haya que cebarse con ella y Valero tiene toda la razón en que debió hablar en castellano
El deporte nacional es reirse del otro. Con lo sano y saludable que es reirse de uno mismo.
Un saludo.
Si nos han robado (todo: desde la democracia hasta los derechos pasando por los ahorros); si nos vejan día sí y día también; si se ríen de nosotros sin consecuencias; si secuestran el país y no nos vamos a levantar en armas (porque no nos vamos a levantar), déjeme al menos que me cague en la puta madre que les ha parido y de salida a la bilis que me producen (estos sí me porducen bilis, no los humoristas). El respeto, ya lo tengo clarísimo, es para el que se lo merece y ni la Botella ni su bodega me merece el más mínimo respeto. Que escupir el odio en la entreceja puede ser muy saludable, mire usted, que si no, nos puede dar por hacer otras cosas.
Y por cierto, el exabrupto es totalmente consciente e intencionado.