Si algo caracteriza a los grandes campeones del motor es su innegable fe en sí mismos, su irreductibilidad ante ataques de rivales emergentes, su condición espartana de la lucha: Jorge Lorenzo, por ejemplo.
La Cátedra
La 48ª victoria de Lorenzo en el Mundial de Motociclismo (27ª de Moto GP) reportó al mallorquín tal subidón de autoestima (háblese de adrenalina) que soltó un visceral corte de mangas tras atravesar la bandera a cuadros y, luego en el podio, saltó como hacia “Schumi” en sus mejores tiempos, para acreditar que el campeón en título es él y que será muy difícil destronarle. A su lado, el dominador y líder del campeonato, Marc Márquez, en esta ocasión derrotado en el cuerpo a cuerpo, poco podía hacer sino felicitar deportivamente a quien le resistió durante casi toda la carrera y con quien tuvo en las dos últimas vueltas unas pasadas y repasadas que a muchos nos recordaron la época de los “marcianos”, Rainey, Lawson y Schwantz. Márquez, que había sufrido una caída en el “warm-up”, partió infiltrado en su hombro izquierdo y ciertamente su condición física no era la óptima, pero sin querer esconderse en esa situación, el catalán se pegó a Lorenzo en el estirón inicial y ambos tomaron una ventaja confortable sobre el grupo de “outsiders” del que emergió un monumental Pedrosa para limar décimas hasta conectar con la pareja de líderes y, sin embargo, no tuvo la pericia de poderle hurtar la segunda plaza a su compañero y haber intentado el ataque final a Lorenzo, más bien Dani, que hizo un par de tímidas intentonas, quedo a la expectativa de una posible caída de los luchadores que le precedían y que bien pudo producirse en un par de arriesgados lances. Por fortuna nadie fue para el suelo y el trío dominador de este Mundial 2013 se encaramó en el podio con alegría notoria para los dos primeros, Lorenzo por el triunfo, Márquez por aumentar su ventaja en la general sobre el segundo que sigue siendo Pedrosa, el único triste de los tres catedráticos del motociclismo en el pasado GP de Gran Bretaña.
Las Catedrales
Silverstone, por su condición de circuito inaugural; Montecarlo, por su carácter urbano y glamouroso; Spa, por su inigualable orografía. Todas estas pistas que además están cargadas de leyendas pueden ser consideradas como catedrales de la F-1 pero, amigos, si somos francos, La Catedral, así con mayúsculas, es Monza.
El próximo domingo, el Mundial visita Milán, única ciudad del planeta poseedora de dos catedrales: la cristiana y la motorista, y aparte de las consideraciones que este campeonato lleva de equipaje como puede ser el mercado de pilotos, la esperada recuperación de Alonso, la concreción de la candidatura de Hamilton… aparte de todo eso y alguna cosa más, todos son conscientes que llegan a uno de los lugares sagrados, indispensables en las peregrinaciones de los aficionados a las carreras. En Monza perdieron la vida Antonio Ascari (padre el primer bicampeón de la Historia) y Wolfgang Von Trips, que hubiera sido el primer campeón alemán; en Monza murieron Jochen Rindt y Ronnie Peterson, los únicos campeón y subcampeón a título póstumo. Y si hablamos de motos, todavía está fresca la memoria del terrible accidente de Renzo Pasolini y el insustituible Jarno Saarinen. Como las grandes catedrales, Monza tiene sus capillas y lápidas para recordar a los que allí perecieron, pero también tiene los altares para los triunfadores, para los que sobrepasan los 250 km/h de promedio en su antiguo trazado exento de chicanes y que enlazaba Lesmo con Ascari, ésta con la Parabólica y de ahí a meta y vuelta a empezar en carreras con cinco coches al rebufo como en 1971, cuando Peter Gethin hurtó la victoria a Ronnie Peterson por una mísera centésima de segundo, en una carrera donde el quinto, Howden Ganley, todavía estaba en el mismo segundo (61 centésimas). Carreras de tú a tú entre campeones casi extraterrestres o barbilampiños iniciáticos como el hoy tricampeón Seb Vettel que en 2008, bajo un aguacero se impuso a la concurrencia con su modesto Toro Rosso para coronarse en el más joven ganador de un Gran Premio, título del que desposeyó a Fernando Alonso que, en 2010 puso a la Catedral de pie cuando consiguió su tercer triunfo para Ferrari, tras marcar un supremo “hat-trick” que enfervoreció a los miles de “tiffosi” para los que Monza-Ferrari es un binomio casi sacramental. Bueno, pues ya está, el domingo nos vemos en Monza, iremos a misa a la catedral.