Hace tiempo una de las personas que más han hecho por la cultura regional (y es una forma modesta de decirlo), Alfonso González-Calero, me propuso escribir un artículo de investigación sobre la literatura manchega del XIX, algo que yo creía conocer bien, aunque solo fuera porque me hacía una idea de cuánto ignoraba al respecto (soy un ignorante prodigiosamente bien informado). Pero, a medida que iba escribiendo, la cosa se empezó a salir tanto de madre como yo mismo. El motivo era un creciente entusiasmo ante los cadáveres que iba desenterrando, mucho más profundos que los que la Guerra Civil sepultó en nuestra corta memoria colectiva. De hecho, esos cadáveres que tan buena salud ostentaban, por usar la ironía de Corneille, eran los magníficos abuelos de los otros. Así que, estudiando sus vidas y sus obras, vine a comprender al fin lo que ya sospechaba desde que empecé a investigar liberales decimonónicos manchegos: que el XIX es un borrador del siguiente y, de hecho, algunas cosas que no se entienden ahora solo aparecen comprensibles viéndolas nacer en germen en el siglo XIX. Un siglo muy olvidado, aunque es abuelo nuestro, a causa de tanto obseso como hay por la última guerra civil de España (siempre hay obsesos por lo que nos toca), de forma de que muy pocos quisieron ver más allá otras tres, y aun cuatro o cinco (si contamos la Guerra de la Independencia y la Guerra de Sucesión) que se van heredando unas de otras, pues eso es la historia, paces y guerras, Valero dixit. Cierto que el horizonte es infinito y «anegarse en él es dulce», como expresó el más triste de los poetas, don Giacomo Leopardi. ¡Ay mi Leopardi! Retoqué el artículo de Wikipedia para añadirle más sustancia, e incluí entre otras esta cita tremenda:
El género humano no creerá nunca no saber nada, no ser nada, no poder llegar a alcanzar nada. Ningún filósofo que enseñase una de estas tres cosas alcanzaría fortuna ni haría secta, especialmente entre el pueblo, porque, fuera de que todas estas tres cosas son poco a propósito para quien quiera vivir, las dos primeras ofenden la soberbia de los hombres, la tercera, aunque después de las otras, requiere coraje y fortaleza de ánimo para ser creída.
No saber nada, no ser nada, no poder a llegar a alcanzar nada es el auténtico programa del nihilismo (llamémosle mejor desesperación, falta de ideales o de valores, materialismo, capitalismo, como ustedes quieran llamarlo) contemporáneo, que nació como respuesta a crisis de la Ilustración y a las tres preguntas de Kant: «¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?». Algo así manifiesta Madame Bovary – Flaubert al describir la sosería de Charles: «Il n’enseignait rien, celui-la, ne savait rien, ne souhaitait rien». La mentalidad burguesa típica, falta de identidad, el hombre masa actual. Ya lo dijo Manolete Machado (que tuvo un hermano, según Borges), a quien pasaré en gallego, para dar más saudade: «Nada sei, nada quero, nada espero… Nada». O Lewis Cernuda: «No sé nada, no quiero nada, no espero nada». Más original es el Vicente Aleixandre de Poemas de la consumación: «O tarde, o pronto, o nunca». Las tres formas que el tiempo toma para frustrarnos; así otorga Aleixandre precisión y universalidad a la frase popular. Pero seamos positivos y volvámonos a Antoñete Machado, que «hoy es siempre todavía».
Decía que ese artículo se ha publicado ya por Calero en un magnífico libro monográfico que acoge diversos trabajos sobre el XIX manchego; pero, desde entonces, no ha dejado de reconcomerme un hecho tozudo, este: la literatura en La Mancha, pese a ser la única española que ha dado mitos universales, una aportación colectiva a la humanidad, carece de una Historia de la literatura propia, y precisamente por ello ha dejado sus rasgos de identidad a las otras: es una literatura exocéntrica, no endocéntrica, como por ejemplo la catalana. El Lazarillo, La Celestina, el Don Quijote, incluso el personaje de Don Juan, el libertino de Gabriel Téllez (un fraile madrileño instalado en Toledo), son manchegos, y de esa universalidad literaria no pueden presumir ni siquiera quienes hablan de «catalanes universales» como la Caballé; más lo son Dalí, un anticatalán, o Gaudí, que de catalán tuvo tan poco. Pero ello es así; ninguna literatura entre las españolas ha trascendido o forjado carácter o mito alguno salvo la manchega, que me obstino en llamar en La Mancha, puesto que no creo en identidades nacionales, sino solo en tradiciones culturales.
Tal vez se deba este lamentable descuido al desvío pintoresquista o la superposición de una obra tan importante como la cervantina, de forma que ya en alguna ocasión escribí que la cultura manchega es todo aquello que queda si olvidamos Don Quijote. Que no es tan poco como parece, qué va. Otra poco casual causa puede ser, y no más en apariencia que en esencia, la ingénita miseria económica de una región depauperada, que, si bien ha dibujado con claridad los contornos de un rostro común, no ha podido llevarlos al papel sino en forma muy reciente. La tradición cultural manchega no cervantina se presenta como discontinua, y marcada en gran parte por lo que con gran acierto otro investigador de nuestros autores, Gómez-Porro en sus distintas obras, o Manuel Criado de Val, ha señalado como un síndrome madrileño. Pero esos rasgos, más persistentes y universales que los de cualquier otra tradición hispánica, son tozudos: hay que estudiarlos presididos por una idea que emana del conjunto, y que se puede precisar así:
1. Universalidad y exocentrismo. La literatura en La Mancha es la única que ha creado mitos de una cierta universalidad y no cabe identificarla con una cultura «española» cualquiera, aunque las ideologías hayan querido usarla con ese propósito.
2. La libertad es uno de los temas esenciales de la literatura en La Mancha, en una doble vertiente: trágica y especialmente cómica. Los grandes humoristas de la literatura española siempre han sido manchegos.
3. La espiritualidad en La Mancha, en el marco del cristianismo y de esa libertad, ha sido siempre la más heterodoxa de España. La Mancha no es una tierra que destaque por sus místicos.
4. Hay algo muy profundo en la literatura en La Mancha que podríamos llamar «el sueño de Italia» que se presenta como una de las constantes más fuertes de su delimitación y va mucho más allá de una mera impronta de la literatura renacentista. Es, acaso, el rasgo más discutible.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
Buen resumen de intenciones y propósitos: Universalidad y exocentrismo; Libertad; Espiritualidad e Italianidad (por Humanismo Renacentista). Pero ¿no serán esos propósitos también, de otras Literaturas?
Por eso mismo no creo en «otras» literaturas y defiendo la historia de una Literatura «en La Mancha».
No todas las literaturas producen mitos que inspiran a las demás literaturas, más apegadas a lo propio. Por demás, fíjate en que Menéndez Pelayo redujo la literatura española a catolicidad. Eso es un reduccionismo: la universalidad de la literatura se da en La Mancha más que en la literatura española propiamente dicha. Son los adjetivos de esas cualidades las que definen lo manchego: espiritualidad «más heterodoxa», libertad «trágica» decantada hacia el humor, e italianismo (te he dicho que más allá del Renacimiento: ahí tienes a Bernardo de Balbuena, a Severo Catalina, a Ángel Crespo, a Francisco Nieva; y me refiero a las cumbres, no a los cerros.
Esa es tu tesis del trabajo del XIX y la búsqueda de Canon literario. Pero creo que una cosa es la difusión de los desconocidos escritores de CLM y otra sus valores literarios propios. Buen tema para un debate.