Fermín Gassol Peco.- Decía el afamado modisto español Jesús Del Pozo en la entrevista concedida a un diario pocos meses antes de morir, cuando ya se encontraba en un avanzado estado de deterioro físico, que no le impedía sin embargo seguir diseñando, que las personas que le habían rodeado y a los que consideraba sus amigos, le habían defraudado.
Que toda esa tropa de aduladores que durante muchos años lo habían adorado y venerado por “el interés te quiero, Andrés,” cuando llegó la hora en la que consideraron que ya no era “mercancía preciosa”, frenaron en la carrera y giraron hacia otra dirección, buscando sin duda otra presa a la que sobar para esquilmarla.
Un testimonio más el de este diseñador de fama universal que pone de manifiesto lo bajos y crueles que podemos llegar a ser las personas cuando nos comportamos como sanguijuelas con nuestros semejantes a los que nos acercamos con el único fin de chuparles la sangre y vaciar sus bolsillos.
Toda la vida han existido y siguen existiendo alrededor de los personajes famosos, influyentes o muy adinerados, grupos de personajillos que a modo de alegres palmeros jalean todas las actuaciones del “capo”. No todos pretenden conseguir las mismas cosas de aquel a quien acompañan mañana, tarde y noche aunque caigan chuzos de punta, que de todo hay, pues algunos no buscan ir más allá de disfrutar de una “fameja” tan vanidosa como efímera a costa de sus palmadas. Pero hay otros que tienen más “pitones” y que son por tanto más peligrosos. De todos ellos la cara más infame de esta especie de “clá “que pulula en todos los estamentos sociales ya sean artísticos o políticos la componen los denominados en el lenguaje coloquial como los lameculos.
El lameculos es ese tipejo que se muestra admirablemente adulador y servil entregado a una persona de manera desmesurada para crear la confianza de aquel a quien adula con el único fin de conseguir favores y rentas. Un impresentable capaz de vender su dignidad anonadándose hasta el extremo para desde el suelo de su bajeza intentar sacar alguna migaja y después venderla a un precio exorbitado allá donde crea conveniente.
El lameculos con su comportamiento mimético resulta en principio tan de fiar que acaba formando parte de la corte amistosamente íntima, de confianza suma de quien al final resulta despreciado y olvidado. Es el perfecto parásito que acaba confundiéndose con la víctima de la que vive. Lo peor del lameculos es que consigue permanecer tan agarrado a su presa que ésta no tiene fuerzas sicológicas para quitárselo de encima; es él, el lameculos el que decide desprenderse cuando la víctima carece ya de algo que esquilmar. Y cuando la ocasión lo requiera sacar a pasear la “húmeda” por los programas de algunas cadenas de televisión que solícitas ofrecen dinero fácil a estos fantoches para que muestren ante el público lo peor de ellos mismos. En la televisión o en nuestras calles.
Pues un artículo clarito, clarito.
Mientras lo leía, venían rostros a mi mente.
Conforme avanzaba, veía comportamientos.
Pero cuántos sinónimos:
Pelota, dobla cerviz, ejercer la posición felatriz, lame prepucios, ladilla, zalamero, adulador, te huele mal la cara, rastrero, servil, echadizo, todos divertidos cuando no es a ti quien su postura perjudica. Pero qué mal cuando esas actitudes en torno a quien tiene el poder te relega a aparecer peor laboralmente ante la sociedad y eleva al inepto y al trepa. ¡Lástima vivir para contemplar los últimos días de mi casa!
Pero ¡cuán rico es el vocabulario español!!.
Hay muchas variantes del fenómeno: desde los catarriberas a los cansinos. Por no hablar de aquellos que hacen válida la frase de que los dictadores son como los niños pequeños: no se sostienen solos.
Y tanto que sí….
También cuando Don Quijote se dirije a Sancho: “Cómo se nota que eres plebeyo, siempre estás con los vencedores”.
Son los otros eunucos, dependientes… de cualquier poder establecido.
Lo prometiste y no has decepcionado, Fermín, aquí está el artículo que en su dia anunciaste tras el dedicado a los «carguillos».
Si, como dice Juan Lopez, a medida que vas avanzando en la lectura se me van viniendo rostros, aunque no sé si del mismo metraje que a Juán, pues como al final de tu escrito apuntas a niveles televisivos, no sé si lo que comenta Juán coincide con los mios, mucho más locales e incluso hogareños, tal cual son los cargos intermedios que sufro a diario en el trabajo, datilazos caprichosos del que a datilazo fué elegido. No es la designación lo más sangrante, viviendo donde vivimos ya tenemos cayo y olvidado el mérito, lo más doloroso es la actitud servil con el poderoso y tiránica con sus antes de ayer iguales o pares de estos cataposaderas.
Cabos en la mili, capataces en la siembra o en la obra, directores y subdirectores, supervisores, encargados y ·responsables», algún que otro cofrade o presidente de hermandad, conserjes y bedeles, etc, etc etc.
Por cierto y para acabar, mi más sincera enhorabuena por tu nueva responsabilidad. Y lo digo bien, responsabilidad en una de las pocas organizaciones que aún mantienen su prestigio en este tiempo gris.
Saludos.
Efectivamente la lista es larga…Quercus.
Gracias por sus deseos.Un abrazo
Los lameculos son supervivientes que aunque no brillan por sí mismos, nunca estarán faltos de cierto resplandor traicionero y miserable. Aunque intentan convencerse y convencer de que «todo el mundo va a lo suyo» y «hay que ser espabilado en esta vida», suelen olvidar que también hay gente que se sacrifica generosamente por aquellos que les rodean y por sus principios e ideales, pero por desgracia en estos tiempos tan faltos de ambas cosas, parece que todo vale.
Cierto José Ignacio, la prueba del algodón está precisamente en el comportamiento mantenido en época de vacas…escuálidas.
Efectivamente, sin ánimo de polemizar, cuando un lameculos llega al poder, se olvida de la ética si la tuvo, y se convierte además en el látigo del débil y en el felpudo de quien lo puso allí. Pero su olor le delata, le huele mal la cara.